Desigualdad de género

Todas las versiones de este artículo: [Español] [euskara]

La INTERNACIONALIZACIÓN de las grandes corporaciones, junto con su auge y consolidación como las auténticas autoridades globales en el sistema internacional, no sólo ha supuesto un cambio de paradigma del orden político y económico global sino que su presencia, en especial en los países periféricos, ha transformado las sociedades donde dichas empresas han obtenido mayores ganancias. Al amparo de un sistema como el neoliberal, que se rige fundamentalmente por la acumulación del capital y que estructuralmente genera desigualdad, las transnacionales han impactado de manera relevante en las relaciones de género en los países donde se implantan.

En la década de los noventa del pasado siglo, las mujeres suponían entre el 60% y 80% del total de empleados que tenían las multinacionales a nivel global, según las estimaciones de Williams. Y es que la llegada de las multinacionales a los países periféricos, en muchos casos, se ha producido gracias a una feminización de la mano de obra, especialmente en las industrias exportadoras intensivas como la industria textil, la floricultura o la agroindustria. Desde la economía feminista se subraya que dicha incorporación masiva al empleo visible no se ha traducido precisamente en un avance en niveles de igualdad. Muy al contrario, las precarias condiciones sociolaborales promovidas por estas grandes empresas han contribuido a perpetuar las brechas salariales, la división sexual del trabajo, la invisibilización, desvalorización y desplazamiento de las tareas de cuidado y reproducción —con las consecuencias sociales que ello conlleva—, extendiendo y promoviendo, al fin y al cabo, un “desarrollo” inequitativo en las sociedades donde las grandes corporaciones se han internacionalizado. De hecho, esta desigualdad se convierte en un verdadero atractivo para los inversores. Según Soledad Salvador, «las desigualdades de género pueden estar en la base del crecimiento que promueve el comercio internacional, que no es beneficioso, sino perjudicial, para los países en desarrollo».

Además de los impactos sociolaborales, hay otro tipo de impactos de las transnacionales que afectan a la vida de las mujeres y que promueven un desarrollo desigual. Así la desregularización que se impulsa desde los poderes corporativos para asegurar una INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA (IED) altamente rentable tiene graves implicaciones en la salud y morbilidad de las mujeres; la PRIVATIZACIÓN de los servicios básicos afecta especialmente a las mujeres; en los entornos de grandes infraestructuras petroleras, eléctricas y en zonas francas, los índices de violencia de género y prostitución son muy elevados.

El caso latinoamericano

América Latina, la región más desigual del planeta, ha sido y sigue siendo uno de los destinos preferidos para la DESLOCALIZACIÓN empresarial. En la década de los ochenta se produce el impulso de la división del proceso productivo de las transnacionales, lo que posibilita ubicar diferentes partes de este proceso en varios territorios. Este hecho, junto con los procesos de desregularización de las economías de la región, que aseguran bajos costes sociolaborales y ambientales para las grandes empresas, y la apuesta de estos países por el modelo exportador propicia el surgimiento de un nuevo modelo de transnacionalización de las grandes corporaciones. Hasta entonces el orden de género estuvo mayoritariamente regido por el orden socio-económico patriarcal capitalista, con un modelo de familia nuclear en el que el hombre era el principal proveedor y con la invisibilidad de los aportes femeninos a la economía global. Es en esa década cuando, con los cambios en el paradigma productivo, aumenta la oferta de trabajo para las mujeres y estas pasan a ser “proveedoras” del salario familiar, eso sí con una oferta laboral que se caracteriza por la temporalidad y la precariedad.

En la década de los noventa, la “década dorada” de la IED en América Latina, los mercados de trabajo cada vez se informalizan más y la protección social va minimizándose. Las transnacionales se esfuerzan entonces en reducir al máximo los costes laborales y para ello cuentan principalmente con mano de obra femenina. La mayor parte de esta fuerza de trabajo se concentra entonces en el sector de ensamblado y manufactura (maquilas de productos textiles y electrónicos) y la agroindustria de exportación.

Maquilas

Las transnacionales dedicadas al ensamblado y manufactura conocidas como maquilas basan la competitividad de sus productos, principalmente, en el ahorro de costes salariales. Este tipo de producción, que emplea mayoritariamente a mujeres y que se ha desarrollado fundamentalmente en China y en los países latinoamericanos más cercanos a EE.UU. (México, Centroamérica y República Dominicana), ha impactado enormemente no sólo sobre las mujeres sino que, además, ha promovido un patrón laboral que penaliza la sindicación, con jornadas laborales extenuantes, informalidad y desestructuración social, sumamente rentable para las empresas.

El perfil de la trabajadora de maquila es el de una joven, entre los 15 y los 25 años, sin cualificación, procedente del campo, preferiblemente sin cargas familiares, que va a trabajar dentro de la fábrica. Si es con cargas familiares, estas empresas ofrecen a las mujeres trabajar en su propio domicilio para llevar a cabo las tareas peor pagadas de todo el proceso, creando situaciones laborales, en muchos casos, fuera del sistema formal.

México es uno de los ejemplos paradigmáticos de este tipo de proceso productivo y donde la implantación de las maquilas ha tenido mayor impacto en las desigualdades de género. Si bien las estadísticas globales del Instituto Nacional de Estadística de México muestran que actualmente en las maquilas mexicanas el porcentaje de empleo masculino es ligeramente mayor al femenino (51% hombres y 49% mujeres), las mujeres representan más del 60% del trabajo obrero, mientras que los hombres copan los puestos técnicos y administrativos, lo que subraya la brecha de género en términos laborales. Además del expuesto menoscabo de los derechos laborales, las maquilas instaladas en la frontera mexicano-estadounidense han acrecentado las situaciones de violencia sexual y violencia de género sobre las mujeres; tristemente paradigmático es el ejemplo de Ciudad Juárez.

Resistencia, denuncia y visibilización

A lo largo de estos años, las mujeres se han organizado para dar visibilidad y denunciar los impactos de las maquilas, así como de otras transnacionales, en la región latinoamericana. La lucha de estas trabajadoras, sin embargo, no está exenta de riesgos pues en muchos de los casos tienen prohibida la sindicación o se exponen a la pérdida de sus puestos de trabajo. Las contribuciones de movimientos como la Marcha Mundial de las Mujeres, de la academia con investigaciones desde la economía feminista o del ECOFEMINISMO visibilizan y denuncian una realidad que en lo micro —en los efectos más directos sobre la vida de las mujeres y las relaciones de género—, en lo meso —en el ámbito legal y estatal que sustenta estos impactos— y en lo macro —en las dinámicas de la economía global que los propician— es desigual e insostenible.

 


BIBLIOGRAFÍA:

  • DE LA O, M.E. (2006): “El trabajo de las mujeres en la industria maquiladora de México”, AIBR, vol. 1, nº 3.
  • GIRÓN, A. (coord.) (2009): Género y globalización, CLACSO, Buenos Aires.
  • ESQUIVEL, V. (ed.) (2012): La economía feminista desde América Latina. Una hoja de ruta sobre los debates actuales en la región, ONU-Mujeres, República Dominicana.
  • VILLOTA, P. (ed.) (2003): Economía y género. Macroeconomía, política fiscal y liberalización. Análisis de su impacto sobre las mujeres, Icaria, Barcelona.
  • WILLIAMS, M. (2003): Gender mainstreaming in the multilateral trading system: A handbook for policy-makers and other stakeholders, New Gender Mainstreaming Series on Development Issues, Commonwealth Secretariat.