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La puerta azul

María González Reyes

Domingo 9 de julio de 2017

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La puerta tiene el borde pintado de azul. Se abre y se cierra tirando de una barra que hace de tirador. Azul también. Cada día se abre y se cierra muchas veces. Se abre para que entre Pablo (siempre un rato antes de las 9) que coloca y cuida que todo esté preparado. Después llegan. Unos en bici, otras caminando, otros en brazos, otras en carrito. Ninguno de ellos ni ellas puede abrir la puerta. La puerta azul requiere de la ayuda adulta para ser abierta. Tiran de la barra. Se abre. Entran. Buenos días Palo. Y comienzan a jugar, a leer un cuento, a comer fruta. Me voy, luego te vendrá a buscar la abuela. Vale, beso, yo cierro la puerta. Y salen las personas adultas. Y se quedan las niñas y los niños dentro. Dicen adiós por la ventana y lanzan más besos.

Entonces, en un mundo diminuto, comienza la magia…

Detrás de la puerta azul las cuerdas se convierten en mangueras que riegan, los rulos de la cabeza son macarrones, las piezas de madera se colocan unas sobre otras formando torres imposibles.

Detrás de la puerta azul se puede saltar en los colchones que sirven también para echarse la siesta y las niñas y niños se comen los caramelos que aparecen dibujados en los cuentos.

Detrás de la puerta azul hay conflictos y aprenden a resolverlos diciendo con voces pequeñas no me gusta que hagas eso, cuando yo acabe de jugar te lo doy, ahora no me apetece.

Detrás de la puerta azul cuando alguien tiene ganas de gritar se va al cuarto de la siesta para no molestar al resto.

Detrás de la puerta azul se come comida ecológica no solo para cuidar la salud de los cuerpos sino para cuidar al planeta.

Detrás de la puerta azul, chicas y chicos a los que el sistema educativo expulsó a programas para gente “diversa”, se convierten en cuidadores de peques, en generadoras de cuentos, en dadores de caricias, en lo que no se les permite ser en otros lugares.

Detrás de la puerta azul los adultos son acompañantes respetuosos, que miran más que intervienen, que dan muchos más abrazos de los que serían suficientes.

Detrás de la puerta azul se hacen asambleas de las familias con Pablo para ver cómo organizar, cómo construir, como gestionar, cómo cuidar y cuidarse.

Detrás de la puerta azul se hacen pompas de jabón en las clases de música y se reparte la comida ecológica de la cooperativa de consumo en cajas de cartón.

Detrás de la puerta azul las familias dan la merienda de manera compartida mientras hablan de las cosas del día a día, de lo que les preocupa, de distintas iniciativas de movimientos sociales, de a quién le toca el turno de limpieza. Se ríen.

Detrás de la puerta azul se construye una red que se extiende más allá de la puerta, que llega al centro de mayores, al instituto, al huerto que se hizo en medio de una plaza, a cada una de la casas, a cada persona a la que se le cuenta que es posible un proyecto así.

Detrás de la puerta azul las niñas y los niños construyen los hilos para tejer la red. Todas, todos, han aprendido a tejer la red.

Detrás de la puerta azul se construye otra manera de caminar, pisando suave la arena, otra forma de ver el mundo, un ensayo de lo que podría ser.

La puerta se abre, poco a poco van saliendo.

Todas. Todos. Adultas. Pequeños. Han vivido el ensayo de lo que podría ser.


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