OMAL

Cuatro campesinas

María González Reyes y Virginia Pedrero

Lunes 22 de septiembre de 2014

¿En qué lugares de la ciudad se pueden dejar huellas?

María Elena

La guerra sabe a sangre, tierra y café. Cuenta que cuando se trasladaban de un lugar a otro, siempre se detenía en los altos. Le gustaba mirar las plantas que crecían sobre el suelo fértil. Suelo fértil, planta de sombra: donde mejor dormía era en los cafetales. Las campesinas empleaban sus días y sus cuerpos para cultivarlo. Pero no lo bebían. No tenían dinero.

La paz sin justicia es imposible. Por eso luchó.

Juana

Sombrero negro, de ala estrecha, elegante, aunque sólo sirve para quitar el sol del mediodía. Campesina desde que nació, aprendió que el sol hace daño por más que se tenga una buena mata de pelo a los 63.

Esqueleto sobre el que está colocada una fina capa de piel. Manos ásperas y fuertes que saben leer la tierra y las semillas, pero no escribir palabras.

Vinieron a su comunidad, hombres de manos suaves y lavadas, que conocen el asfalto pero no la tierra. Hombres de ciudad. Ella aprendió que el aire y el agua se mueven con independencia de las fronteras. Por eso hablaron para impedir la violación, en forma de mina a cielo abierto, de las entrañas de la tierra. Sus palabras no fueron escuchadas por la empresa del país poderoso y cogieron sus machetes. Manos ásperas y fuertes. No querían una muerte lenta por beber agua contaminada, por cultivar una tierra muerta.

Se levantaron, dicen, porque no se puede destruir aquello que no es pertenencia de nadie.

Se levantaron, dicen, para caminar hasta las grandes ciudades que les están matando.

Se levantaron, dicen, para destruirlas.

Salomé

Están sentados alrededor de una mesa. Ali no llega a tocar el suelo por mucho que se esfuerce en estirar la pierna y el Cho, directamente, decidió ponerse de pie en la silla para llegar mejor a todos los lápices de colores. La lectura del cuento ha terminado y ahora les dicen que dibujen algo. Miran el papel. Miran los colores. Preguntan qué pueden pintar. Algunas necesitan sugerencias para comenzar a rellenar la hoja. Otros quieren tener la aprobación de la lectora del cuento para saber si, lo que imaginaron, está bien o mal. Todos menos una. Que no va a la escuela porque ayuda a su familia con las tareas del campo. Que no sabe coger bien el lápiz. Que lleva un rato volando junto a la cometa que dibujó en su papel.

Andrea

Él mira entre la neblina de las telas blancas que se instalaron sobre sus ojos. Ella abre las manos y muestra las semillas. El viejo las toca. Tarda un rato en hablar. Pensé que nunca más volvería a verlas, llenaron el campo de esas otras que fabrican para ser estériles. Éstas dan vida después de vivir.

Y ella vuelve a la ciudad, donde todo se vende y todo se compra, y busca, entre los huecos que dejan los edificios, un lugar con tierra para sembrar.


Texto: María González Reyes / Ilustración: Virginia Pedrero.