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Manual de instrucciones para leer un tratado

Amaia Pérez Orozco (Pueblos, nº 76, febrero de 2018)

Viernes 23 de febrero de 2018

Una nueva oleada de tratados de comercio e inversión (en adelante, TCI) se cierne sobre nosotrxs[1]. ¿Cómo abordarla? Este texto lanza propuestas basadas en los aprendizajes de las resistencias feministas en Abya Yala a la anterior oleada[2]. Está escrito desde el norte global, aunque desearía establecer diálogos más amplios. Como los acuerdos son, al fin y al cabo, un montón de páginas escritas, nos hemos preguntado: ¿cómo leerlos? Van aquí unas instrucciones para abrir el debate.

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1. No te leas las 1400 páginas de anexos

Sí, el CETA, el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá, tiene 1400 páginas de anexos. O eso dicen. ¿Es indispensable leerlas para poder rechazarlo? Sí y no. El trabajo técnico de revisar el articulado es fundamental. Pero hay riesgos si lo sobredimensionamos. Podemos acabar funcionando en dos pisos: el piso técnico, que desde arriba decide cuándo, cómo y en torno a qué temas debe movilizarse el piso de abajo, la base, vista como mera población afectada y no como sujeto político.

Adentrarnos en los tecnicismos puede volverse cortina de humo. Los TCI son un laberinto enrevesado; resulta muy fácil perderse en el detalle y desdibujar el conjunto. Nos arriesgamos a caer en el desaliento: cuando se ve en toda su crudeza lo que está en juego, es muy fácil desanimarse y optar por un enfoque de minimización del daño. Y hay un último riesgo puramente material: si de los TCI solo pueden hablar con propiedad quienes los han leído, ¡qué poca gente podrá hablar!

Lo técnico es un instrumento para el accionar político y alguien debe hacerlo, pero sin perderse ahí. El objetivo debe ser claro y limitado: conocer detalles, vincular aspectos aparentemente inconexos y descifrar complicados enunciados para saber qué está en juego y cómo se está jugando la partida. Se trata de identificar el proyecto de fondo; y este varía poco o nada de versión en versión, aunque intenten despistarnos cambiando las comas y pretendiendo obligarnos a leernos todo otra vez. Así que sí: tú y yo, que no hemos leído los anexos, también podemos criticar el CETA.

2. Léelo desde tu lenguaje

Evita usar su lenguaje plagado de referentes de mercado. No nos pensemos como simple mano de obra: ¿se creará empleo? Como si el empleo fuera lo único a lo que aspiramos y no nos importara qué pasa con los servicios públicos, los bienes comunes y la cara oculta del empleo: los cuidados. Menos que menos debemos leerlos desde una óptica de clientes: ¿van a bajar los precios? Como si el consumo fuera principio y fin de nuestra existencia. Y, definitivamente, no desde una perspectiva emprendedora. Nos dirán que nos atrevamos a convertirnos en jefas de nosotras mismas y aprovechemos las oportunidades de exportación que nos abre el tratado. Responderemos que, por mucho que nos llamen emprendedoras, seguimos siendo esclavas del salario; que el negocio es para las grandes corporaciones y que no queremos exportar, sino involucrarnos en el tejido socioeconómico vivo del territorio que habitamos.

No caigamos en la trampa de rebatir sus argumentos desde su terreno, aquel en el que estamos vendidas de antemano porque existimos en la medida en que aparecemos en los mercados. Vamos a hablar de empleo, precios y acceso a medios de vida. De todo eso y mucho más. Pero vamos a hablar desde la amplitud y diversidad de lo que somos: vida colectiva. Nuestra pregunta es qué sucede con la sostenibilidad de la vida en común y en un planeta vivo. Nuestro lenguaje es otro: ¿cómo profundizan estos acuerdos la mercantilización de lo vivo?, ¿en qué medida nos amputan la capacidad de decisión sobre los procesos vitales personales y colectivos?, ¿las vidas de quiénes se nos imponen a costa de los malos-vivires del resto? y ¿qué aspiraciones vitales nos configuran? No vamos a leer los TCI buscando el dato de la variación en la balanza de pagos, sino comprendiendo el papel que juegan en la posibilidad de vivir vidas que merezcan ser vividas hoy y a futuro.

3. No lo leas por fascículos

¿Nos interesa hacer análisis de impacto? Fascículo 1: “qué sucedería si el TTIP se aprobara”. Fascículo 2: “qué sucedería si cambiara una coma”. De nuevo, sí y no. Para posicionarnos, necesitamos anticipar los efectos que tendría la firma de un acuerdo desde marcos analíticos no economicistas y sin miedo a sacar conclusiones catastrofistas (ya hemos visto en el pasado que todos los peores presagios se cumplieron, y más). Pero no podemos quedarnos ahí, pensando que los impactos pueden ser buenos o malos (y, por tanto, intentemos mejorar su redacción), o que si el acuerdo no se firmara nos libraríamos ya del problema. Lo relevante es identificar ese proyecto que subyace y precede.

