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La semilla de Berta Cáceres y otros 300 asesinatos más de defensores de la Tierra

Alejandro Tena (Público, 2 de marzo de 2020)

Martes 3 de marzo de 2020

El 3 de marzo de 2016, un sicario disparó a Berta Cáceres, defensora de la Tierra y los derechos de los pueblos indígenas. Cuatro años después, los activistas medioambientales recuerdan su memoria ante una escalada de violencia que continúa y que supuso la muerte de 304 defensores de derechos humanos en 2019.

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Era de noche. La madrugada del 3 de marzo. Al menos un pistolero se adentró en la casa de Berta Cáceres. "¿Quién está ahí?", preguntó a la oscuridad. Hace ya cuatro años de aquel asesinato que puso fin a la vida de la activista hondureña; indomable ecologista. Este no fue el primer crimen político contra una defensora de la Tierra, pero tampoco el último. El crimen sirvió, no en vano, para poner en el centro mediático la realidad en la que viven las comunidades indígenas de América Latina, cuyas tierras ancestrales son asediadas por megaproyectos industriales y urbanísticos.

"El asesinato de Berta Cáceres permitió que se visibilizara el problema de los pueblos latinoamericanos. Su caso trascendió a nivel mundial", argumenta Marina Díaz, portavoz de la Plataforma por Honduras. "Ella fue asesinada por defender los recursos naturales de un modelo extractivista en el que el capital nacional e internacional tienen grandes implicaciones", agrega. Los medios de occidente, normalmente ajenos a los conflictos del sur global, denunciaron la muerte y las implicaciones empresariales que se escondían tras ese homicidio. Tanto es así, que a Cáceres le arrebataron la vida por oponerse al proyecto hidroeléctrico Agua Zarca, según un informe elaborado por el Grupo Internacional de Personas Expertas (GAIPE) en 2017.

Pese a las evidencias y las pruebas presentadas por la defensa de la familia y el Copinh –organización a la que pertenecía Cáceres–, la Justicia hondureña no ha imputado a los directivos de la empresa DESA, presuntos autores intelectuales del delito . En cierta medida, el asesinato de la activista evidencia otra realidad tras los crímenes del extractivismo: la impunidad. Así lo entiende Miguel Ángel Soto, experto en Derechos Humanos de Greenpeace, quien resalta que la falta de condenas es la nota dominante en los múltiples asesinatos de defensores de la Tierra que se producen.

En cierta medida, Berta Cáceres deja un legado de lucha, para lo bueno y para lo malo. "Cuando murió se multiplicó y su semilla se ha hecho millones", expone Díaz, de una forma un tanto bíblica; su sangre derramada se convirtió en una suerte de movimiento social del que brotaron miles de defensores ambientalistas. Si bien es cierto que las balas que la mataron no consiguieron callar a los pueblos indígenas, el ruido mediático tampoco ha conseguido, pese a todo, frenar los asesinatos de líderes indígenas.

Los asesinatos no han cesado desde entonces. Tanto, que el promedio habla de tres personas defensoras de la Tierra asesinadas a la semana cada año, según el último informe de la organización Global Witness. Así, en 2019 fueron asesinadas en todo el mundo –la mayor parte de ellas en América Latina– 304 defensores de derechos humanos, de los cuales el 40% eran activistas vinculados a la Tierra y el medioambiente, según los datos de la ONG Front Line Defenders. En el caso de Honduras, país de Berta Cáceres, las cifras hablan de 31 crímenes durante el último año.

Esto se debe, principalmente, a que las máquinas del crecimiento capitalista no han parado desde el homicidio de Cáceres. "Lejos de los discursos neoliberales de buscar nuevas tecnologías y alternativas de negocio, lo cierto es que la rueda de consumo sigue girando, lo que se traduce en una mayor demanda de materias primas y energía", argumenta Erika González Briz, portavoz del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL). "Los megaproyectos extractivistas no van a cesar, todo lo contrario, y los conflictos sociales por lo tanto van a seguir estando ahí".

"Las cosas no han cambiado desde entonces, porque los pueblos indígenas continúan estando en un alto riesgo por las actividades extractivistas", denuncia Díaz, que reivindica la figura de la activista hondureña más allá del perfil popular tallado por los medios de comunicación: "No era sólo una activista feminista y una defensora de la Tierra, Berta Cáceres era una líder social revolucionaria, lo cual se ha querido tapar siempre".

Cáceres y las mujeres que luchan

«Hoy por hoy, en las luchas territoriales, las mujeres estamos presentes. No sólo parimos vida, también parimos movimientos, parimos ideas... Por eso nos están asesinando», resumía en una entrevista reciente Miriam Miranda, activista hondureña y compañera de lucha de Berta Cáceres, cuyo homicidio simboliza ese doble conflicto que cientos de mujeres defensoras de la Tierra afrontan a diario. Por un lado, la pugna los poderes externos, que usurpan sembrados y arrasan bosques ancestrales. Por otro, la estigmatización interna que supone alzar la voz en sociedades de una marcada estructura patriarcal.

"Cáceres consiguió hacer una síntesis muy potente entre feminismo, Tierra y justicia social", agrega Soto. En cierta medida, esa unión de conceptos responde al papel de cuidados que las mujeres tienen en estas comunidades, cuyas labores, debido a la división sexual del trabajo, quedan unidas al entorno natural y a la defensa de compañeros y familia.

Es por ello que los proyectos extractivistas terminan afectando, por encima de todo, a las mujeres. Cuando se plantea levantar una represa que seca los ríos más cercanos de un poblado, son las mujeres –responsables de proveer de agua los hogares– quienes deben doblar los kilómetros para llenar las cántaras en ríos y arroyos más lejanos. No solo ello, sino que el extractivismo "incrementa la presencia militar y masculina asociada a la mano de obra de estos proyectos, lo que deja a las mujeres expuestas a mayores riesgos de violencia sexual", expresa González Briz.

"Un mundo lleno"

Tras cuatro años del asesinato, todo sigue igual. Pero la imagen de Cáceres –proyectada en camisetas, carteles y murales coloridos que decoran las calles de Tegucigalpa– sirve de símbolo popular contra un sistema que pone los intereses económicos por delante de los derechos humanos y los límites de la Tierra. El legado que deja la hondureña es un legado que traspasa las fronteras del Estado centroaméricano y llega a todos los rincones del planeta donde se reproducen las mismas dinámicas de explotación, expolio y violencia.

"Estamos en un mundo lleno", valora González Briz. "Ya no hay apenas zonas por explotar y el poder capitalista busca territorios nuevos para incrementar su crecimiento material". Estos lugares están, según la experta, en las periferias del sur global –América Latina, África, Asía–, pero también en territorios occidentales donde otras poblaciones resisten a los intentos corporativos de arrancar recursos en sus territorios. "En Europa se dan prácticas de persecución de activistas similares, aunque no se llega al asesinato, como por ejemplo ha ocurrido en la mina de wolframio de Salamanca. El caso de la lucha de Berta Cáceres es una realidad que se repite de manera sistemática en todo el mundo", agrega.

Con cuatro años en el contador, el aliento de Cáceres continúa siendo un impulso para el activismo global, que reclama un mecanismo internacional vinculante para garantizar que las actividades económicas de las grandes corporaciones no atentan contra los derechos humanos, ni contra el medio ambiente y los derechos de los pueblos indígenas.

Ver en línea : Público, 2 de marzo de 2020.


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