OMAL

La palangana

María González Reyes

Domingo 29 de agosto de 2021

Mi abuela siempre se lavaba las manos en una palangana blanca que permanecía impoluta excepto por un pequeño desconchón que se hizo cuando se le cayó al suelo el día que se enteró de que iba a ser madre. La llenaba levemente de agua fría y se humedecía las manos. Después, cogía la pastilla de jabón y la frotaba con suavidad y dedicación sobre la piel. Luego, hacía un hueco con la palma de una de sus manos para echar pequeñas bocanadas de agua sobre la otra y así se las enjuagaba. Primero una y después la otra. Y, finalmente, se las secaba con una tela fina que colgaba de un pequeño gancho que estaba en la pared del patio, justo al lado del lavadero en el que limpió, con esas mismas manos, los pañales de todas sus hijas.

Me gustaba mucho mirarla cuando hacía ese ritual. La escrutaba tratando de retener cada gesto.

Mi abuela, lavándose las manos en su palangana blanca ligeramente desconchada, es un lugar al que me gusta regresar.


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