OMAL

Más allá del negacionismo y el neoliberalismo verde, tejer justicia climática

Júlia Martí Comas (Viento Sur, nº 176, junio de 2021)

Miércoles 18 de agosto de 2021

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Només dir que no no ens serveix, sinó que cal anar bastint un sistema d’economia que permeti la participació de la gent, que situï les persones al centre, que no només estigui pels beneficis desmesurats, que protegeixi el planeta, que faci del treball una activitat digna...
Arcadi Oliveres (2021)

El ecologismo está en auge, lo demuestran las grandes movilizaciones anteriores a la pandemia, pero también la nueva moda verde que recorre las empresas del IBEX 35 y las estrategias de recuperación pospandemia. Sin embargo, este éxito mediático del ecologismo no se ha traducido aún en procesos de transformación a la altura de la emergencia. Por un lado, las acciones impulsadas desde la esfera institucional se limitan a los grandes pactos, que no acaban nunca de implementarse o, más recientemente, al diseño de estrategias verdes para salvar al capitalismo de su propia crisis. Y, por el otro lado, las luchas defensivas y las alternativas autónomas siguen siendo insuficientes para producir transformaciones a una escala global.

En este contexto, y con una profunda consciencia del tiempo que se agota, toman sentido las reivindicaciones de los nuevos movimientos ecologistas encabezados por la juventud y su apuesta por la desobediencia como estrategia de reacción, entendiendo que, ante una urgencia ecológica que no cesa, debemos replantear y adaptar todas las estrategias y medidas de actuación. Partiendo del reconocimiento de la necesidad de “acortar la distancia entre el diagnóstico y la acción” (Pérez, 2020), intentaré contribuir a este debate estratégico desde una mirada internacionalista. Dar algunas pistas (pero sobre todo abrir debates y plantear preguntas) para reactivar la estrategia internacionalista en el impulso de transiciones ecosocialistas y ecofeministas, pensando tanto en cómo unir fuerzas y articular luchas como en visibilizar algunos elementos imprescindibles para una agenda ecosocialista decolonial.

Antes de empezar, decir que concuerdo con Alfons Pérez (2021) cuando afirma que vivimos un “momento histórico donde las estrategias para afrontar los retos globales deben ser lo suficientemente versátiles y flexibles, e incluso asumir dualidades y contradicciones, para poder adaptarse a un contexto incierto, cambiante y de emergencias cruzadas”. Una flexibilidad que, a mi entender, tiene que combinar la disputa en los marcos institucionales con las estrategias de resistencia y construcción de alternativas desde fuera, que puedan dar soluciones inmediatas a las emergencias cruzadas. No podemos seguir dejando nuestro futuro en manos de unas instituciones para las que el marco de lo posible sigue siendo la supervivencia del sistema capitalista, pero tampoco podemos abdicar de unas instituciones que tienen la capacidad financiera y reguladora necesaria para actuar con rapidez y, sobre todo, no podemos seguir actuando como si el peligro aún no hubiera llegado, porque ya existen muchas vidas colapsadas de las que no nos podemos olvidar.

Recuperar las agendas globales de las manos del poder corporativo

Antes de definir las estrategias en disputa en el plano institucional, debemos analizar brevemente el modelo de dominación que están defendiendo las instituciones internacionales, especialmente teniendo en cuenta que el neoliberalismo –contra el que se han centrado las principales estrategias contrahegemónicas de las últimas décadas– se encuentra cada vez más deslegitimado. Sin embargo, ¿qué hay de nuevo realmente en esta crisis del neoliberalismo?, ¿podemos hablar de una nueva etapa posneoliberal?, ¿qué significaría esto?

Para poder responder a estas preguntas, creo que es importante tener en cuenta que la intervención estatal en la economía no es algo nuevo para el neoliberalismo. El propio Hayek afirmaba que la defensa de “la competencia como medio para coordinar los esfuerzos humanos no es una argumentación en favor de dejar las cosas tal como están” (Hayek, 1944: p. 66). Lo que cambia es el sentido de esta intervención, que pasa a centrarse en la creación de las condiciones de competitividad necesarias para la economía global (Sassen, 2010) a partir de la desregulación financiera y la socialización de pérdidas, la privatización y las alianzas público-privadas, la mercantilización y el workfare, la expansión de las políticas punitivas y de control social, la promoción de los sistemas privados de derecho, la privatización de la reproducción social, el estado de excepción como regla y los procesos de desterritorialización y reterritorialización (basados en enclaves extractivos, productivos y comerciales). [1]