Estos acuerdos establecen normas que asientan lo que ya estaba en construcción. No surgen de la nada, sino de un modelo instalado que busca ampliarse y reforzarse. No contienen en sí el todo del problema, son un instrumento. Y no vienen de uno en uno, son una oleada que forma parte de un proyecto. Por todo ello, no necesitamos contraponer un modelo econométrico alternativo para rechazar una letra impresa que, lo sabemos, nos vende.

Los análisis de impacto pueden ser un instrumento útil si se enfocan a una movilización política que no se oponga a un acuerdo aislado, sino que lo combata en tanto que herramienta que esta cosa escandalosa usa en un momento dado. Y decimos cosa escandalosa porque el proyecto político-hegemónico que se asienta no es solo capitalista. Es también heteropatriarcal, colonialista, racista y medioambientalmente destructor. Por eso la resistencia, además de anticapitalista, ha de ser feminista, ecologista y decolonial.

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4. Léelo en múltiples idiomas

Que no nos enfrenten: pymes españolas frente a pymes canadienses, campesinado a un lado y otro del Pacífico. No los leamos en la lengua imperialista de los países en competencia. Los acuerdos asientan un proyecto que confronta al poder corporativo con la gente, la clase trabajadora, los pueblos, las mayorías sociales, la vida en común o como queramos llamarlo. Hemos de entenderlos desde esta perspectiva internacionalista.

El conflicto entre pueblos y capital atraviesa fronteras. Sabemos que no es lo mismo habitar las zonas de acumulación del planeta que las zonas de despojo. Quienes nos creíamos en el centro vemos cómo nos vamos quedando en la periferia, porque el centro no son los territorios ni quienes los habitan, sino el poder corporativo que los gobierna. Desde ese centro en descomposición tenemos tareas pendientes: comprender qué sucedió con la vieja oleada en ese sur global que se expande para entender qué sucede hoy en ese norte global que se diluye; responsabilizarnos de nuestros modos privilegiados de vida (instalados a costa, entre otras cosas, de los acuerdos firmados en el pasado), aunque ni mucho menos esos modos hayan sido accesibles para la totalidad de gentes en el norte. La oposición a la nueva oleada requiere una lucha internacionalista que se responsabilice del colonialismo histórico y el neocolonialismo actual.

5. No lo leas en soledad

Léelo junto a otras. Busca lo común desde la parte que mejor entiendas. Si tú comprendes la dimensión campesina, o la energética, o la de salud sexual y reproductiva, aporta eso al colectivo. Apuesta por una interpretación compartida desde lo sectorial en lugar de empeñarte en que tu mirada o tu tema son lo prioritario. Ni siquiera la oposición a los acuerdos es prioritaria: es imprescindible… en el marco de una movilización política mucho más amplia, que atraviese todo, desde la cotidianeidad que podemos subvertir hasta estas normativas biocidas que se nos quieren imponer.

Para leer junto a otrxs necesitamos partir de nuestra común condición de vidas enfrentadas al poder corporativo. Pero sabemos que no es lo mismo haber sido racializada que nombrada como sujeto sin marca de raza; ser leída y leerte como hombre que como mujer; pertenecer a la clase que media entre patronos y sirvientes que ser tú misma quien sirve. La suma de voces diversas no resulta automáticamente en una sola voz armoniosa y más fuerte: es más bien distorsionante, obliga a enfrentar las desigualdades que nos atraviesan. Queremos abordarlas para constituirnos como sujeto político incluyente: un nosotrxs que reconstruimos en la lucha, y no un nosotros preexistente que espera a ser movilizado.

6. Busca el final violento del cuento

Los acuerdos se asemejan a un cuento infantil de aquellos en los que se devora a niñas y niños. Esa semejanza no se debe a la sencillez de su narración (¡bien al contrario!), sino a la violencia oculta tras las letras aparentemente inocentes. No dejes que te adormezcan con palabras engatusadoras. La anterior oleada vino con promesas de empoderamiento económico y de derechos culturales que el neoliberalismo de colores iba a colmar. El proyecto del que la nueva oleada es punta de lanza parece ser violento de una manera mucho más abierta. Se han caído las máscaras. Ahora se nos avisa: “aquí no cabemos todos”. Y se nos da la alternativa: “vamos a expulsar a los otros y a ordenar bien a los de dentro”. Pero los cuentos aún son necesarios para dormirnos. Los tratados aún juegan ese juego.

