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Viaje en metro

María González Reyes

Miércoles 12 de abril de 2017

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I

Un hombre anciano pide dinero con un vaso de plástico en la entrada del metro. No se entiende bien lo que dice pero empuña el vaso desafiante frente a cada una de las personas que quieren comenzar a bajar las escaleras hacia los túneles que les dirigirán, posiblemente, a sus trabajos. Caminan rápido. Nada diferencia este momento de otros muchos que suceden por la ciudad. Más vasos de plástico. Más personas caminando rápido. Solo rompe la instantánea las zapatillas de deporte color rosa fucsia que lleva el anciano.

II

El metro se detiene en la estación. Cuando las puertas se cierran un hombre con pelo gris y barba blanca recita una poesía (habla de una bombilla que parpadea y luego ya no). Si me pueden ayudar con algo para comer se lo agradezco, los poetas no nos alimentamos solo de versos. La chica de la capucha sigue escuchando música, otros tres miran al móvil ensimismados. Una lee un libro. Solo el chico senegalés que está de pie con la mercancía (que venderá luego en la manta) entre sus piernas lo mira. Mete la mano en el bolsillo y abre la cremallera de un monedero marrón. Le da varias monedas. Gracias.

III

Un hombre está sentado mirando al móvil. Como él no levanta la cara de la pantalla (ni tampoco el resto de las personas que ocupan los asientos) nadie se da cuenta de que una mujer de manos arrugadas está de pie esperando a que alguien le ceda el asiento.

IV

La chica tiene los ojos pintados con raya negra y un abrigo azul eléctrico. Las flores de su mochila son de ese mismo color azul. Pelo negro, ojos negros. En los pies unas zapatillas de casa de color rosa pálido. No pegan esas zapatillas con el resto del cuerpo. Parece como sacada de una de esas pesadas pesadillas en las que se sueña que sales a la calle desnuda, en pijama o en zapatillas de andar por casa.

V

Levantan los ojos de las letras escritas en sus libros (ella de una novela de revoluciones posibles y él un ensayo sobre la poesía del siglo XX). El vagón está abarrotado y eligen las letras contra la multitud apelotonada. El pitido avisa de que se cerrarán las puertas y la mano izquierda de ella empuja (suave) la espalda de él para conseguir salir antes de que se cierren. Un ligero traspiés hace que se miren. Después inician juntos el ascenso al exterior por las escaleras mecánicas.

VI

El tren se para en medio del túnel. Son las 8:02 de la mañana. Se detienen los 7 vagones llenos de gente durante tres minutos (hasta las 8:05). Ese tiempo es suficiente para que seis personas miren inquietas la hora en el móvil, cuatro farfullen que el transporte público funciona cada vez peor y por eso van a llegar tarde y que otras ocho les miren sin hablar pero asintiendo con las cabezas y para que dos adolescentes aprovechen para liarse el cigarro que se fumarán antes de entrar al instituto.

VII

En el vagón solo habla la señora ciega (se nota que es señora por su broche con forma de camaleón con brillantes) y la mujer joven no ciega y boliviana que la acompaña (con pañuelo azul y pies anchos de caminar). El resto miran sus móviles. Una chica las mira a ellas. Hablan de la alcaldesa y de otras cosas. Ambas ríen.

VIII

Sentados en un banco esperan el metro. Agarran con fuerza las cosas que llevan entre las manos. Hace tanto calor que se pueden dejar huellas en el asfalto. Ojalá estuviera en el pueblo a la sombra del limonero, piensa ella desde el centro del banco. Los de los lados no tienen un pueblo con el que soñar.


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