—Cuando fui a buscarlo a la guardería estaban todos sentados en el orinal menos el mío. Le pregunté a la señorita ¿por qué mi hijo no está con los demás? Y me contestó que les gustaba que fueran todos iguales y les faltaba uno. No me quedó claro si iguales los orinales o los niños, porque el único morochito era el mío y fue el que se quedó sin sentarse junto a los otros. Al llegar a casa me dijo que al día siguiente quería llevar el orinal de la casa a la guarde y así poder hacer lo mismo que el resto.

—Yo por eso no traigo a mi niña acá y prefiero que esté allá con la abuela. Sandra, la que trabaja de interna por Ventas, lleva tres cambios de colegio con su hijo, le tratan mal los otros chicos. En el colegio le dicen que no es bullying, que lo que pasa es que no se integra.

—A toditos se lo hacen. Integrarse no significa dejar de ser lo que sos vos, no me gusta esa palabra integración como la usan acá.

—Sandra se agarró una depresión por lo del hijo. Lleva seis meses, le recetaron unas pastillas pero nada, no mejora.

—¿Y será que acá los colegios son todos así o habrá alguno donde no hagan diferencias según tu piel?

—No es solo por la piel, es también por el dinero.

—Y sí, la piel, la plata y nosotras además mujeres. Lo tenemos todo. Ja, ja, ja.

—Ja, ja, ja. Solo nos falta enfermar o rompernos algo y quedarnos con una discapacidad permanente.

—Ja, ja, ja.

—Amiga, me bajo, ¿mañana libras?

—No, esta semana me toca el martes nomás.

—Nos encontramos entonces en el andén a las siete y diez.

—Cuidate.

—Y vos acordate de reírte un rato largo hoy.

—Si no lo consigo te llamo.

—Claro, ya sabes que yo tengo siempre chismes y chistes preparados.