Tanto si lidiamos con el cuento infantil de los acuerdos que asientan el proyecto como si se trata de nuevos modos abiertamente de terror, no perdamos de vista este punto: en este proyecto, al final, nos comen. De aquí derivamos una actitud de clara confrontación: no hay que reformar, suavizar, meter cláusulas sociales, ambientales o de género al tratado X o Y. Hay que rechazar de plano todo acuerdo, como paso imprescindible para apostar por esos otros mundos distintos, mejores, posibles. Y, para ello, necesitamos un relato diferente, en oposición directa.

7. Quémalo en la hoguera y escribe otra historia

Leer los acuerdos nos es útil para identificar el proyecto biocida de fondo. Ni los tratados ni el proyecto del que forman parte son enmendables. Debemos rechazarlos de plano. ¿Cuál es la alternativa? No la tenemos clara, pero sí contamos con pistas: debe ser una historia en ruptura con la que nos han contado hasta ahora: frente a la expansión global del capital, la defensa del territorio; frente a la mercantilización de la vida, la apuesta por la vida en común; frente al secuestro de la política, la construcción de soberanía.

7.1. Si nos dicen CETA , decimos territorio

El capital tiende a expandirse globalmente y a tener unos ciclos cada vez más cortoplacistas. Impone esta concepción del tiempo y del espacio totalmente desvinculada de los procesos vitales. Nuestra contrapropuesta es que el territorio sea el núcleo de organización socioeconómica y política.

El territorio es la tierra (que también está bajo el asfalto) con los ecosistemas que alberga y los cuerpos que la pueblan, junto a las relaciones que tejen. Es el territorio cuerpo-tierra, atravesado de conflictos. Defenderlo no significa sacralizarlo, sino reconstruirlo para que, en él, quepamos todxs en nuestra diversidad.

Defender el territorio es luchar contra el (neo)extractivismo, evitar el acaparamiento de tierras y la privatización de los comunes, garantizar vidas libres de violencias, reconstruir la relación rural-urbano, refundar la ciudad para ponerla al servicio de quienes la habitan. Es apostar por la relocalización y la descomplejización de los procesos socioeconómicos. Fomentar los circuitos cortos, acercar la producción al consumo y el trabajo a su sentido social. Esto es imprescindible para avanzar en sostenibilidad ambiental y en soberanía. Y para acercar las acciones y sus consecuencias: dejar de ser parte de una maquinaria cada vez más compleja e inmensa en la que es tremendamente fácil desresponsabilizarnos de las implicaciones de lo que hacemos.

Defender el territorio es hacer las paces con la biosfera: comenzar a funcionar bajo los principios de biomímesis, precaución, ecoeficiencia y sobriedad; garantizar que el inevitable decrecimiento de la esfera material de nuestras sociedades se dé de forma justa entre territorios y dentro de los territorios.

7.2. Si nos dicen TISA , decimos comunes

Los acuerdos eliminan trabas a la posibilidad de convertir todo en nicho de negocio. La vida, transformada en mercancía, está sometida a ataque. Para sanarla y sostenerla como conjunto vivo, más allá de su faceta de mano de obra o consumidora, es imprescindible una base invisibilizada de cuidados privatizados (metidos en las casas) y feminizados. La mercantilización de la vida no abarca todo lo vivo, sino que deja un reguero de despojos: vidas no rentables que son desplazadas y expulsadas, o eliminadas porque solo valen como cuerpos sobre los que escribir el mensaje de quién es dueño de la vida. Dimensiones vitales de las que no puede hacerse negocio: la gente pobre vive demasiados años, según el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Frente al avance de esta lógica biocida, la apuesta pasa por un movimiento doble: desmercantilizar la vida y construir una responsabilidad colectiva en torno a los procesos que la sostienen, desprivatizando y desfeminizando esa responsabilidad. Esto requiere reapropiarnos de los medios de (re)producción. Es decir, reconvertir los medios de producción (de capital) en medios de reproducción (de la vida en común). A estos podemos llamarlos comunes, entendidos como recursos que permiten la reproducción (ampliada) de la vida y/o como tejido social (humano y no humano) que se responsabiliza de sí mismo y se articula para auto-sostenerse.

Todo esto implica apostar por los servicios públicos, los espacios de auto- gestión y de organización comunitaria como forma de sacar de las casas la responsabilidad de cerrar el ciclo económico. Significa no solo avanzar en el reparto radical de la riqueza, sino cuestionar la propiedad privada y reconstruir la idea de riqueza como aquello que permite el buen convivir y no como un dinero que se acumula a costa del despojo.

Significa un reparto radical de los trabajos (reducción drástica de la jornada laboral, erosión de la división sexual del trabajo dentro y fuera de los hogares…), pero, más allá, una reorganización de los trabajos socialmente necesarios que permita acabar con las formas de trabajo alienadas de esa cosa escandalosa (el trabajo asalariado y los cuidados inmolados). Significa transformar la actual matriz productiva insostenible en una matriz reproductiva en la que desaparezcan los sectores socialmente perniciosos y los necesarios se organicen en circuitos cortos, donde el dinero sea menos relevante y sirva estrictamente al intercambio.

