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Otras formas de matar, las consecuencias silenciadas de la crisis ecológica global

Júlia Martí (Viento Sur, 6 de diciembre de 2019)

Lunes 9 de diciembre de 2019

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El cambio climático llena titulares estos días, con una COP que se convierte en escenario privilegiado para las grandes corporaciones y unos gobiernos que siguen mil pasos por detrás de lo que la urgencia ambiental requeriría. Pero, más allá de los gases de efecto invernadero, hay otras caras de esta crisis ecológica global de las que nadie habla. La destrucción ambiental por parte de la industria es una de ellas.

Una destrucción que toma la forma de "zonas de sacrificio", en palabras de la Asamblea Nacional de Afectados/as Ambientales de México. Con este concepto se refieren al coste social y ambiental que tienen los corredores industriales y agroindustriales repartidos por todo el sur global. Centros de producción deslocalizados que sostienen el consumismo global a costa de explotación laboral y destrucción ambiental. Se trata de paraísos industriales donde contaminar, envenenar y acaparar agua sale muy barato, con consecuencias catastróficas para los territorios donde se ubican.

Denunciar esta situación y tejer alianzas para frenarla es el objetivo con el que se ha organizado la Caravana de denuncia de impactos sociales y ambientales en México (#ToxiTourMexico). Esta caravana, que empezó el pasado 2 de diciembre, pasará por los principales corredores industriales de México, dónde las comunidades locales se organizan para defender la vida y el territorio. Son comunidades y organizaciones que están en la primera línea de los conflictos ambientales del siglo XXI, son testigos de las guerras del agua y sufren en primera persona las enfermedades producidas por este sistema tóxico, por eso no podemos dejarlas solas.

Sabíamos que en México defender el territorio frente a las transnacionales y el crimen organizado es peligroso, las cifras de defensores y defensoras asesinadas o desaparecidas no paran de crecer. También nos podíamos hacer una idea de las condiciones de explotación laboral de las maquilas, centros de trabajo externalizados de las grandes transnacionales, y de lo peligroso que es ser mujer o disidente sexual en uno de los países con una tasa de feminicidios más alta del mundo. Lo que no sabíamos era que en México hay otras formas de matar, que se puede asesinar a la población de forma lenta y silenciosa a través del envenenamiento de los ríos, el aire y la tierra.

La gente muere y enferma sin que pase nada. Mientras gobiernos y patronales hablan del crecimiento económico, de la apertura de nuevos mercados y la atracción de inversiones, la población que vive alrededor de los corredores industriales sufre enfermedades renales, neurológicas, degenerativas, ginecológicas, cáncer, abortos, malformaciones… Y un sistema que les revictimiza, que les deja sin acceso a la sanidad y que invisibiliza las causas de sus muertes. Es otra forma de necropolítica, descrita por Mbembe como “el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir”. Es decir que las zonas de muerte no se expanden solo en las fronteras, sino que también forman parte intrínseca del corazón del sistema capitalista: sus centros de producción.

En El Salto y Juanacatlán (Jalisco), donde empezó la caravana, la enfermedad toca todas las casas, aquí los índices de plomo y arsénico en sangre de la mayoría de la población superan los límites considerados no peligrosos. Los niños tienen tasas de benzeno en sangre (un cancerígeno) superiores a las permitidas para los trabajadores de la industria petroquímica. Desde la organización Un Salto de Vida nos cuentan que han perdido a muchos y muchas de sus integrantes, personas, niños y niñas, que estaban sanas pero que poco a poco o de un día para otro murieron, como consecuencia de los miles de sustancias tóxicas que les rodean y de la deficiente atención médica.

Además, no podemos olvidar, que en estos pueblos se cruzan la situación de emergencia social por el desempleo, la precariedad y la violencia, con la emergencia ambiental y de salud. Las enfermedades producidas por envenenamiento empobrecen a las familias, ya que les obligan a dedicar muchos recursos para pagar medicamentos y sanidad, abandonar los trabajos remunerados y generan una sobrecarga del trabajo de cuidados en los hogares, agravado por el deficiente sistema sanitario que les obliga a largos desplazamientos y esperas. La única forma de hacer frente a estas situaciones es gracias a la comunidad, que sostiene los cuidados y genera las redes de apoyo mutuo necesarias para facilitar el acceso a la sanidad.

Ahora que la crisis climática abre noticieros, la resistencia de El Salto nos recuerda que no podemos seguir invisibilizando a las víctimas de la crisis ecológica generada por el sistema capitalista. No podemos olvidar que las vidas envenenadas del Salto, de Juanacatlán y del resto de pueblos cercanos a corredores industriales, forman parte de un engranaje mucho mayor, que este sistema no se arregla solo reduciendo emisiones, sino que hay que poner fin a todas las prácticas depredadoras de vidas y ecosistemas. No se puede seguir negociando tratados comerciales ni ayudando a las empresas a internacionalizarse sin atender a las consecuencias.

Las luchas de las comunidades que están en la primera línea del conflicto ecológico nos dan una enorme responsabilidad para seguir trabajando por el fin de la impunidad corporativa y los tratados comerciales. Estos ejemplos de contaminación y envenenamiento son una muestra más de la enorme responsabilidad de las corporaciones en la crisis ecológica, por ello es inaceptable su papel en la cumbre del clima. Pero más allá de las denuncias del modelo, de reivindicar y construir otras economías localizadas que no externalicen impactos al sur global, las resistencias que estamos conociendo en la Caravana nos llaman a fortalecer las redes de solidaridad.

Una solidaridad bidireccional desde el afecto, desde el reconocimiento, que vaya a las causas de fondo, pero que también responda a la urgencia cotidiana. Porque estas luchas no se dan en abstracto, sino que como dice Svampa son luchas ecofeministas por la supervivencia. Luchas en las que defender el territorio y la vida, también pasa por fortalecer los lazos comunitarios, familiares, por resolver el día a día y conseguir mantener la vida aún en contextos completamente hostiles.

Las salidas a la crisis ecológica tendrán que basarse en grandes transformaciones políticas y económicas que impulsen transiciones ecosocialistas, pero también serán imprescindibles transformaciones cotidianas desde lo local y comunitario. Para ello tenemos mucho que aprender de las comunidades que llevan décadas de lucha resistiendo y construyendo alternativas a la destrucción ecológica que generan las corporaciones.

 


Júlia Martí Comas es investigadora del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) - Paz con Dignidad.

Ver en línea : Viento Sur, 6 de diciembre de 2019.


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