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Berlín: la remunicipalización del agua lucha ahora su democracia

J. Marcos y Mª Ángeles Fernández

Martes 1ro de marzo de 2016

El referéndum de febrero de 2011 fue el gran espaldarazo social que facilitó romper con la lógica de privatización en la capital alemana. El Senado recompró las acciones privadas de la compañía gestora, en un proceso con luces y sombras pero en todo caso inacabado. El nuevo desafío pendiente de la ciudadanía es la democratización de la gestión del agua en la ciudad.


Manifestantes por el agua de Berlín en la Puerta de Brandenburgo durante la campaña del referéndum. Fotografía: Fiona Krakenbürger / Berliner Wassertisch.

Ésta es la historia (interminable) del agua de Berlín, la capital de Alemania. Todo comienza hace mucho, mucho tiempo, si bien la primera fecha rescatable para el reportaje se remonta al año 1994, cuando la cristianodemocracia de la CDU (el partido de Angela Merkel, Christlich Demokratische Union Deutschlands) y la socialdemocracia del SPD (la principal ‘oposición’, un adjetivo muy entrecomillado toda vez que el Sozialdemokratische Partei Deutschlands forma hoy parte de la gran coalición de Gobierno CDU-SPD) apostaron por la comercialización de la empresa de aguas de Berlín, la BWB (Berliner Wasserbetriebe). La jugada era maestra: una empresa pública regida por leyes privadas.

El relato continúa cinco años después, cuando la misma coalición política vende el 49,9 por ciento de las acciones de la BWB a las compañías RWE Aqua Ltd. y Vivendi Environment (posteriormente transformada en Veolia). Era la comercialización al cuadrado. Sobre la mesa, 3,3 billones de marcos alemanes (en euros, la moneda europea que no entraría hasta pasados unos años, 1.600 millones de euros). Los firmantes propagaron los beneficios de una venta que diferentes estudios tildaron de “poco democrática” [1].

El modelo de alianza público-privada, también conocido como partenariado PPP, comenzaba a extenderse por Europa y la república germana tampoco era una excepción. El agua de Berlín seguía en manos públicas sobre el papel, si bien las decisiones últimas correspondían a la parte minoritaria, la privada. Principalmente y sin discusión en el aspecto comercial. El acuerdo escondía además otra serie de cláusulas, como la imposibilidad de tocar o renegociar sus términos durante los siguientes treinta años, tres décadas de principio a fin. “¡Más largo que la duración del Muro!”, exclama una de las fundadoras de la plataforma popular Mesa del Agua de Berlín (Berliner Wassertisch, BWT), Dorothea Haerlin.

Los accionistas privados, RWE y Veolia, estaban encantados cumpliendo a rajatabla su hoja de ruta: entre los años 2000 y 2005, el negocio del agua les generó unos beneficios cercanos a los 500 millones de euros, mientras la Ciudad-estado (Stadt-staat) de Berlín se conformaba con 170 millones. Así eran los números [2] de la entente público-privada, de apariencia igual a igual pero de tripas desequilibradas. Más allá de las cifras, las consecuencias sociales no se explican sin hablar de una pérdida de puestos de empleo, de subidas de las tarifas y de disminución en las inversiones de las infraestructuras hidráulicas.

Firmas y millones

Un lustro como experiencia directa y los ecos de las luchas sociales en Bolivia, que por aquel entonces sumaba a la guerra del agua de Cochabamba una victoria legal (en enero de 2006, la multinacional Bechtel y otros socios internacionales retiraron la demanda contra el Gobierno boliviano, que previamente les había expulsado del país por prácticas abusivas), fueron un espaldarazo suficiente para que la ciudadanía berlinesa decidiera fundar la BWT, la plataforma popular por la remunicipalización del suministro.