Asimismo, tampoco podemos olvidar que si bien el neoliberalismo ha estado asociado a movimientos conservadores, como el que representaba Reagan, y hasta totalitarios, como la dictadura de Pinochet, también existe un “neoliberalismo progresista” (Fraser, 2017) que cooptó ideales feministas, LGTBQ y antirracistas como la diversidad y el empoderamiento para legitimar los procesos de mercantilización y financiarización de la vida. Por lo que podríamos entender los actuales planes de recuperación verde del capitalismo no como un quiebre histórico con el neoliberalismo, sino como un nuevo proceso de cooptación. Asimismo, debemos cuestionarnos también si desde las propuestas más conservadoras y antiglobalización se está rompiendo realmente con el objetivo de gobernar en favor de la competitividad global, o en realidad solo se trata de una adaptación de esta lógica al nuevo escenario geopolítico y de tensiones intracapitalistas.

Planteo esta reflexión no tanto para ver hasta dónde podemos estirar el chicle del concepto neoliberalismo –entendiendo que quizás ha dejado de ser útil como marco de confrontación–, sino para visibilizar los hilos de continuidad fuertes con los procesos de explotación y despojo de las últimas décadas. Debemos evitar, por tanto, caer en la tentación de anunciar una nueva etapa posneoliberal en la que se habrían superado todos los males del pasado. Y, en todo caso, recuperar los marcos analíticos y de confrontación anticapitalistas –y ecosocialistas feministas–, que son los que nos permitirán ver los procesos de explotación y despojo que siguen sucediendo por abajo, más allá de los cambios discursivos de las altas esferas institucionales y capitalistas.

En lo concreto, esta reflexión debe servirnos, por ejemplo, para disputar los planes de recuperación europeos. Entendiendo que la suspensión temporal del Pacto de Estabilidad y Crecimiento puede representar una ruptura con la lógica de la austeridad que imperó en la salida europea de la anterior crisis, aunque realmente no se modifique el objetivo de fondo, que sigue siendo el de rescatar a los grandes capitales a través de la socialización de pérdidas, las alianzas público-privadas y la inversión pública para apoyar a los capitales europeos en la carrera de la competitividad global –que se disputa especialmente en el ámbito digital y de la transición energética–. Sin embargo, este ejemplo también evidencia la importancia de estar atentas a los espacios de oportunidad que se puedan abrir en este contexto de deslegitimación del neoliberalismo y de crisis capitalista para buscar formas de disputar los marcos del intervencionismo estatal.

Para ello necesitamos una correlación de fuerzas favorable, especialmente en el plano internacional, en el que se ha impuesto una gobernanza global basada en la voluntariedad y la autorregulación. Un modelo que ha imperado en las negociaciones climáticas, pero también en otros ámbitos como las negociaciones sobre empresas y derechos humanos, y que se consolida a través de la lógica de las múltiples partes interesadas, en la que directamente se invita a las empresas transnacionales a formar parte de las negociaciones como un actor más, en unos órganos que supuestamente quedan equilibrados por la participación de organizaciones de la sociedad civil. De esta forma se cooptan organizaciones sociales, al mismo tiempo que se cede el control de ámbitos estratégicos al poder corporativo, acabando definitivamente con la supuesta separación entre economía y política que trajo la democracia liberal. [2]

Confrontar este modelo solo es posible desde posiciones de fuerza derivadas de una gran confluencia de fuerzas sociales y sindicales. Para ello necesitamos, por un lado, superar la tendencia a dejar la disputa con las instituciones internacionales en manos de las ONG, alejadas de los movimientos de base, y recuperar la calle. Un buen ejemplo de ello fue la Cumbre Social por el Clima organizada en Madrid en tiempo récord y en coordinación con los movimientos chilenos, que demostró que estos espacios, aunque coyunturales, siguen siendo claves para asumir las agendas globales como propias y no desvincularnos de unas negociaciones con grandes implicaciones para nuestras vidas. Y, por otro lado, necesitamos recuperar la iniciativa desde los movimientos ecosocialistas y ecofeministas, asumir la construcción de agendas internacionales como una tarea clave para poder avanzar en las transiciones. Planteando propuestas que no se queden solo en la denuncia o en el diseño de modelos alternativos cerrados, sino que se atrevan a concretar medidas y a ponerlas en práctica. Un ejemplo en este sentido fue el Tratado Internacional de los Pueblos para el control de las empresas transnacionales (campaña global Desmantelemos el poder corporativo, 2014) que propone mecanismos de control para frenar las violaciones de derechos humanos cometidas por las empresas transnacionales, al mismo tiempo que busca consolidar herramientas de solidaridad internacional contra la impunidad corporativa. Otro ejemplo más reciente es el Acuerdo de Glasgow, un espacio de articulación global que busca que la sociedad civil cree su propio plan de acción, para no seguir esperando a gobiernos e instituciones internacionales, y que apuesta por la desobediencia civil como una vía para ejecutar estas acciones y “alcanzar las reducciones de emisiones indispensables hoy para prevenir una catástrofe climática”.

