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La respuesta de la economía popular a la crisis

La organización colectiva para hacer frente a la pandemia

Juliana Hernández y Gerardo Avalle (Monográfico OMAL, nº 2, febrero de 2021)

Sábado 20 de marzo de 2021

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La pandemia del COVID-19 dejó al descubierto, más que ninguna otra circunstancia, la realidad escandalosa y cruel del capitalismo neoliberal en América Latina, y en Argentina en particular. Este modelo hegemónico, que se impuso con distintas modulaciones desde hace más de 30 años en el país, favoreció el robustecimiento del mercado y del sector privado, produciendo enormes transferencias de riquezas y cesión de actividades y recursos para su exclusiva explotación. Resultado de esta racionalidad es que una élite concentra cada vez más poder, mientras que una mayoría es expuesta a condiciones alarmantes de precariedad laboral, sanitaria, habitacional, económica, educativa.

De eso dimos cuenta en el informe titulado “La Foto Revelada”, que publicamos en agosto de 2020. Allí mostramos que la pandemia, lejos de ser la causa o el origen de una crisis, recrudeció y profundizó las desigualdades sociales existentes, bajo una fuerte afectación de las medidas promovidas por el Gobierno anterior. Es decir, desnudó “la Argentina de las mascarillas y la Argentina donde no hay ni para lejía”, mostrando una realidad marcada por profundas desigualdades.

En ese informe también expusimos que, en el marco del confinamiento obligatorio, las demandas y acciones de protesta fueron protagonizadas por diversos actores colectivos en la escena pública. En muchos casos, han sido las organizaciones sociales las primeras en reaccionar, dado que más del 40% de la población desarrolla trabajo informal, fundamentalmente en la calle. Amparadas por la urgencia, las organizaciones desplegaron un conjunto de medidas esenciales y prioritarias, apelando a las experiencias acumuladas para hacer frente a la necesidad y a la emergencia de los sectores empobrecidos. Los movimientos sociales fueron claves, en todo caso, en el acatamiento de las medidas de aislamiento y en permitir reforzar el sistema de salud y de cuidado de los sectores más vulnerables, a diferencia de otros sectores de la población que reclamaban “libertad”, vitoreaban “infectadura” y “gobierno de científicos”.

Frente a la pandemia, la estrategia colectiva

El confinamiento no aisló la lucha social. Si bien la ocupación de la calle se redujo en el inicio de la cuarentena, la organización se expresó en acciones centradas en los territorios y orientadas a defender la vida. Todas ellas inscritas en lo que actualmente se conoce como organizaciones de la economía popular. Las tecnologías y las redes sociales también dieron lugar a que diferentes colectivos generaran formas creativas de actuación y manifestación, mucho más allá de la difusión de comunicados y denuncias.

En una economía con altos niveles de trabajo informal y precario, la circulación se torna una necesidad básica para conseguir ingresos y, a pesar de las políticas nacionales de atención a la emergencia, la demanda por “rebuscarse el plato” aumentó significativamente. Abastecer comedores comunitarios, acopiar alimentos, asistir con canastas de comida a las familias, así como el reparto de abrigo y kits sanitarios, devinieron en los componentes principales de la estrategia social, sobre todo cuando la demanda aumentó más del doble en cada uno de los centros comunitarios.

Posteriormente a la escasez de comida se le sumó la dificultad de conseguir los recursos económicos. Así, las organizaciones innovaron en estrategias de captación de fondos, siempre apelando a la solidaridad colectiva. Por ejemplo, recurrieron a las redes sociales para difundir festivales musicales, teatrales o charlas on-line como fuente de ingresos.

De igual modo, y advirtiendo que las mismas posibilidades de aislamiento que dispone la clase media son inexistentes, las organizaciones tuvieron que idear estrategias para garantizar el confinamiento barrial. En el país, cuatro millones de personas viven en barrios populares, es decir, urbanizaciones precarias, con condiciones de hacinamiento, y que no disponen de servicios básicos como agua y luz instalada. Las recomendaciones sobre cuidados para evitar contagios se vuelven dificultosas cuando lavarse las manos puede ser un problema si escasea el agua potable; donde no existe infraestructura adecuada para “aislar la vivienda” frente a un caso sospechoso o confirmado.