Este nuevo protagonista de la historia, cuyo nombre nacía inspirado en las mesas del agua de Venezuela, consiguió escribir un capítulo propio en las memorias del vital líquido de Berlín. Y es que, los intentos del Senado fueron en vano y en febrero de 2011 666.235 firmas se unieron, vía referéndum, bajo el lema “Nuestra agua”. Su primera demanda concreta fue terminar con los acuerdos secretos.

La victoria social era incontestable y el Gobierno no tuvo otra salida que ceder. Eso sí, a su manera. Nuevamente la coalición del SPD y de la CDU fue la encargada de poner en funcionamiento un comité especial, dictaminando a la postre que el único camino para devolver el elemento líquido a la ciudadanía era a través de un costoso sistema de compensaciones. Allí donde la BWT quería la cancelación directa del contrato público-privado por “inconstitucional”, el Senado ofreció la recompra de las acciones. El precio final fue como sigue: 618 millones de euros por el 24,9 por ciento de RWE, hechos efectivos en 2012, y 590 millones de euros por el 24,9 por ciento de Veolia, que los recibió un año más tarde.


Concentración frente a la feria del agua de la Berliner Wassertisch, 2013. Fotografía: Gerhard Seyfarth / Berliner Wassertisch.

“Fue un éxito enorme”, recuerda para la revista Pueblos Dorothea Haerlin, quien menciona cómo las empresas “estaban hartas” de sus acciones: “Gracias a nuestro debate público no podían utilizar el ejemplo de Berlín para su propaganda en otros países. Esto demuestra la importancia de la lucha por el agua”. Pero tras la primera valoración, la fundadora de Berliner Wassertisch añade a modo de advertencia: “La etapa de la privatización dejó sus huellas”. Y en todo caso, añade desde otra versión de la Berliner Wasserbetriebe Wolfgang Rebel, “el precio de la recompra no se pagó mediante el presupuesto del Estado federal, sino que está siendo financiado durante 30 años por los clientes de la empresa, a precios demasiado altos”.

Buenas y malas noticias

Porque la historia (interminable) del agua de Berlín, la capital de Alemania, no termina con la remunicipalización. Aquello fue otro episodio de una trama todavía por desbrozar. “Nuestra experiencia muestra que una empresa nunca se queda igual una vez privatizada, aún si regresa a manos públicas. La estructura de toda la compañía se modifica y resulta muy difícil cambiarla de nuevo”, indica Haerlin, recordando que “la gerencia sigue enfocada a un único fin, generar el mayor beneficio posible, con lo que esto supone: un alza de los precios, una disminución de la plantilla, un empeoramiento de las condiciones laborales y una bajada en las inversiones en la infraestructura”.

La empresa de aguas de Berlín está hoy en manos de su ciudadanía, una afirmación tajante que olvida el cómo. “Nos hemos quedado con una compañía en malas condiciones en cuanto a su infraestructura y con una pérdida de conocimientos en cuanto a sus empleados y empleadas”, resume Haerlin, refiriéndose a que los gerentes son los mismos pese al cambio de naturaleza de la firma. “Buenas noticias y malas noticias al mismo tiempo”, coinciden desde la Mesa del Agua de Berlín, que denuncian cómo el Senado sigue manejando la BWB bajo una orientación economicista. Es decir, lo primero son los beneficios y después… después ya veremos.

La Berliner Wassertisch sigue en su esfuerzo desde una clara oposición neoliberal. Sus activistas pugnan actualmente por concienciar a la gente de que la preocupación es la misma, el agua, aunque la lucha haya cambiado: “Primero la remunicipalización, después la democratización”, resume su eslogan actual. El tablero de fuerzas sobre el que se mueven tampoco es el mismo, para bien y para mal. La remunicipalización trajo consigo un escrutinio ciudadano de lo público más activo y responsable, actitud que se traduce sin ir más lejos en debates abiertos en torno a las futuras infraestructuras de la empresa.

