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La trampa de los tratados

Entre el “proteccionismo” de Trump y el “librecambismo” neoliberal

Gonzalo Fernández y Juan Hernández (Viento Sur, nº 151, abril de 2017)

Lunes 15 de mayo de 2017

Trump no es un loco, ni un extraño fallo del sistema. Al contrario, representa fielmente los valores de dicho sistema, pero desde postulados diferentes a los hegemónicos tras el estallido financiero de 2008. Lo que el actual presidente de Estados Unidos plantea es una nueva agenda en defensa del capital, en un incierto contexto marcado por la crisis.

Justificamos esta afirmación tras analizar los principales puntos de la propuesta política de Trump, incidiendo de manera específica en su postura sobre la nueva oleada de tratados y acuerdos regionales y globales, a la que parece oponerse. Hasta el momento, esta se posicionaba como el hito fundamental mediante el cual los grandes poderes político-económicos pretendían enfrentar el crash global, proyectando un mercado mundial unificado en favor de las empresas transnacionales, libre de trabas y seguro para la inversión y el comercio. No obstante, esta apuesta ahora está en entredicho, y Trump participa activamente de su cuestionamiento. ¿Asistimos, entonces, a un verdadero cambio de estrategia en una renovada disputa entre proteccionismo y librecambismo? ¿O simplemente se trata de una nueva versión de la misma lógica capitalista pero fundamentada en una agenda distinta, surgida del deslegitimado proyecto universalista de un mercado global autorregulado?

Esta última es la tesis que mantenemos. Entendemos, en esta línea, que Trump no solo no es un accidente —ni mucho menos un agente contrahegemónico—, sino que incluso pudiera representar la punta de lanza del capitalismo que se nos viene encima. Eso nos obliga a las izquierdas y los movimientos sociales a realizar un diagnóstico certero de la situación, evitando caer en la trampa del mediático debate entre un proteccionismo reaccionario y un librecambismo neoliberal y supuestamente progresista, ambos de funestas consecuencias para las mayorías sociales y para el planeta en su conjunto. Así, frente a la elección entre dos monstruos, nos hemos de comprometer con la construcción de relatos y agendas políticas alternativas y propias —también en comercio e inversión internacional— que confronten con el conjunto de agendas capitalistas en disputa, desde parámetros antagónicos y desde el posicionamiento radical que exige el momento.

Trump en la disputa de agendas en defensa del capital

Vivimos momentos de gran incertidumbre de los que Trump no es causa, sino más bien síntoma y consecuencia. Dicha incertidumbre tiene su origen, a nuestro entender, en dos grandes nudos a los que el sistema vigente parece no encontrar respuesta.

Por un lado, el capitalismo evidencia serias limitaciones para iniciar una nueva fase expansiva de crecimiento económico, que genere un círculo virtuoso de productividad, rentabilidad, inversión, empleo y consumo. En este sentido, la propia OCDE pronostica un lánguido desempeño económico global hasta 2060 [1], lo que refuerza la idea de que cada vez es más complicado reproducir el flujo del ingente excedente generado por un sistema financiarizado, sobrecomplejizado y desregulado, además en un marco de austeridad y grandes desigualdades estructurales. En este contexto, se visualizan con mayor nitidez las contradicciones de un sistema incapaz de poner en marcha una revolución tecnológica con potencialidad para impulsar un círculo virtuoso como el antes citado. Si la apuesta, en este sentido, es la automatización y la robótica, no hay seguridad alguna de que esta tenga una incidencia generalizada sobre la productividad del conjunto del tejido económico global. Incluso existen serias dudas sobre si el hipotético saldo de empleos de este proceso sería negativo y no positivo, destruyendo más empleo que el que se pudiera crear, tal y como señala la UNCTAD [2]. En todo caso, más allá del debate sobre si el capitalismo es capaz de reinventarse de nuevo en un contexto de profundas limitaciones, sí que podemos afirmar tajantemente que este afronta grandes dificultades en el corto, medio y largo plazo, lo que nos aboca a décadas de fuerte inestabilidad.

