Carmen

María González Reyes

Domingo 23 de enero de 2022

Juan me escribe. He amanecido con el corazón arrugado, dice, mi madre ha muerto hace unas horas.

Cierro los ojos. Silencio. Los vuelvo a abrir. Sigo leyendo.

Mi madre fue mi primer contacto clandestino. Escribe Juan. Eso te puede dar una dimensión de lo cercanos que éramos. Era mi buzón. Con ella me dejaban informaciones con el nombre en clave que ella manejaba y todos los días pasaba nota: "Llamaron a Walter y dijeron ...". Reproducía la conversación con pelos y señales. Siempre estuvo pendiente de mi seguridad. Llegamos al punto en que la casa donde vivía se convirtió en una casa de seguridad. Ella recibía, sin preguntar, a compañeros y compañeras que tenían que estar uno o dos días en la ciudad. Siempre atenta. Sin decir más de lo necesario. Sin preguntar más de lo requerido. Como se comportan los seres sabios.

De ella recuerdo sus ojos capaces de deshacer nudos sin palabras y su intuición para medir la longitud de los silencios. Ella, la madre de Juan y de ese otro hijo que asesinaron por no callarse ante las injusticias. Ella. Carmen.

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