La tristeza del domingo por la tarde no es de las peores. Porque sabes que habrá más domingos y que luego llegan los lunes y ya está. Todo sigue. Son peores otras tristezas. Las de las casas que se quedaron a medio construir. Las de pensar que no perteneces a ningún lugar. Las de sentirte siempre a la intemperie.

Me contó una amiga que el viernes se inauguró un lugar en un barrio de Madrid. El Ateneo la Maliciosa. Hicieron un acto. Parece que fue mucha más gente de la que cabía. Mucha gente con ganas de juntarse. Y cuando comenzaron solo dio tiempo a pronunciar tres palabras antes de que todo el mundo aplaudiese como cuando llueve empapándolo todo. Una de las tres palabras era ilusión.

Ese primer acto en ese lugar era para pensar a Ramón Fernández Durán 10 años después de su muerte. Yo no lo conocí, mi amiga sí y me contó un montón de cosas. De las que se dijeron ese día y de otras. Dice que nunca se negó a debatir nada. Que traducía el mundo complejo a un lenguaje que animaba a los movimientos sociales a hacer cosas con las manos. Me va a prestar uno de sus libros. Me apetece leerlo.

Me dijo que el acto terminó con un vídeo de fotos en las que salía mucha gente dando abrazos a Ramón. Parece ser que hicieron una mani a su casa para despedirlo. Con pancartas y todo. Estaba allí gente de todos los movimientos sociales de Madrid y de otros lugares. Todo el mundo junto.

Y pensaba que quizás se trate solo de eso. De comenzar por ahí.

Juntarnos para dar abrazos. Y, después, construir todo lo demás.