Ani

María González Reyes

Domingo 27 de agosto de 2017

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Tenía unas cejas desordenadas y el pelo como chispas a punto de saltar. Rápida en las contestaciones. Traviesa como un fuego artificial. Le gustaba el color azul. Azul del agua del océano junto al que vivía.

Se había sentado allí igual que se podía haber sentado en cualquier otro lugar. La música sonaba invitando a bailar pero ella se mantenía quieta, tratando de encontrar el olor a agua de mar, pero esa ciudad estaba demasiado lejos.

Se levantó hacia su madre. Quiero regresar a casa. Dijo.

La madre, que tenía unos ojos tan grandes que le permitían ver cosas diminutas, le dijo que su tierra la contaminaron de palma aceitera para hacer biocombustible y que ya no tenían de qué vivir. Por eso se vinieron a esa ciudad.

Eli sigue sentada. Se toca la piel. Marrón oscuro casi negro. Igual que la de todos los que se tuvieron que marchar. Piensa la manera de conseguir arrancar la palma aceitera para salvar la tierra a la que está matando. Piensa la manera de arrancarla para poder salvarse ella.


Texto: María González Reyes / Foto: Pedro Ramiro.

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