Le duele la espalda a la mujer nasa. Las piedras que carga por no ser blanca, por no ser hombre y por haber sido empobrecida ya no le caben en el morral.

“Dicen que en la vereda que queda cerca de la quebrada aún se puede encontrar agua sin mercurio de la mina”, me señalaba el campesino.

Si se pudiera trazar un hilo entre el colgante que lleva la señora y la sangre derramada para sacar el oro del que fue fabricado, sin duda, por la presión en el cuello, a ella le costaría mucho respirar.