Ayer. Justo ayer. Dejé de escucharlo. Por primera vez en muchos días que al final cuando se juntan son años. Y no era por el sol ni por el viento que ya sabes que me gusta. Era porque ahora sé que no olvidar todo lo que pasó no depende solo de mi memoria. Todos esos días, que al final son años, me obligaba a recordar los detalles. Casi minuto a minuto aunque fuera imposible saber el tiempo que estuve allí encerrada. La detención por la noche. El centro clandestino de tortura. Y ese ruido… Quería poder contarlo todo cuando llegara el día. No lo olvides, me decía, recuerda cada detalle, cuántos eran, su voz, las manchas en la pared… para cuando lo puedas contar, porque esa va a ser la única manera de poder olvidar, que quede depositado en la memoria colectiva, que sepan lo que pasó, que sepan la verdad, que haya justicia, que podamos ser reparadas las personas que fuimos torturadas por pensar.

Y pude contarlo, en el juicio. Se me rompió la voz dos veces, las dos cuando hablé de ese ruido…

Ahora ya sé que está ahí, que forma parte de la memoria colectiva. Me calma. Ya no pasa nada si olvido. Y ayer, justo ayer, dejé de escucharlo, ese ruido… ya no es mío, ahora está repartido entre muchas personas y así, para mí, es apenas un susurro.