Desbordarse
María González Reyes
Lunes 31 de enero de 2022
Nunca lo dirías al verla, siempre con alguna prenda de ropa roja puesta cuando sale a la calle y esa forma de cantar melodías pegadizas en los bares en cuanto se bebe el primer vino, pero lo cierto es que se desborda con mucha más facilidad que tú o que yo con las cosas cotidianas. Me refiero a esas cosas que pasan sin que te preguntes por qué, cómo te afecta, para qué lo haces. Cosas como correr para llegar a tiempo a cualquier lado sabiendo que, de todos modos, siempre llegas tarde, o como comenzar el día oyendo las noticias mientras te duchas y, después, secarte el agua del cuerpo con empeño aunque sabes que no sucederá, porque quitarte las gotas es mucho más sencillo que lograr que no se te quede pegado al cuerpo el mundo entero con sus problemas. Cosas como la tristeza de los domingos por la tarde, cuando te asomas de nuevo al torbellino del lunes en el que se queda enredada toda tu energía en un trabajo que no elegirías, o como notar que se te amontona un cansancio que hace que el deseo ya no encuentre huecos por los que colarse.
Pero ese desbordarse hace que, ella, haga algo que en este mundo de movimiento incesante de materias primas y mercancías y personas, suena a revolucionario.
Se para.
Y grita.
Y mira.
Y ve a otras personas, muchas son mujeres.
Comienza a llover. Ella está caminando como si sus pies pertenecieran al asfalto. Llega a la zona más alta desde la que se puede mirar el mar, el final de un paseo marítimo que fue muy polémico en su construcción. Se asoma. Más de medio cuerpo fuera. Le gusta esa sensación. Viento. Agua de lluvia. Mar. Y ella.
Abajo, las gotas que caen cada vez más fuerte dejan huellas en la arena. Miles de gotas. Todas juntas. Cada una cayendo a su manera. Pero todas a la vez. Juntas. Gotas que transforman la playa que parece inmensa desde allí arriba.
Quizás se trate de eso. Piensa.
Ahora ya sabe por dónde empezar.
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