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Capitalismo digital: dinámicas actuales de acumulación y resistencias populares

Marianna Fernandes y Renata Moreno (Monográfico OMAL, nº 2, febrero de 2021)

Lunes 1ro de marzo de 2021

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Cada vez más dimensiones de la vida cotidiana están conectadas a la esfera digital. Las formas en las que a diario nos comunicamos, circulamos en los espacios públicos, trabajamos y ejecutamos diversas actividades están en profundo proceso de cambio.

Representantes de los intereses de grandes empresas, así como de proyectos políticos antidemocráticos, intentan convencernos de que estos cambios son buenos: la creciente mediación digital del vivir es el primer paso hacia un futuro inteligente, desarrollado, en el que las máquinas reemplazan a los humanos y el trabajo llega a su fin.

Mientras tanto, lanzando una mirada más allá del relato oficial, asistimos a una realidad generalizada en la que estas transformaciones no se traducen en mejoras en la vida de la mayoría de las personas. Al contrario, se agudizan las dinámicas de explotación de los cuerpos, trabajos y territorios, seña de identidad del capitalismo heteropatriarcal y racista.

¿Cuáles son, entonces, las características que distinguen la actual fase de avance del capital de sus momentos anteriores?

El capitalismo digital tiene la datificación, es decir, la extracción y acumulación masiva de datos, como uno de sus principales pilares. Cada dato es información en formato digital, registros de lo que hacemos cuando estamos conectadas a las redes. Su almacenamiento, sistematización, categorización y correlación supone una importante fuente de ganancias para empresas transnacionales como Facebook y Alphabet (dueña de Google). En consecuencia, la vigilancia masiva es condición estratégica para sustentar la acumulación en base a los datos como materia prima.

A su vez, esta minería de datos en todas las esferas de la vida se traduce en todo tipo de aplicaciones (apps, software, web, redes sociales, servicios inteligentes, etc.), a partir del uso de algoritmos. Estos filtran y clasifican informaciones a partir de instrucciones programadas, convirtiendo los datos en mercancía. Redes como Instagram (Facebook), o sitios web como Youtube (Google/Alphabet), tributan a un enorme mercado de compra y venta de datos personales sistematizados, sostenido sobre la necesidad de que las personas estén cada vez más tiempo conectadas.

A su vez, toda esta estrategia de acumulación requiere de una base material, sin la cual todo el edificio digital no podría existir. Esta tiene su origen en dinámicas de acaparamiento y desposesión en los territorios, así como de destrucción de la naturaleza. En este sentido, todos los dispositivos digitales (portátiles, tabletas, teléfonos inteligentes, sensores, etc.) son extremadamente dependientes del extractivismo minero. Por ejemplo, la producción de un iPhone requiere de aluminio, arsénico, carbono, cobalto, niobio, tántalo, cobre, oro, hierro, platina y silicio, entre otros minerales. De este modo, la digitalización también puede estar impulsando una nueva ola de extractivismo a escala planetaria, en los territorios históricamente acaparados por el extractivismo, como África y América Latina, pero también hacia las grandes reservas de “tierras raras” en China y en su búsqueda en Europa.

Además, la extracción, transporte, almacenamiento y procesamiento de datos son actividades altamente consumidoras de energía eléctrica. En países del Norte y Sur Global, empresas de “energía renovable” están ya construyendo enormes parques eólicos, por ejemplo, para alimentar la demanda de estas empresas. Es el caso de Vattenfall, una empresa sueca que opera un enorme parque eólico en Holanda. Esta, en vez de abastecer a 370.000 hogares –como podría hacer, si quisiera– destina su producción energética a alimentar la infraestructura de almacenamiento de datos de Microsoft.

Pero el capitalismo digital va más allá de la datificación. Lo que se llama inteligencia artificial se refiere a la automatización de procesos de clasificación, reconocimiento de padrones, previsión y predicciones, realizados por sistemas algorítmicos que se alimentan de gigantescas bases de datos para viabilizar su “aprendizaje”, desde ahí, suelen influenciar e imponer decisiones públicas y privadas. Y eso tiene profundas implicaciones en términos de control, vigilancia y acumulación en diferentes ámbitos de la vida, como son la salud, la educación, los transportes y la gestión urbana. Por ejemplo, en el estratégico sector de la agricultura y la alimentación, megaempresas agroindustriales convierten su control de los datos en servicios y productos que afianzan su poder y su agenda mercantilizadora, a través de la inteligencia artificial.

