OMAL

Contrastes

María González y Pedro Ramiro

Martes 7 de abril de 2015

Sirenas contra voces. Vallas contra personas.
David contra Goliat.
Y una niña y un niño. Mirando.

Así es como mucha gente se siente frente a la crisis sistémica que parece ser visible ya a los ojos de casi todos, como espectadores que se quedan aturdidos ante el espectáculo de luz y sonido: suben los niveles de pobreza, un oso polar que se ahoga, recortes en la nómina (para el que la tenga), y otro oso polar que no encuentra tierra donde pisar, y se ahoga, me caducó la tarjeta sanitaria y no me dan otra, no puedo pagar el recibo de la luz y paso frío.

Cambiar esta realidad por otra es una tarea que se antoja desmesurada, rondando lo improbable, sobre todo si el objetivo es conseguir que el discurso del ecologismo social cale con la profundidad suficiente, ese discurso que va más allá de salvar a los osos polares o que, más bien, trata de relacionar lo que les pasa con nuestras actuaciones diarias y las políticas que dictan nuestros gobernantes (nos referimos a políticos y empresarios, claro). ¿Dónde encaja la pérdida del derecho a una atención sanitaria en el discurso del ecologismo social? ¿Y el paro? Conseguir que se entienda la relación directa entre todo esto no es fácil, sobre todo si caemos en la trampa de entretenernos dando codazos al de al lado o al de abajo en vez de plantarles cara a los poderosos.

Pero ¿quién dijo miedo?, ¿acaso hay alguna otra opción que no sea intentarlo? Y para ello hay que buscar la estrategia, quitarnos de encima la etiqueta de “ecologistas que critican cualquier acto de consumo, que quieren volver a las cavernas, que nos van a hacer perder calidad de vida”, y cambiarla por algo mucho más próximo a la realidad, “ecologistas que hacen propuestas de cómo vivir mejor, aquí y en otros lados”. Porque resulta evidente que con menos coches nuestros pulmones funcionan mejor, con menos espacio público privatizado sonreímos más y con menos ricos hay más justicia.

Pero no es que el discurso del ecologismo social esté ausente en la agenda de nuestros gobernantes que por supuesto lo está), sino que tampoco aparece con la relevancia que requeriría en los partidos y formaciones mucho más próximas a nuestra manera de entender el mundo. Urge, por tanto, ponerse a la tarea de proponer medidas que mejoren claramente nuestra calidad de vida y que puedan ser asumidas con facilidad por cualquiera que tenga un poco de sensibilidad ambiental y llegue al poder: más árboles, más bicis, más huertos. Solo con esas medidas no vale, claro, el cambio requiere de otras mucho más profundas e interesantes pero, quizás, comenzar por ahí sea el camino para poder llegar a esas otras de más calado.

Y mientras, ella y él miran los furgones de policía que se acercan. Y se quedan ahí quietos, sin dar un paso atrás.


Ver en línea : Ecologista, nº 84, primavera de 2015.