Significa también cambios en las estructuras subjetivas: deshacer el género, cuestionando la masculinidad asociada a un delirio de individualismo y autosuficiencia, por un lado, y la feminidad a la ética reaccionaria del cuidado, por otro. Borrar la lógica de servidumbre por la cual la clase patrona da por hecho que hay otra clase, identificable por sus marcas raciales, cuyo único sentido vital es servirle.

7.3. Si nos dicen TPP , decimos soberanía

Si la nueva oleada implica un secuestro de la capacidad de decisión al expandir el espectro de lo metapolítico, necesitamos propuestas en sentido contrario: que la política no empiece donde acaban los mercados, sino que los mercados comiencen donde lo decidamos, desde una concepción de la política que desborde con mucho lo institucional. Se trata de conseguir soberanía sobre la vida misma, la de cada unx de nosotrxs y la colectiva. Una soberanía que podríamos definir como feminista.

Soberanía significa caminar hacia una democracia fuerte (directa, participativa) o, incluso, un cuestionamiento de la noción de democracia. Significa cuestionar el carácter imperialista de muchos Estados y denunciar las estructuras supranacionales que, como la Unión Europea, alejan la toma de decisiones de las manos de las gentes y abren un terreno muy fácilmente cooptable por el poder corporativo. Significa aprender a manejar la autonomía entendida como un proceso colectivo y no meramente individual; significa tanto eliminar los tribunales de arbitraje como revisar las dinámicas de poder intra-hogar y los modos en los que se nos normativizan los cuerpos.

8. Un manual está muerto, escribamos una historia viva

Los manuales suponen la existencia de un lugar cerrado de llegada y de un camino perfectamente diseñado por el que caminar. Son prototípicos de esta cosa escandalosa que ha sustituido la discusión política sobre cuál es nuestro proyecto colectivo por una miríada de sueños de éxito individuales (cada país, cada empresa, cada sujeto) que se logran si sigues bien las instrucciones, si lo mereces. La urgencia es la contraria: repolitizar el debate sobre hacia dónde queremos llevar la transición en la que nos encontramos y cómo hacerlo.

Al leer los acuerdos queremos ir tejiendo un lenguaje de confrontación, internacionalista, que nos incluya en lo que tenemos en común y en la diversidad, que llegue a cualquiera y cualquiera pueda usarlo, que nos sea útil para oponernos al poder corporativo a la par que abordamos nuestras desigualdades. Con él, queremos escribir otra historia, una que, usando otros referentes (no los de su lenguaje mercantil, sino los de la vida, los de nuestro lenguaje plural), nos sirva para construir un mundo donde sí quepamos todxs: donde tengamos soberanía sobre el buen convivir, articulado como responsabilidad común y arraigado en el territorio cuerpo-tierra.

Esta historia en ruptura con el poder corporativo y con su punta de lanza, la nueva oleada de tratados, ha de ser un relato vivo. Vivo porque responda ya a las necesidades de la vida y no sacrifique el presente por un horizonte soñado. Y vivo porque no esté cerrado, sino articulado en clave de transición: transformar radicalmente el presente desde lo que tenemos, con lo que tenemos y lo nuevo que vayamos creando en la construcción de un horizonte de buen convivir. En esa lógica de transición precisamos de acciones de resistencia (impedir la firma de un solo tratado más), de regulación (revisar los tratados ya firmados, establecer un contra-tratado vinculante que obligue a las grandes empresas a respetar derechos humanos) y de puesta en marcha de alternativas que subviertan el statu quo respondiendo a las urgencias. ¡En ello estamos!

Amaia Pérez Orozco es economista y autora de Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida (Traficantes de Sueños, 2014).

Artículo publicado en el nº76 de Pueblos – Revista de Información y Debate, primer cuatrimestre de 2018, monográfico “Tratados comerciales, ofensiva contra nuestras vidas”.

NOTAS:

1. En la complicada tarea de escribir en un lenguaje no heteropatriarcal, en este texto hemos optado por combinar opciones: mezclar femenino y masculino, y utilizar tanto el femenino genérico como formas no binaristas como la “x” o la “e”. El masculino genérico lo usamos cuando parafraseamos la voz hegemónica.

2. Amaia Pérez Orozco (2017), Aprendizajes de las resistencias feministas latinoamericanas a los tratados de comercio e inversión. Del no al ALCA al cuestionamiento del capitalismo patriarcal. Publicado por el Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad. Ver en: www.omal.info.

Ver en línea : Pueblos, primer trimestre de 2018.


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