Es el caso de la corporación surgida de la absorción de Monsanto por Bayer, producida en 2016. De este modo, el monopolio de semillas, pesticidas, drones y sensores, así como el procesamiento de datos sobre el clima y conductores genéticos que interfieren en todo el ecosistema, convergen en la avanzada de las corporaciones hacia el control de la vida. La llamada agricultura 4.0, con todas sus innovaciones, sigue apostando por un relato de desarrollo y eficiencia, el mismo desde la revolución verde del siglo pasado, repleto de discursos y herramientas tecnológicas que ofrecen falsas soluciones, así como una contracara de mercantilización, acaparamiento y control corporativo. Se incorporan de este modo preocupaciones sociales como el alimento sano, se proponen herramientas de trazabilidad de los alimentos, etc., para entonces inocular el mensaje de que solo bajo el paraguas del control y poder corporativo se avanzará, atacando en consecuencia los principios y las bases de la soberanía alimentaria y las economías campesinas como propuestas políticas.

Así, al igual que los datos son acaparados por grandes corporaciones digitales privadas, en el caso de la agricultura se delega la confianza sobre el origen del producto a procesos de certificación y trazabilidad controlados por grandes empresas, atacando los modelos de vida de los y las campesinas. En ese proceso, son negados los conocimientos tecnológicos de las mujeres agricultoras, y los paquetes tecnológicos se presentan en los discursos de inclusión y empoderamiento (ocultando la pérdida de autonomía que conllevan).

En consecuencia, y en múltiples sectores económicos más allá de la agricultura, se está produciendo un proceso de convergencia tecnológica en el que los datos y la inteligencia artificial tienen una evidente centralidad. El grupo ETC propone mirar a esa tendencia bajo la sigla DAMP, que se refiere a las tecnologías digitales basadas en datos; automatización, robótica y detección; el mundo molecular; manipulación del planeta e ingeniería de ecosistemas. La convergencia entre esas tendencias se evidencia en los movimientos de las corporaciones transnacionales -fusiones, adquisiciones, registro de patentes, etc.- en las que la propiedad privada, los oligopolios y la explotación siguen siendo conduciendo la acumulación capitalista.

Plataformización

Otra herramienta importante para el capitalismo digital son las plataformas, un modelo de negocios dependiente de la extracción y acumulación de datos, con una íntima relación además con el sector financiero. Uber, Didi, Airbnb, Google, Facebook, Alibaba, Amazon… todas estas empresas -¡y muchas otras!- tienen en común el hecho de utilizar el modelo de plataformas que ponen cada vez más esferas del vivir en lógica de cercamiento, utilizando el capital financiero para construir y consolidar su posición dominante. Las fronteras entre plataformas y bancos se borran en este sentido, ambos operando de forma cada vez más similar. Algunas plataformas tienen incluso más activos financieros que importantes bancos de inversión.

Como consecuencia, las plataformas tienen cada vez más poder para determinar las reglas del juego, incluso en la esfera laboral. El trabajo precario en las apps se torna una realidad para cada vez más personas en el mundo, mientras que estas empresas evitan reconocer la existencia de vínculo laboral. Labores que ya existían antes están siendo transformadas, mientras que nuevas profesiones están emergiendo de la plataformización, ya naciendo precarizadas, periféricas, y basadas en la división sexual y racial del trabajo. Es el caso, por ejemplo, del trabajo en apps de trabajo doméstico y de cuidados como care.com (conocida como la Amazon de los cuidados), que tiene en Google/Alphabet como uno de sus principales accionistas. O el caso de UberEats, Glovo, PedidosYa, entre otras corporaciones de entrega de comida a domicilio. También es lo que ocurre en los espacios de micro-trabajo, que proliferan en el Sur Global, donde trabajadoras y trabajadores pasan muchas horas dedicándose a tareas fragmentadas, repetitivas, monótonas, en condiciones precarias, sin las cuales internet tal como la conocemos no existiría.

En este sentido, el hecho de que se difundan cada vez más empresas-plataformas bajo fórmulas difusas de relacionamiento laboral (donde el poder de mando parece diluirse) está alterando el proceso de trabajo en sí mismo, además de poner en juego el control de los datos generados por trabajadores y trabajadoras. De hecho, lo que se observa es que las plataformas están reorganizando el conflicto del capital contra la vida, relevando también la centralidad del control capitalista del trabajo en este proceso.

En la pandemia, el trabajo remoto ha acelerado el uso de herramientas de gestión de productividad y de comunicación online, así como el distanciamiento social ha introducido a millones de personas en dinámicas virtuales de socialización, intensificando la dependencia de las redes. Las empresas plataforma han vivido un crecimiento expresivo, adentrándose en la vida cotidiana de más y más personas, y siendo la alternativa de alguna generación de ingresos mientras los estados no se responsabilizan con las condiciones de vida y la pobreza. Eso ha significado que más partes de nuestra vida hoy se realiza por medio de plataformas privadas, cuyos eslabones de explotación y extracción se distribuyen a lo largo de toda su cadena.

