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Baldosas de colores

María González Reyes

Domingo 5 de febrero de 2017

Alguien pintó algunas baldosas del suelo con teselas de colores. No sé si ya estaban por la mañana (eran solo unas pocas, dispersas entre la multitud de baldosines grises) yo solo me percaté a la vuelta. Al llegar a casa fui directa al sillón de orejas que llevaba dos años entre plásticos y se los quité. Después de mirarlo un rato me senté. Era igual de cómodo que cuando estaba en la otra casa y no me sentí extraña. Pensé en todas las mujeres que habían ido hoy a mi consulta en el centro de salud con enfermedades laborales derivadas de algo que nadie llama trabajo. Ocuparse de las tareas de casa no es un trabajo aunque ocupe horas y ocupe esfuerzo y ocupe el cuerpo al hacerlo. Ocupa la vida de muchas de las mujeres que vienen a mi consulta pero no ocupa ni una línea en la cuenta de resultados de ninguna empresa, aunque es ese trabajo el que permite que haya hombres que puedan dirigirlas. Están ocupadas por algo invisible. Hoy una de ellas se sentó en mi consulta, una mano agarrada a la otra, con la mirada ligeramente hacia el suelo. Fui a la asociación del barrio, dijo, creo que me sienta bien ir allí y salir de casa. Quizás debería decírselo a sus compañeros para que no receten más antidepresivos, las pastillas no nos curan a las mujeres de este barrio. Se levantó y se fue sin que yo contestase. Y luego me fijé en los baldosines de colores pintados entre el gris y pensé en desembalar el sillón y en que me toca mover ficha porque esa mujer, a la que pongo rostro y nombre, tiene razón.

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