Esta condición de pobreza estructural llevó a la militancia social a pensar otras medidas para cumplir con la cuarentena. Al abastecimiento de alimentos se le sumó la disponibilidad de kit de limpieza, medicamentos y bidones de agua. Las cooperativas textiles fueron contratadas para producir elementos sanitarios como guardapolvos y mascarillas. También, como apoyo al confinamiento, se iniciaron campañas como las de “Quédate en tu barrio”, una propuesta de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), que promovió la permanencia en el barrio evitando la circulación por fuera de la zona de residencia.

Las condiciones de hacinamiento desencadenaron de este modo nuevos riesgos. Por ejemplo, se intensificaron los casos de violencia intrafamiliar, principal causa de femicidios en el país. En el informe ya citado reflejamos que, en un análisis comparativo con años anteriores, no existió un aumento o disminución sustancial de la cantidad de femicidios debido al confinamiento. Sin embargo, sí se modificó sustancialmente el lugar donde ocurre: 75% en el domicilio de la víctima, y 11%, en la vía pública.

En los barrios, organizaciones como La Garganta Poderosa, reforzaron una práctica colectiva que ya venían desarrollando previo al confinamiento. Se trató de “guardias de mujeres”, es decir, se designaron compañeras para monitorear denuncias y amenazas que sólo circulan en ámbitos de confianza, con guardias en casos particulares y con muchas vecinas trabajando desde sus hogares para salvaguardar la vida de otras compañeras.

Otra estrategia que se vio favorecida y potenciada fue la producción agroecológica en sectores urbanos y rurales que, mediante redes sociales, logró una gran difusión, a precios mucho más económicos que en las grandes cadenas de supermercado, con modalidad de entrega a domicilio. Estas organizaciones también efectuaron sistemáticas donaciones de alimentos para los sectores populares.

Por su parte, los sectores económicos concentrados siguieron actuando como si la pandemia no existiera. Hubo varias corridas cambiarias intentando desestabilizar la moneda local; resistieron la estatización de una gran empresa agroalimentaria como Vicentín, que estafó y dejó endeudados a miles de productores y productoras rurales de varias provincias; amenazaron con cambiar el domicilio fiscal a países del extranjero que funcionan como paraísos fiscales; acopiaron productos para especular con los precios; incluso no liquidaron exportaciones para restringir el ingreso de divisas. En fin, capitalismo vernáculo. A esto, el Estado respondió generando moratorias impositivas, créditos a tasa cero, reducción de retenciones, etc.

En el territorio, lo comunitario

Las organizaciones sociales diseñaron estrategias comunicativas para difundir acciones de cuidado frente al COVID. Utilizaron mucha imaginación para enfrentar la mala conectividad, las pocas computadoras y la falta de datos. Construyeron escenarios virtuales para mantener las discusiones y el encuentro cuando la asamblea presencial se tornó imposible. Como los zapatistas, llamaron “a no perder el contacto humano, sino a cambiar temporalmente las formas para sabernos compañeras, compañeros, compañeres, hermanas, hermanos, hermanes”.

En la mayor parte de los rincones del país, son las organizaciones sociales las que devienen en únicos agentes en los barrios marginales. Incluso, en los únicos administradores posibles ante la escasa llegada por parte del Estado. Frente a las propuestas públicas, la reacción social de ciertos sectores de la población se sumó al discurso monocorde de los grandes monopolios mediáticos, reforzando las subjetividades de una crisis caracterizada por el individualismo, la apatía y el consumismo. Como contracara, la lucha de las organizaciones sociales continúa siendo la construcción de lazos comunitarios distantes de las lógicas del capital. La manera de resistir de forma colectiva a las múltiples formas de precarización de la vida es, por tanto, una de las claves. Las construcciones de lo próximo, lo cercano, lo inmediato ayuda a los movimientos sociales a enfrentar esta pandemia.

 


Juliana Hernández y Gerardo Avalle son parte del Colectivo de Investigación El Llano en Llamas, Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL), UA Conicet-UCC, de Córdoba, Argentina.

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Ver en línea : Monográfico OMAL, nº 2, febrero de 2021.


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