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Pies descalzos sobre la arena

María González Reyes

Martes 4 de abril de 2023

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No sé cuánto se habrá escrito sobre el mar, supongo que más que sobre la montaña, aunque en realidad no lo sé y en el fondo da igual. No hay que elegir. Yo ahora estoy sentada con todo un mar de frente.

Acabamos de estar recogiendo plásticos, microplásticos y basura en una playa. Ochenta adolescentes y algunas profesoras. Brisa fresca pero no suficiente para impedir que la actividad termine con un baño.

“Pero profe, si esta playa está súper limpia”, dijeron varios alumnos al llegar. Y, efectivamente, parecía una playa recién barrida. “No estoy segura de cómo va a funcionar la actividad”, le comentó una de las profesoras que acompañaba al grupo a las personas de la asociación que nos prestaron los sacos y guantes para la recogida de basura de la playa. “No te preocupes —le contestaron— hay algo que permanece de nuestro instinto recolector y esto siempre funciona, solo hay que aprender a mirar. Esta playa, aunque no lo parezca, está llena de pequeños trozos de plástico”.

Y así fue. La playa se llenó de grupos de adolescentes con sacos blancos movidos por el viento que se fueron llenando de basura. Sobre todo plásticos, pequeños plásticos. “Mira, hay azules, verdes, negros y blancos. Pero de los que más hay son de los azules”, dijo una alumna mostrándome en su mano trozos diminutos de plásticos de todos esos colores.

“Me ha encantado hacer esto”, me dijo otra alumna al terminar la actividad. “Estoy harta de lo del reciclaje. Reciclar no es una solución para todo esto, deberíamos hacer algo a la vuelta en el instituto para que todo el mundo se conciencie”. Y yo le sonrío y le doy un abrazo.

Justo es eso de lo que se trata. De darles la posibilidad de que se indignen, y para indignarse hace falta sentir los pies descalzos sobre la arena de una playa espectacular, sin casas ni actividad humana cerca, llena de trozos de plástico azules, verdes, negros y blancos. De ayudarles a que descubran las cosas que pasan en el mundo, las causas de su indignación y de darles espacios y generar procesos para que actúen.

Hay que aprender a ver las huellas que dejamos en el territorio, pero una vez que las ves ya no puedes dejar de mirarlas. Y hay algo que te escuece. Es como ser impaciente al tomar una infusión o algo caliente y sentir que el esófago te quema. A mí me pasa, aunque me moleste la sensación de la lengua quemada. Cuando veo una huella en el territorio es justo ahí, en el esófago, donde lo noto. Me quema, como cuando noto una infusión demasiado caliente y me produce la sensación de no poder respirar.

Pero respiramos. Siempre. Aunque parezca que no. A veces se saltan las lágrimas. Por el calor. Por los microplásticos y las aves muertas. Por saber que el fondo de ese mar está lleno de personas que no consiguieron llegar a la orilla. Porque sí llegan los plásticos y el petróleo y la basura.

Pero respiramos. Siempre. Aunque parezca que no. El sonido del mar parece decir que solo se trata de meter aire en los pulmones y darse cuenta de ello.

Ver en línea : El Salto, 2 de abril de 2023.


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