El negocio de la responsabilidad

A partir de la mitad de la primera década de este siglo, para avanzar en la concreción de la RSC se ha trasladado el grueso de su justificación desde la ética a la rentabilidad. En las nuevas teorías empresariales, la cuestión central es buscar la armonía entre el corto y el medio plazo, o sea, entre el retorno económico inmediato y la creación de valor. Así pues, a la máxima del aumento del beneficio a corto plazo ahora se le añade una variable ética, pero queda claro que todo esto se quedaría en nada si no sirviera para contribuir al lucro de las corporaciones.

Es innegable que, para las empresas transnacionales, una buena reputación corporativa y una imagen confiable son una forma de mejorar su prestigio y, de paso, desactivar las críticas de las organizaciones sociales que se oponen a sus actividades. Pero es que, además, las grandes compañías han visto que el paradigma de la Responsabilidad Social Corporativa se presenta como la mejor solución para garantizar la sostenibilidad del negocio, explorar diferentes opciones de rentabilidad y crear relaciones productivas con las comunidades, gobiernos y, en general, con todos los grupos de interés.

En el capitalismo inclusivo, muchos sectores de la sociedad que hasta hace poco eran considerados como un impedimento para la expansión de las grandes empresas ahora son el público objetivo para líneas de negocio que se incluyen bajo el paraguas de la RSC. Y, como las multinacionales pretenden ampliar su margen de participación en nuevos nichos de mercado y, para ello, necesitan ganar peso en legitimación social, están desarrollando las alianzas público-privadas: una forma de hacer negocios en la que las empresas transnacionales van de la mano de las administraciones públicas y las ONGD (para más información, véase el Bloque IV).