Desarticular las cadenas globales del capitalismo

Si pensamos en estrategias para poner en práctica la justicia global y responder a la emergencia climática, un ámbito estratégico son las luchas y propuestas que buscan desarticular las cadenas globales del capitalismo, ya sea desde el antiextractivismo, la defensa de derechos laborales o la lucha contra los tratados comerciales. Sin embargo, estas luchas se caracterizan por ser en general defensivas y reactivas, por lo que, si queremos pasar a la acción y tejer la justicia climática sin esperar a regulaciones o grandes transformaciones, debemos construir propuestas que aceleren este proceso de forma proactiva. Sin pretender dar ningún guión cerrado sobre cómo avanzar en esta estrategia, intentaré dar algunas pistas sobre cuestiones a tener en cuenta para poder sabotear o transformar las cadenas globales.

En primer lugar, creo que es imprescindible ser muy conscientes de la necesidad de asumir un enfoque decolonial y de devolución de las deudas ecológicas y económicas, especialmente en un momento pandémico en el que la tendencia general (tanto de gobiernos como de movimientos sociales) es la del repliegue hacia los ámbitos más locales que nos pueden hacer olvidar la necesaria dimensión global de las transiciones. En este sentido, la expansión de los procesos extractivistas y de expulsión hacia las periferias internas de los países desarrollados ofrece oportunidades y riesgos a la hora de tejer alianzas globales desde el antiextractivismo.

Por un lado, permite aflorar las “tendencias subterráneas”, un concepto utilizado por Saskia Sassen (2015) para explicar las dinámicas sistémicas que recorren el mundo. En principio, esta visibilización de dinámicas sistémicas debería facilitar la creación de una consciencia global que superara las tradicionales lógicas de solidaridad internacional norte-sur, en favor de alianzas bidireccionales y realmente globales, arraigadas en luchas concretas contra la especulación inmobiliaria, la turistificación o los megaproyectos energéticos y de transporte. Sin embargo, por otro lado, la profundización y expansión de los procesos de expulsión nos ubica en situaciones críticas en las que levantar la cabeza de las resistencias locales y cotidianas no es tan sencillo y, por tanto, corremos el riesgo de que estas nuevas luchas antiextractivistas se limiten a lo más defensivo y caigan en el no en mi patio trasero olvidando la justicia climática global, un riesgo contra el que es importante rescatar el lema ecologista de ni aquí ni en ningún sitio.

Contra esta tendencia es interesante, también, la apuesta de la soberanía energética que defiende que sí, que pongamos las infraestructuras en nuestros patios traseros, pero desde una democracia participativa real en la que sean las comunidades las que definan su modelo energético, teniendo en cuenta los recursos territoriales, los límites biofísicos del planeta y la justicia global. Asimismo, frente a estas realidades brutales que nos atrapan, es importante reivindicar los espacios de articulación global como espacios de respiro, ya sea por la creación de herramientas de solidaridad y protección internacional (especialmente en el caso de defensores y defensoras amenazadas), como por el potencial de compartir experiencias y generar espacios de reconocimiento mutuo. [3]

Otro ámbito en el que considero imprescindible incorporar la mirada internacional y decolonial es en las luchas sindicales por la transición ecosocial. En este ámbito, me preocupa especialmente que planteemos procesos de relocalización de la producción que se olviden de los territorios que han sufrido los procesos de deslocalización económica. Para evitar esto, necesitamos una planificación de las transiciones que tenga en cuenta el futuro de todos los polos industriales (los situados en países desarrollados y los ubicados en países empobrecidos). Algunas de las medidas que se podrían plantear en este sentido, y en clave de devolución de deudas económicas y ecológicas contraídas durante años de expolio, son la transferencia de tecnología para que se pueda mantener una actividad industrial vinculada a los mercados locales y las medidas de reparación de los ecosistemas y restauración de derechos vulnerados.

