El tren

María González Reyes

Domingo 22 de julio de 2018

Nos sientan bien los trenes de esta ciudad. Viajar en tren juntos del centro a la periferia. El traqueteo. El aire entrando por las ventanas que nunca cierran bien. Los sonidos metálicos de las ruedas contra las vías que te hacen permanecer atenta y modular la voz. Nos sienta bien viajar juntos varias estaciones viendo los edificios de paredes gastadas y las casas que parecen estar sin terminar. Siempre en el primer vagón para poder meter la bici. Tu bici. Son viejos los trenes de este lugar. Nos subimos al primer vagón pidiendo permiso porque va lleno de gente y contra pronóstico se abre un hueco para que entremos. Y ahí nos quedamos en medio del vagón, porque una cosa es poder entrar y otra poder elegir sitio. Los brazos no llegan para agarrarse a ningún lado que ayude a mantener el equilibrio frente al traqueteo. Nos sostenemos en la bici. Una bici vieja como el tren. Tú a un lado y yo al otro. Y ahí, rodeados de gente, con el traqueteo y el aire frío entrando, llegan las palabras. No las habituales. Llegan nuestras palabras. Palabras de dos.

Y como el vagón va lleno de gente que entra y sale nos arrimamos una frente al otro para dejar pasar. Y el traqueteo hace que te sostengas en mi hombro porque soltaste las manos de la bici para explicarme cómo la educación popular consigue cambiar las vidas de las personas que habitan las periferias, y perdiste el equilibrio. Y yo me arrimo para decirte algo al oído.

Y entonces, por un rato, da igual donde naciste tú y donde nací yo. Da igual la clase social que nos atraviesa desde que nacimos. Dan igual tus manos endurecidas y mi título universitario. Dentro de ese tren todo da igual. Palabras de dos.

Ruidos metálicos. Ventanas que dejan pasar al frío. Tren abarrotado de gente.

En ese lugar es donde quiero quedarme.

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