Lobby

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El término lobby proviene del inglés y puede traducirse como “vestíbulo” o “pasillo”, en referencia a los antiguos vestíbulos o pasillos del Parlamento u otras instituciones del poder político, donde representantes o intermediarios de grupos poderosos ejercen presión e influencia a las autoridades públicas para que estas tomen decisiones políticas en función de los intereses de dichos grupos. El “hacer pasillo” se ha convertido hoy día en un fenómeno de enorme trascendencia, con el que los lobbies, fundamentalmente vinculados a las grandes empresas, ejercen una influencia creciente en los centros de poder político más importantes del mundo.

El origen de este fenómeno se sitúa a principios del siglo XIX, cuando en Gran Bretaña y en los Estados Unidos comienzan a actuar los primeros lobbies en los parlamentos respectivos, para defender los intereses de grupos industriales en ascenso. Sin embargo, será a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando la práctica del lobby adquiera una trascendencia cada vez más acusada en el mundo occidental, en el marco de la constitución de estados e instituciones públicas más fuertes y con mayores competencias.

Es importante diferenciar los lobbies de otro tipo de grupos de presión como los sindicatos, los movimientos sociales, etc. Los lobbies son grupos o “empresas especializadas” en la presión política por encargo de un tercero, para el que trabajan, y que habitualmente suele ser una importante empresa. Desarrollan su actividad principal fuera del espacio público, al contrario que los otros grupos citados. Además, se destacan por una ventaja comparativa cada vez más evidente: la fuerte capacidad financiera, que les dota de una gran eficacia, unida a equipos de expertos cada vez más especializados y con alta calificación profesional.

Bruselas, lugar priviliegiado para los lobbies

En los últimos años, en el contexto del actual capitalismo corporativo, los lobbies al servicio de las empresas multinacionales son, sin duda alguna, los más numerosos y los de mayor influencia en las instancias de poder político y económico internacional, como las NACIONES UNIDAS, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, la Unión Europea, el congreso de los Estados Unidos, etc.

El caso europeo es sumamente significativo. En los últimos viente años Bruselas se ha convertido en un lugar estratégico para las grandes corporaciones, debido al poder cada vez mayor que ostentan las instituciones europeas. Hoy en día más del 50% de toda la legislación de los 25 países miembros de la UE proviene de Bruselas, por lo que se ha convertido en territorio privilegiado para la acción de los lobbies. Se estima que alrededor de 15.000 “lobistas” a tiempo completo se dedican a influir en las decisiones de las instituciones europeas, siendo más de un 70% representantes de compañías multinacionales. De hecho, la facturación anual del lobby transnacional en la UE se sitúa entre los 750 y los 1.000 millones de euros.

Algunos de los lobbies más influyentes en la Unión Europea son la Mesa Europea de Industriales (ERT), que agrupa a las 47 multinacionales europeas más importantes del sector, con una facturación equivalente al 60% de la producción industrial del continente; el comité para la UE de la Cámara Americana de Comercio, que representa a las multinacionales de EE.UU. en Bruselas; el Consejo de los Estados Unidos para el Comercio, grupo de presión en pro del libre mercado. Las MULTINACIONALES ESPAÑOLAS también tienen una influencia importante y creciente en Europa, con alrededor de un centenar de lobbies acreditados en el parlamento europeo.

Respecto a la composición de los lobbies, destacan perfiles como antiguos miembros del poder ejecutivo o del legislativo, que pasan a trabajar para grandes firmas empresariales; exfuncionarios de alto rango; especialistas en PUBLICIDAD y relaciones públicas; equipos de abogados de primera línea, etc. En el caso europeo, destacan como “lobistas” antiguos comisarios que regresan a Bruselas como cabilderos de las transnacionales. Un buen ejemplo es Leon Brittan, excomisario de comercio (1994-99), que planificó la posición de la UE en las negociaciones sobre servicios de la OMC: desde el año 2000, Brittan se ha dedicado a presionar a sus sucesores (Pascal Lamy y Peter Mandelson) en calidad de presidente del Comité LOTIS, un grupo de presión que representa a la industria británica de servicios financieros.

El poder del lobby transnacional

La capacidad de los lobbies para bloquear y/o debilitar iniciativas gubernamentales en materias tan sensibles como el medio ambiente, la salud, la educación, las pensiones, es notable y cada vez más eficiente. Un ejemplo reciente en el área de salud y medio ambiente se dio cuando la Unión Europea se propuso mejorar la frágil normativa sobre sustancias químicas. La campaña del lobby de la industria química fue contundente y exitosa, ya que consiguió desdibujar al extremo la propuesta original.

El lobby transnacional también juega un papel fundamental presionando a los gobiernos de los estados donde tienen su sede principal, para que defiendan sus intereses económicos en el extranjero, fundamentalmente en los países donde tienen negocios y filiales. Los viajes presidenciales y ministeriales al exterior, en muchas ocasiones tienen un profundo carácter empresarial y de protección de los intereses corporativos. En el caso del Estado español, en el año 2011 se constituyó el Consejo Empresarial para la Competitividad, un lobby formado por 17 grandes compañías españolas —entre las que está Telefónica, cuyo presidente también preside esta plataforma empresarial, Santander, BBVA, Repsol, El Corte Inglés, ACS e Inditex— con el que estas fortalecen su posición para presionar con más eficacia al gobierno con el objeto de legislar y llevar a políticas sus demandas económicas en plena crisis.

El aumento de la influencia de los lobbies empresariales ha ido acompañado en los últimos tiempos de una dificultad creciente por intentar regular y transparentar su práctica. En el parlamento europeo, por ejemplo, figuran más de 5.000 “lobistas” acreditados con pase, pero la única información que acreditan es su nombre y la organización a la que pertenecen, sin especificar el ámbito de trabajo ni el presupuesto con el que cuentan. La propia Comisión Europea ha sido bastante hostil a las propuestas para regular los lobbies. Un estudio del Observatorio de las Transnacionales ha puesto de manifiesto esta falta de transparencia: Shell y Unilever, por ejemplo, se negaron a facilitar información al respecto; Bayer, Bosch y Hoechst admitieron su participación en grupos de lobby pero no dieron más datos; Nestlé, Siemens y otras firmas negaron su participación en actividades políticas.

Esta capacidad de influencia de los lobbies en materias de interés público es inversamente proporcional a su legitimidad, ya que son instancias que no han sido elegidas por la ciudadanía. Por ello, algunos expertos alertan de que su práctica se ha convertido en una amenaza para la democracia.

 


BIBLIOGRAFÍA:

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