Más concretamente, en el ámbito de la producción, un primer paso necesario para desarticular las cadenas globales pasa por construir alternativas a la competitividad global y la internacionalización empresarial, que a menudo nos plantean el chantaje de la creación de empleo a cualquier precio. Las alternativas más o menos las tenemos –modelo autocentrado (Etxezarreta, 2020), soberanía alimentaria y energética, economía social y solidaria, etc.–, pero necesitamos avanzar mucho más en los pasos a seguir para que dejen de ser propuestas periféricas y puedan realmente definir el modelo económico y social. Estos pasos consistirán por un lado en seguir ampliando estas alternativas para articularlas y saltar de escala, pero también en ir cortocircuitando los procesos del capital global.

Un ámbito clave para ello es la construcción de estrategias internacionalistas desde el sindicalismo (entendido en un sentido amplio) para avanzar en la equiparación de derechos laborales y desarticular las lógicas de competitividad intraempresa. Ensayar huelgas globales, plantear cajas de resistencia internacionales, promover misiones sociales y sindicales, pueden ser vías para avanzar en este sentido. Acompañadas también de otras estrategias de movilización como los boicots o las campañas para dañar la imagen corporativa, y de estrategias de disputa institucional para confrontar las políticas de apoyo a la internacionalización empresarial, defendiendo su sustitución por unas políticas exteriores que se basen en el control público de las empresas, como las que plantea el Centro Catalán de Empresas y Derechos Humanos.

Por otra parte, desde el ámbito del cooperativismo y la economía solidaria, también sería interesante empezar a reflexionar sobre cuál sería nuestro marco para un intercambio justo. Entendiendo que, por mucho que relocalicemos producción y consumo, siempre quedarán ámbitos necesariamente internacionalizados. Además de plantear marcos de cooperación bidireccional que nos permitan fortalecer estos procesos de relocalización económica a escala global, a través de la cooperación política, financiera y tecnológica. Por ejemplo, tenemos mucho que aprender de las propuestas de cooperativismo agrario del Movimiento Sin Tierra de Brasil o de las empresas recuperadas argentinas (Uharte y Martí, 2019).

Muros de solidaridad para defender la vida digna

Por último, no quería cerrar este artículo sin abordar la que considero que debería ser la tercera pata de las agendas de transición internacionales: la desmercantilización y la defensa de la vida ante una ofensiva capitalista cada vez más brutal que profundiza la crisis de la reproducción social. Si bien es cierto que estos procesos se están dando principalmente en el ámbito local, que es desde donde se pueden tejer estrategias para sostener la vida –que van desde el apoyo mutuo hasta la disputa con el capital y las instituciones para la reapropiación de medios de vida (como pueden ser la tierra o la vivienda)–, no podemos olvidar tampoco la dimensión de la justicia global.

Como he explicado anteriormente, es evidente que los marcos multilaterales han fracasado en la garantía y protección de derechos y es por ello que debemos reactivar nuevas agendas populares para defender una vida digna en todos los contextos. En este sentido, un avance importante fueron las convocatorias de huelga feminista que consiguieron politizar la crisis de reproducción social y visibilizar la relación entre las violencias patriarcales, capitalistas y racistas, planteando las continuidades entre la violencia del despojo territorial y de nuestros cuerpos, denunciando así los procesos de precarización de la vida, explotación y acoso laboral a los que son sometidas mujeres y trans en todo el mundo. Al mismo tiempo que visibilizaban nuevas formas de lucha capaces de articular la disputa y la defensa de horizontes alternativos, con la construcción de respuestas materiales concretas para hacer frente a la emergencia. Sin embargo, la confluencia de este feminismo transnacional no consiguió plantear estrategias concretas para hacernos cargo de nuestras fuerzas y también cuidarlas, internacionalizando las estrategias de autodefensa y buscando vías para fortalecernos mutuamente. [4]

