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Desconexión

Emilio Polo (La Marea, 17 de mayo de 2018)

Jueves 17 de mayo de 2018

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Stuart está asignado como operador de drones en la base aérea que el ejército de Estados Unidos tiene en Holloman, Nuevo México. Está casado y tiene dos hijas. Gran parte de su jornada laboral consiste en hacer tareas de vigilancia delante de un monitor. Esta vez le ha tocado ser protagonista de un operativo que culmina con el lanzamiento de un misil en una casa situada en una barriada de una localidad afgana donde se presume que hay una reunión de personas consideradas una amenaza para el pueblo americano. La operación tan solo lleva unos minutos, unos segundos si lo contamos desde que Stuart ha oprimido el botón de disparo de su joystick. En el monitor se puede apreciar cómo el objetivo se va haciendo cada vez más grande en la pantalla según va aproximándose el misil. Tras el impacto, la casa queda reducida a polvo y escombros. Stuart no tiene la impresión de haber matado a nadie, de haber realizado una ejecución extrajudicial. Ha sido una operación limpia, quirúrgica, la sensación de estar casi frente a un videojuego. Tras esta jornada laboral va a casa, juega con sus hijas, participa en una reunión en el colegio de ellas sobre cómo evitar el acoso escolar, es un padre modelo en su comunidad. Desconexión entre su responsabilidad moral y jurídica durante su jornada laboral en el remolque donde maneja un dron MQ-9 Reaper y el acto de matar, de ejecutar a personas a miles de kilómetros. Stuart logra poner distancia entre su vida y el horror que causan sus actos.

Un gobierno departamental en Perú, ante las protestas sociales por el deterioro de los páramos en la región de Cajamarca, ha convocado una reunión para sentar en la misma mesa a representantes de colectivos sociales, ONG internacionales y los delegados de la minera estadounidense que explota la mina a cielo abierto y que tantos problemas medioambientales está produciendo en el territorio. Entre estos últimos se encuentra William, consejero delegado de la empresa, que se ha trasladado a Perú desde Colorado exclusivamente para esta reunión. William no puede dar crédito a las acusaciones de ataque a los derechos humanos y ambientales producto de la actividad de su empresa que manifiestan las organizaciones y representantes sociales en varias intervenciones durante la reunión. Visiblemente molesto, toma la palabra y expresa su desconocimiento de tales delitos. Argumenta que él es una gran persona. Impulsó un convenio en su empresa para que se comprometiera internamente en la defensa y promoción de los derechos del colectivo LGTBIQ. Junto con su mujer, son reconocidos activistas por los derechos civiles de las minorías y por la defensa del agua y del medio ambiente en Colorado. Desconexión entre su altísima responsabilidad en la toma de decisiones en su empresa y la represión de activistas y la depredación de ecosistemas en el país suramericano. William había logrado alejar los impactos inmorales de su actividad empresarial y la de la toma de decisiones positivas para su comunidad.

Natalia reserva una tarde al mes para ir a comprar con sus amigas ropa a las tiendas de moda que han aflorado en la Gran Vía madrileña en los últimos años. Muchas de estas marcas de ropa tienen contratos con empresas en países donde las personas que confeccionan estas prendas apenas tienen reconocidos derechos laborales. Trabajan en situación muy cercana a la esclavitud en jornadas inmensas, en condiciones muy duras y por una miseria de salario. También muchos de los productos que comercializan estos almacenes del centro de Madrid producen unos impactos ambientales muy negativos en los ecosistemas, fundamentalmente en forma de residuos químicos que van a parar a ríos, llanuras e, incluso a través de diferentes tipos de emisiones, al aire. Cuando a Natalia una de sus amigas le pasó un vídeo en el que se relataban estos hechos, no podía creerlo. Ella se consideraba una buena persona, trabajaba duro para ganar un salario que no le daba para grandes lujos. Recicla en su casa todo lo que puede a pesar de la pereza que le supone tener cuatro recipientes distintos para esta tarea. Secundó los paros para la mejora de las condiciones laborales en su empresa y en contra de los despidos con los que amenazaba la gerencia, y participó en su barrio de la acción, casi espontánea, que en el vecindario se llevó a cabo cuando intentaron desahuciar a una familia sin recursos. Desconexión entre los impactos en otros lugares del mundo de la forma en la que consume Natalia y su forma de ser en el medio donde habita. Natalia nunca fue consciente de la responsabilidad de su manera de consumir con la degradación de las condiciones de vida de otros seres humanos en otras latitudes del planeta.

Estos tres casos no son ficción, son reales, aunque alguno de ellos sea difícil de imaginar. Estamos asistiendo como nunca antes en la historia de la humanidad al intercambio de datos en tiempo real entre la práctica totalidad de las personas que habitamos este planeta. Yo no lo llamaría información, son más bien datos sin procesar, sin posibilidad de reflexionar. Datos que en muchas ocasiones están orientados para generar miedo, para anestesiar, para invisibilizar. Pensados para el control y la manipulación. Sobresaturación de datos, en definitiva, que ponen una etiqueta de caducidad casi inmediata a cualquier amago de análisis sosegado sobre lo que acontece.

Se trata de un flujo constante y vertiginoso de datos que nos abre ventanas a lo que ocurre a miles de kilómetros de nuestras vidas. Y, sin embargo, asistimos al diseño frenético a escala global de sociedades en las que las personas que las habitan no son capaces de trazar un hilo conductor entre la violación sistemática de los derechos humanos de una parte importante de la humanidad y nuestra forma de vida, las políticas exteriores de nuestros gobiernos o la actividad de grandes corporaciones empresariales a las que les compramos productos o contratamos servicios. Se cimenta una arquitectura geopolítica que garantiza la desconexión entre lo que somos y hacemos y los impactos que eso tiene en las vidas de otros seres humanos y en las futuras generaciones.

La solidaridad entre los pueblos no pasa tan solo por lograr que los Estados destinen fondos públicos a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). O que las personas hagan algún tipo de donación a título individual que permita a las ONG u otras entidades realizar algún tipo de proyecto en algún lugar perjudicado por los impactos de este sistema depredador. También pasa por desactivar esta desconexión que invisibiliza y diluye las responsabilidades sobre lo que acontece en aquellos lugares damnificados por el modelo hegemónico capitalista. Inmenso reto el de conectar para denunciar, para hacer incidencia política, para transformar.

 


Emilio Polo Garrón es coordinador de Paz con Dignidad.


Ver en línea : La Marea, 17 de mayo de 2018.