Voces: Horas de guerra, minutos de paz
Emilio Polo (Saltamontes, El Salto, 20 de diciembre de 2018)
Jueves 3 de enero de 2019
Emilio Polo nos regala unos textos de su libro Horas de guerra, minutos de paz, que aborda con la precisión de un alfiler ardiendo el conflicto en Colombia, y la esencia del ser humano. Acompañados por los poderosísimos dibujos de Bastardilla, estos relatos se instalan en algún lugar de nuestra conciencia, para no dejarnos dormir.

Pareciera que en un microrrelato no pudieran caber muchas cosas. ¡Son tan breves! Sin embargo, Emilio Polo consigue en su libro Horas de guerra, minutos de paz, publicado por Paz con Dignidad, OMAL y Libros en Acción, que en cada cuatro líneas nazcan, vivan y, terriblemente, mueran, muchas personas que creemos ver, que conocemos, solo por cómo respiran entre esas cincuenta palabras. Sus relatos tienen la raíz en Colombia, aunque a veces nos parece que pudieran estar enraizados más adentro, en cualquier tierra en la que exista el corazón de un soldado, de un alto mando. Y, a la vez, en el pecho de cualquier mujer luchadora, pequeña, resistente, con miedo y con indignación.
Así es también como imaginamos a la ilustradora Bastardilla, artista callejera colombiana. Consigue que nos topemos en cualquier esquina de nuestra ciudad, en cualquier margen del libro, con la realidad de frente, compleja, cruel, bella. Pareciera que tanto Emilio Polo como ella hubieran estado dejándose empapar por el conflicto, por la tristeza, por la violencia de una paz incompleta y hubieran dejado brotar todo ese caudal cada quien a su forma. Y su forma es este libro incómodo, por la amargura que contagia, pero es que la realidad es amarga y es imprescindible afrontarla: con algo de esperanza, con esos minutos de paz, con la vida como arma.
“Profe, no me gustan las injusticias, ni la desigualdad, ni la opresión, ¿por eso soy terrorista?”. “No, tranquila, tú lo que eres es feminista”.
“Padre, hemos perdido, nos tenemos que ir”. “No hijo, nos han echado porque no hemos ganado”, se decían los campesinos.
Le duele la espalda a la mujer nasa. Las piedras que carga por no ser blanca, por no ser hombre y por haber sido empobrecida ya no le caben en el morral.
“Hay que tener permiso para matar, respetemos el Derecho Internacional Humanitario”, les dijo el coronel a los soldados antes de iniciar la ofensiva.
Colombia, me gusta todo de ti, pero tú, no.
En la mística, al inicio de la jornada de la Escuela de Formación Regional, una niña campesina muy joven tomó una semilla y dijo: “Yo voy a sembrar rebeldía para cosechar victoria”
“Profe, al capitalismo no se lo puede reformar o gestionar para hacerlo redistributivo. Es responsable del sistema múltiple de opresiones en la mayor parte del mundo actual. Asesina a personas y destruye ecosistemas. Nos llevará a la extinción. El capitalismo mata”, me decía la viejita de la tienda comunitaria y que al hablar tan bien se expresaba.
Carla tiene seis años. Está orgullosa de sus orígenes africanos. Lo demuestra cuando canta, baila o en la manera en la que lleva el pelo. Carla no entendió por qué su la reprendió tan severamente cuando, para hacer el dibujo, utilizó la pintura de color negro. La maestra había dejado bien claro que para realizar la tarea debían usar la pintura color piel.
“Tomar la palabra no es fácil para quien ha sufrido tanto, para a quien le han quitado todo, hasta las ganas de hablar”, decía la anciana que alzó la voz en la reunión donde casi todos eran hombres.
Extractos del libro «Horas de guerra, minutos de paz», de Emilio Polo Garrón (Libros en Acción y OMAL, 2018).
Ver en línea : Saltamontes, El Salto, 20 de diciembre de 2018.