Pero en el camino también se han perdido elementos, entre ellos, la univocidad de la Mesa del Agua de Berlín, que desde hace meses se conjuga en plural. Por un lado, la Berliner Wassertisch, en la que milita Haerlin junto a activistas y también políticos tanto del SPD como de Los Verdes, “de forma individual”, matiza la fundadora. Por otro lado, la Berliner Wassertisch que se define como “independiente”, en clara crítica a la primera, y que responde a voces como la de Wolfgang Rebel, que prioriza el aspecto jurídico de sus reivindicaciones, hasta lograr que la BWB tenga un perfil comunal, “protección especialmente importante frente a una nueva privatización en vista de los tratados de comercio internacional planeados, como el TTIP, el CETA y el TiSA”.

Por lo tanto, dos Mesas (y dos webs, .net y .info, respectivamente) para una misma agua (y un mismo logo), la de Berlín. “Una historia larga y amarga”, se lamenta Haerlin. La historia (interminable) del agua de Berlín, la capital de Alemania.

Los deseos y la realidad

Más allá de las divisiones internas, lo cierto es que en noviembre de 2013 la lucha por el agua pública de Alemania dio un paso importante con la fundación del Consejo del Agua de Berlín, una especie de foro formal abierto. Ese mismo año, se publicaba la Carta del Agua de Berlín, una especie de documento fundacional con los principios mínimos de la lucha social por el elemento vital.

Revisada por última vez el 22 de marzo de 2015, coincidiendo precisamente con el Día Mundial del Agua, la Carta [3] desgrana una serie de puntos clave, entre los que destacan la “inalienabilidad” del derecho humano al agua basado en la resolución de Naciones Unidas en 2010; el “derecho de toda la gente de Berlín” a participar democráticamente en la implementación de las políticas de agua, lo que “requiere transparencia en todos los ámbitos”; la “protección de la naturaleza y los recursos naturales”; y la orientación de la BWB hacia el “bien común”.

En definitiva, una aproximación al agua (y al saneamiento) como bien público al alcance de todas y todos los berlineses, a través de mecanismos sostenibles y ajenos a la lógica del mercado, en una visión que se incluye el respeto a la naturaleza y la consideración por las generaciones venideras. Todo ello, desde una perspectiva de cooperación entre las diferentes regiones.

El abismo que separa los deseos de las realidades es sin embargo ingente. Los principios que recoge la Carta del Agua de Berlín chocan frontalmente con la actual situación, en la que las decisiones políticas y su aplicación práctica se toman principalmente en el Senado de Berlín y en el interior de la Berliner Wasserbetriebe (desde hace poco la empresa alberga en su interior un Consejo de Clientes que, a juicio de Rebel, “solamente simula una aparente participación democrática pero sin influencia alguna”).

El margen de acción de las Mesas está una vez más fuera de los círculos donde se toman las decisiones. Paradójicamente, coincidiendo con la remunicipalización el Gobierno local ha conseguido apaciguar, suavizar y dividir la fuerza de las reivindicaciones ciudadanas (han surgido enfrentamientos incluso entre las y los empleados de la compañía y los movimientos ciudadanos), que afrontan hoy retos como los de su personalidad interna o el de su incidencia real.

Es en este marco en el que la nueva lucha por el agua se resume en la democratización, una idea que convive como puede con las actuales tarifas, “que continúan siendo demasiado altas”, indica Rebel, quien aclara que “desde 2012 hay una ligera disminución del precio pero que no tiene nada que ver con la remunicipalización sino que fue ordenada por el Tribunal de Defensa de la Competencia (Dundeskartellamt), que consideró que las empresas habían abusado de su monopolio”.

Las Mesas coinciden en su mensaje final: “Todavía nos queda mucho por hacer, tenemos un largo camino por recorrer”.


J. Marcos y Mª Ángeles Fernández son periodistas freelance, especializados en temática internacional. www.desplazados.org.

- Artículo publicado en el nº 68 de Pueblos – Revista de Información y Debate, primer trimestre de 2016.


Ver en línea : Pueblos, nº 68, primer trimestre de 2016.