Oxímoron me suena a grupo de teatro que ensaya en su propia casa porque no tiene otro lugar. A un grupo, pongamos de tres personas que podrían llamarse Mario, Beto y Ali, que se juntan un rato antes del ensayo (en la casa de Mario, que es la más grande) para deshacer el salón. Y una vez que está vacío de la mesa baja que sirve para comer pizza sentados en el suelo (con o sin cojines, dependiendo de la época del año) de la banqueta sobre la que está la planta que crece colgando, de las sillas desconchadas , el sillón de orejas, el perchero de pie y la mesita donde vaciar los bolsillos de lo acumulado en el día. Entonces, ese grupo de tres, que le gusta entremezclarse hasta confundir dónde comienza el cuerpo de uno y donde termina el de la otra, siguen los mismos caminos impredecibles de las semillas de arce al caer para crear sus obras.

Aparecen entonces en el salón que ya es escenario dos personas que caminan cogidas de la mano por una ciudad que no conocen o gente que se sumerge en el océano para comprobar si es verdad que está lleno de basura o prados verdes sobre los que hacer volteretas.

A menudo hablan de la memoria. De la suya. De la de otras.

A veces, pongamos un lunes de cada tantos meses, abren la puerta de la casa por si alguien quiere pasar a ver.