Claves feministas para entender el capitalismo digital

No obstante, que el trabajo cambie sus modalidades, no significa que sea su fin, o que pierda su relevancia para la acumulación capitalista. Para comprenderlo, los acumulados feministas sobre el trabajo se vuelven aún más centrales. En este sentido, los referentes son cada vez más evidentemente la precariedad conocida por las mujeres trabajadoras, el trabajo no pagado, así como invasión de la vida personal por la exigencia de estar siempre disponible (al trabajo, a los otros, a la limpieza de los espacios), con nuestros tiempos acaparados por las estrategias invisibles que cazan nuestra atención, miradas y cliques.

La perspectiva feminista del conflicto-capital vida es clave, por ejemplo, para abordar el lugar de los cuerpos en la dataficación. En un proceso acelerado de control y expropiación de los tiempos, en el que la precarización generalizada del trabajo y la vida exige malabarismos para vivir (mientras nos quitan los horizontes), las enfermedades mentales son una realidad creciente. En Brasil, por ejemplo, el uso de aplicaciones relacionadas a la salud mental y la ansiedad, muchas de ellas financiadas por grandes corporaciones de tecnología como Apple, ha crecido muchísimo durante la pandemia. Corporaciones tecnológicas y farmacéuticas se alían para ofrecer falsas soluciones a los malestares del cuerpo, considerándolos de manera fragmentada, prometiendo el equilibrio (imposible) entre productividad ininterrumpida y bienestar individual. Este es más un tema que permite asociar la dataficación a la racionalidad neoliberal y la pérdida de lazos sociales bajo el neoliberalismo. En ese mismo sentido, los impactos de la dataficación se amplían sobremanera con los ataques a la salud pública.

Privatización y soberanía atacada

El enfrentamiento al poder corporativo digitalizado tiene un componente importante de defensa de lo público. Es en los procesos de privatización y alianza público-privada donde las empresas high tech avanzan en la conformación de monopolios digitales, poniendo en marcha su poder tecnológico y sus enormes bases de datos, buscando ampliarlas aún más.

En Brasil este fenómeno está totalmente evidenciado en el objetivo de privatización de empresas públicas de tecnología, como el SERPRO, que procesa casi todos los datos de la vida pública en el país. O sea, todo lo relacionado con la ejecución presupuestaria del Gobierno, las facturas de empresas de distintas escalas, lo relacionado con el tránsito, los bancos de donación de órganos, el impuesto de renta, etc. Esa empresa es blanco de ataque sistemático, iniciado por el retroceso en la política de software –Bolsonaro abandonó el uso y desarrollo de software libre, pasando a las licencias propietarias– y el acuerdo reciente con los servicios de nube de Amazon. Así, se vulnera la protección de los datos personales y del Estado brasileño, y somete todo a una corporación transnacional que, por la ubicación de sus servidores, está subordinada a entregar los datos al Gobierno de los Estados Unidos. La soberanía tecnológica y de los datos se convierte, así, en un componente político de la soberanía nacional y de los pueblos.

Resistencias

El relato del poder corporativo en el capitalismo digital es hacernos creer que no hay alternativa. No obstante, crearlas, imaginar colectivamente un horizonte distinto, utopías que nos ponen en marcha en los momentos más duros, es una fortaleza de los pueblos que luchan.

Poner al capitalismo digital y sus estrategias en debate -público, político, común- es condición para definir los términos de la disputa que desde los movimientos queremos llevar adelante. La formulación del derecho a la desconexión desde los y las trabajadoras amerita ser ampliada a diferentes comunidades: decidir colectivamente de este modo qué de la vida se quiere hacer digitalmente y qué no, ya que la digitalización no es siempre deseable ni inevitable; conocer cuáles son las herramientas disponibles, sus impactos en términos de vigilancia, concentración de poder, mercantilización, etc., y decidir en consecuencia sobre sus usos; reconocer las diferentes formas de pensar y hacer tecnologías, sin jerarquización androcéntricas o norcéntricas. En este sentido, las campesinas y pueblos indígenas ya demostraron muchas veces que sus saberes más destacados y sofisticados han logrado durante siglos conservar las variedades de semillas y “producir” la biodiversidad. Para construir resistencias y alternativas, apostamos por partir de estos acumulados populares, forjados en la lucha, pues no es de hoy que la vida (y modos de vida) están bajo ataque.

Distribuidas en varias partes del mundo están experiencias de construcción de tecnologías libres, populares; cooperativas construyendo alternativas a las empresas plataforma; herramientas de comunicación libres y seguras para la articulación política de los movimientos en lucha contra el poder corporativo; infraestructuras comunitarias de internet. La distribución y diversidad es una fortaleza, que en la práctica enfrenta la homogeneización tecnológica impuesta por las corporaciones. Responden a necesidades situadas y, a la vez, son pedagógicas y fomentan más condiciones para enfrentar, desde la vida en común, el capital.

 


Marianna Fernandes es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Suiza e integra la coordinación del movimiento en Europa.

Renata Moreno es militante de la Marcha Mundial de las Mujeres en Brasil e integrante de SOF Sempreviva Organización Feminista.

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Ver en línea : Monográfico OMAL, nº 2, febrero de 2021.


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