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Pequeño diccionario de ecofeminismo

María González Reyes (Milenio, 2021)

Domingo 21 de noviembre de 2021

Les preguntaron a las niñas y los niños qué significaban algunas palabras. Palabras que hablan de cuidar a la naturaleza y de cuidar a las personas. Que ayudan a poner la vida en el centro. Aunque tienen pocos años, saben definirlas porque son conscientes de la importancia de la rugosidad de los árboles para poder treparlos y conocen los mejores recovecos del bosque para jugar al escondite y sienten, en algún momento de cada día, que los besos y las canciones son igual de importantes que poder comer cuando cruje el estómago. Después, con las palabras de cada letra del abecedario, surgió una historia...

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A

Abrazos

Situación cómoda donde me siento feliz, querida y a gusto.
Alexia, 8 años

Abrazar es cruzar los brazos sobre una persona para estar con ella.
Augusto, 9 años

Es algo que me sienta muy bien y que me ayuda cuando me siento mal.
Martín, 8 años

Alegría

Cuando estáis todos juntos a mi lado.
Martina, 6 años

La alegría es la expresión de contento.
Hugo, 7 años

La alegría es una persona feliz como cuando me como un helado.
Chloe, 6 años

Alternativas

Cambiar las cosas.
Ivet, 6 años

Como el rock alternativo, no hacer caso a la norma.
Mateo, 9 años

Hacer otro camino.
Lluc, 9 años

Amamantar

Amor entre la mamá y el hijo o la hija.
Olalla, 8 años

No sé lo que es, no me lo han explicado en clase.
Nil, 6 años

Alimentar.
Miriam, 7 años

Amor

Querer mucho a una persona y no querer separarte.
Lucas, 6 años

Cuando una persona trata bien a otra persona.
Maryam, 8 años

Que las personas se quieren.
Olivia, 6 años

Árbol

No quiero que los talen. En el cole hemos plantado un olivo que era pequeñito. Ahora habrá crecido.
Martina, 6 años

El árbol de casa de güelita tiene dos nidos.
Leire, 7 años

Es una planta, que es muy importante en nuestra vida, porque sin ella no podemos respirar. Y si no respiramos, nos morimos.
Mar, 9 años

 

Esta historia trata sobre el amor. Pero no de un amor cualquiera. Trata de un amor que pudo cambiar cosas que parecían imposibles. Todo ocurrió en las aldeas próximas a las montañas más altas del planeta, los Himalayas, hace algunas decenas de años.

Hay una expresión que dice que «el amor es capaz de mover montañas». En realidad lo que ocurrió no es que las cambiaran de lugar, lo que consiguieron fue algo diferente, pero casi tan increíble como hacer que se mueva una montaña.

Todavía no lo había dicho, las protagonistas de esta historia son un grupo de mujeres campesinas.

Como todas las mujeres, estas también eran distintas las unas de las otras. Elegían colores diferentes para sus ropas, tenían sabidurías diversas y no les gustaba cantar del mismo modo. Pero todas tenían algo en común, amaban con la misma intensidad a los robles y los rododendros y los demás árboles de los bosques que rodeaban sus aldeas.

Para ellas los bosques eran mucho más que el lugar de donde extraían la leña para calentarse y cocinar, o el forraje para sus animales, o el material para las camas del ganado, o la sombra bajo la que sentarse a amamantar a sus bebés, o el sitio donde charlar en los meses de más calor.

Los árboles eran para ellas la vida misma.

Pero todo eso no lo sabían los dueños de las empresas multinacionales que se presentaron allí un día con la intención de talarlos. Quizás esa fuera la razón de que no se imaginaran que un grupo de mujeres iba a tratar de impedir que llevaran a cabo su propósito.

Para ellos esos árboles eran solo miles de metros cúbicos de madera que les servirían para ganar mucho dinero una vez que los hubieran cortado. Quizás por eso no pensaron que sus máquinas podrían ser detenidas por la fuerza más poderosa, esa que es capaz de mover montañas.

Las mujeres no tardaron en reunirse bajo el árbol con más sombra para pensar alternativas que impidiesen la tala. Después de hablar mucho acordaron una estrategia para detener a esos hombres y sus máquinas.

Juntas pensaron cómo defender la vida de los robles y de los rododendros, que era, también, defender su propia vida.

Puede que se les ocurriera construir una valla que rodeara todo el bosque para tratar de protegerlo, o que pensaran en tirar piedras a las sierras eléctricas para romperlas, o que pusieran al ganado en medio de los caminos para que las máquinas rompeárboles no pudieran llegar.

Pero lo que hicieron fue otra cosa.

Cuando los taladores llegaron, lo que se encontraron fue algo que nunca imaginaron. Varias mujeres se habían colocado en círculo, dadas de la mano, alrededor de cada uno de los árboles, rodeándolos. Los abrazaban para que nadie los cortara.

Su estrategia para salvar a los árboles fue abrazarlos.

Estaban convencidas de que lo conseguirían. Quizás por eso lo lograron, porque se sintieron capaces, porque sabían que si el amor es fuerte como una piedra pulida por el río, puede conseguir incluso lo que parece imposible.

Y los trabajadores de la empresa se tuvieron que marchar con sus camiones vacíos de madera.

La manera que encontraron esas mujeres para proteger la vida fue abrazar. Por eso se llamaron mujeres Chipko, porque «chipko» en su lengua significa abrazo.

Abrazo como la fuerza del viento que mueve las nubes.

Abrazo como el aire del comienzo del día cargado de posibilidades.

Abrazo como la alegría de las semillas cuando reciben la lluvia.

Abrazo como la convicción de que cuando las pieles se juntan consiguen lo que por separado es imposible.

Abrazo de mujeres que defienden y cuidan las montañas.

Ver en línea : Pequeño diccionario de ecofeminismo.


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