OMAL

Sin aplausos

María González Reyes (Ecologista, nº 85, verano de 2015)

Sábado 29 de agosto de 2015

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I

Notas de violonchelo para contar que el mar se ha convertido en un cementerio. Él no murió ahogado. Era pescador y por eso pudo ayudar a que el cayuco llegara a la costa. Por encima de las olas. A pesar de las olas.

Vino un poco movido por la curiosidad y bastante empujado por los grandes barcos que se llevan los peces a otros países. No son sus peces, pero tampoco lo son de los que vienen de lejos a capturarlos. Los peces no son de nadie. Luego ya tienen un precio, dejan de ser peces, se convierten en pescados.

II

Un grupo de mujeres de distintas edades sale del metro, ocupan casi toda la escalera mecánica. Hablan pero no sonríen. Algunas nacieron en la parte del mundo que construye muros en las fronteras. Otras del otro lado. Van a un acto para exigir responsabilidades por las muertes de los que no llegan. Para rendir homenaje a las y los que están en el fondo.

Una piensa que las Madres de la Plaza de Mayo sacaron a sus hijas e hijos del mar. ¿Quién saca a los migrantes?

III

La muerte no nos iguala a todos. Ni a todas. A unos les llega el fin de la vida con medicamentos que disminuyen el dolor, a otras cuando las enfermedades no se han insinuado siquiera. Hay a quienes la muerte les coge contaminando. A otros cuando el clima cambiado les obliga a marcharse. Fronteras.

No es igual la muerte de un banquero o el presidente del FMI que la de un migrante sin papeles subido a un cayuco que, tiempo atrás, le servía para pescar.

IV

La vida surgió en el agua. Las primeras células encontraron en este medio el lugar idóneo para desarrollarse. La vida sigue ligada al agua. Por eso el agua tiene precio. El agua dulce contaminada hace que el PIB de los países suba. El agua limpia no. El agua privatizada hace crecer la economía. El agua pública no.

El agua salada se mete en los cuerpos que naufragan. Se queda pegada a la piel cuando llegan a la costa. Cicatriz salada que no se borra.

V

Su madre rompió aguas y, unas diez horas después, nació ella. No llovía justicia en su país, ni siquiera le salpicó un poco la duda. La justicia no cae del cielo, ni de las multinacionales, ni de los gobiernos. La justicia se construye, más bien, de abajo hacia los lados.

No quería que la esperanza se diluyera como los cuerpos en el agua. Un día fue a la frontera sur y colgó un cartel que decía “Os invitamos a venir”.

VI

Llegan.

A pesar de las fronteras algunas, algunos, llegan. Sin aplausos.


Ver en línea : Ecologista, nº 85, verano de 2015.