En este sentido, sería interesante seguir avanzando en los debates sobre cómo responder a los procesos de expulsión que seguirán profundizándose, y cómo transformar los marcos de solidaridad internacional desde una lógica anticapitalista y decolonial. Una consigna fundamental, en este sentido, pasa por abrir fronteras, con todo lo que ello conlleva (supresión de políticas migratorias, CIEs, devoluciones en caliente y deportaciones). Pero más allá de las transformaciones en el plano normativo e institucional, debemos afrontar el debate sobre cómo ampliar la autodefensa, la protección de la vida, desde marcos que superen el asistencialismo para basarse en la acogida y en la noción del internacionalismo popular. Situaciones como las que se viven en Palestina, Colombia y Ceuta (mientras escribo estas líneas) demuestran la importancia de asumir un internacionalismo radical, dispuesto a plantear boicots, enfrentarse con empresas locales que se lucran en contextos de violencia o fortalecer los espacios de acogida. En una agenda que no debería ser ajena al ecosocialismo y al ecofeminismo, ya que de nada sirve plantear propuestas de transición si olvidamos, como decíamos, las vidas que ya se están viendo colapsadas en este sistema basado en las expulsiones.

Al mismo tiempo, este compromiso con la justicia global debería ir acompañado de un compromiso radical para avanzar hacia modos de vida justos, transformando nuestra cotidianidad desde marcos colectivos que nos permitan vivir sin superar los límites biofísicos del planeta y sin depender de la explotación de otras personas.

A modo de conclusión

Siguiendo las propuestas planteadas, quiero concluir defendiendo un internacionalismo arraigado en el ecofeminismo popular, que asuma los aprendizajes de las huelgas feministas y los nuevos movimientos climáticos y que se aleje de las estrategias de incidencia oenegera alejadas de los movimientos de base. La masividad de las huelgas feministas fue el resultado de una confluencia de procesos que permitieron sacar el feminismo de los espacios cerrados de las vanguardias feministas (tanto en el movimiento como en la academia) y convertirlo en un movimiento popular. Un elemento clave para ello fue la capacidad de articular un internacionalismo desde los territorios en lucha, capaz de generar procesos de desestabilización global “porque primero existe en cada casa, en cada relación, en cada territorio, en cada asamblea” (Gago, 2019). Sin embargo, esta coordinación transnacional desde abajo no surge de forma espontánea, sino que requiere de espacios formales e informales para la articulación de agendas, y la creación de estas resonancias que permiten ir tejiendo una agenda común aunque arraigada en cada lucha por la defensa del territorio, los derechos laborales o las vidas dignas.

 

Referencias

Etxezarreta, Miren (2020) “De la globalització al model autocentrat”, Catarsi, julio.
Fraser, Nancy (2017) “El final del neoliberalismo progresista”, Sinpermiso, disponible en: https://www.sinpermiso.info/printpdf/textos/el-final-del-neoliberalismo-progresista
Gago, Verónica (2019) “Ocho tesis sobre la revolución feminista”, Lobo Suelto, septiembre.
Gleckman, Harris (2021) “COVAX: un órgano mundial de múltiples partes interesadas que puede acarrear riesgos sanitarios y políticos para los países en desarrollo y el multilateralismo”, Transnational Institute (TNI). Disponible en: https://longreads.tni.org/es/covax (25/05/2021).
Hayek, Friedrich A. (2007) [1944] Camino de servidumbre. Madrid: Alianza Editorial.
Oliveres, Arcadi (2021) Paraules d’Arcadi, què hem après del món y com podem actuar. Barcelona: Angle Editorial.
Pérez, Alfons (2021) Pactos verdes en tiempos de pandemias. El futuro se disputa ahora. Barcelona: ODG, Libros en Acción, Icaria editorial.
Sassen, Saskia (2010) Territorio, autoridad y derechos. Buenos Aires: Katz.
— (2015) Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz.
Uharte, Luis Miguel y Martí, Júlia (2019) Repensar la economía desde lo popular. Barcelona: Icaria.

 


Júlia Martí Comas forma parte de la redacción de Viento Sur y es miembro del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL).


Ver en línea : Viento Sur, nº 176, junio de 2021.


[2Ejemplo de ello es el Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19 (COVAX por sus siglas en inglés) que, a pesar de haberse convertido en el principal organismo para garantizar la salida de la pandemia a escala global, no depende de la ONU y la OMS, sino que está en manos de instituciones en las que participan empresas farmacéuticas, fundaciones corporativas y fondos financieros. Todos ellos involucrados en proteger los mercados comerciales por encima del derecho a la salud (Gleckman, Harris, 2021).

[3Esta reflexión surge de la participación en la elaboración del cuaderno “Resistencias feministas: relatos de estrategias colectivas” (FeministAlde, 2021).

[4Una reflexión importante en este ámbito es la que realizan Marusia López y Lolita Chávez en este artículo.