De mi infancia en la playa recuerdo que para llegar al mar había que pasar por un pinar del que cosechábamos piñones que nos ponían las manos negras, los paseos hasta las rocas mirando hacia la arena en busca de habitas, saltar las olas y bucearlas, hacerme la muerta para flotar sobre ellas y que mi abuela doblaba perfecta la chaqueta si se la quitaba cuando dábamos un paseo al final de la tarde que acababa con un helado que comprábamos siempre en la misma heladería que, según mi abuelo, había comenzado con un puesto diminuto cuando todavía no existía el paseo marítimo. Ninguna entrábamos en la habitación de mi abuela porque para jugar había otros espacios, pero yo, que era la mayor de las nietas que nos juntábamos en ese tiempo de verano, a veces me sentaba en la cama mientras ella abría el armario, ese universo donde la armonía nunca se quebraba, mientras hablábamos. Después no volví más. Hoy me escribió María "Tu playa te saluda y te regala esta canción de lluvia" y en la foto se ve mi playa, mi infancia. Y mi abuela diciendo "Aquí sigo, dame la mano y vamos juntas hasta la orilla para refrescarnos los pies".