Pero, por otro lado, a los problemas del sistema económico para reproducirse se le une un segundo elemento generador de incertidumbre, que no es sino el gravísimo colapso ecológico en ciernes. Se trata, en palabras de Tanuro [3], de una catástrofe silenciosa provocada por el cambio climático —ante el cual el gobierno Trump parece mantener una postura negacionista— y por el agotamiento de las tres fuentes de energía fósil sobre las que se ha asentado el patrón de desarrollo desde la segunda guerra mundial: el petróleo, el gas y el carbón. Si el petróleo ya ha alcanzado su pico, el carbón y el gas lo harán en las próximas décadas, tratándose de recursos —sobre todo, el petróleo— imposibles de ser sustituidos por otros, renovables o no, debido a una capacidad de transporte, almacenamiento, múltiples usos y alta densidad energética sin igual. Por tanto nos enfrentamos, sí o sí, a una reducción de la base material sobre la que opera nuestra sociedad global y, en consecuencia, a una profunda transformación de las fórmulas hegemónicas de producción, consumo y organización social.

Vinculando ambos procesos —límites del capitalismo y colapso ecológico—, se explicita la gravedad del momento presente. Hablamos así de un contexto complejo e incierto, en el que la hipotética superación del primero de los procesos no haría sino ahondar la catástrofe ecológica, mientras que enfrentar de manera taxativa el segundo exigiría descentrar el capital y los mercados como valores hegemónicos y, por tanto, trascender completamente el modelo civilizatorio articulado en torno al capitalismo. El piso se nos mueve a todos y todas y, lo queramos o no, grandes cambios se avecinan, en uno u otro sentido. Asistimos por tanto a una fase histórica especialmente crítica, marcada por la crisis del capital y por el conflicto de este con la vida misma, dando lugar a un recrudecimiento de la disputa de agendas y sujetos. Y no hablamos solo de la confrontación de quienes defienden la vida frente al atolladero al que nos conduce el capital, sino también entre las que pretenden mantener el statu quo capitalista, pero desde parámetros diferentes a los actualmente hegemónicos.

Es ahí, en esa disputa múltiple y abierta, donde en nuestra opinión hay que situar y entender el fenómeno Trump. Por supuesto, no como una alternativa al proyecto civilizatorio —ya que no ofrece solución alguna ni a la crisis global del capital ni al colapso ecológico— sino más bien como el intento de rescatar sus valores ante la creciente deslegitimación de la hasta ahora agenda hegemónica del capital, que hemos denominado capitalismo universalista. Se trataría entonces de una apuesta política —no fortuita ni descontextualizada— por responder al descrédito que acumula dicha agenda, planteando una nueva versión mejor adaptada a un renovado contexto en el que la tarta económica de los beneficios no va a crecer, y por tanto no va a alcanzar para alimentar a todos los capitales.

En este sentido afirmamos que Trump se postula desde la ruptura con el capitalismo universalista, proyecto pergeñado a partir de la segunda guerra mundial y consolidado durante el proceso de globalización neoliberal. Y es que este se ha sustentado sobre dos pilares fundamentales: en primer lugar, la apuesta por un mercado único global y autorregulado —o al menos conformado por grandes bloques económicos que colaboran entre sí, a través de pactos entre diferentes capitales—, que garantice el comercio y la seguridad de las inversiones a nivel planetario; en segundo término, un modelo de gobernanza política sustentado sobre un relato de democracia formal, respeto a los derechos humanos y defensa de la diversidad y la multiculturalidad, edificado sobre una estructura multilateral a tal efecto.

Precisamente, es la nueva oleada de tratados regionales y globales de comercio e inversión (TPP, TTIP, CETA, TISA, múltiples acuerdos bilaterales) la que pretendía implantar definitivamente dicho proyecto universalista tras el crash de 2008, en un trasvase definitivo de poder a las grandes empresas transnacionales. De esta manera, su aprobación significaría la construcción de un mercado cuasi-único —al que posteriormente obligarían a China a sumarse— en el que se eliminarían todas las trabas al comercio y la inversión. Para garantizarlo, se institucionalizaría a nivel global la convergencia regulatoria a la baja en protección social y ambiental a partir de nuevos órganos supraestatales de decisión alejados de la voluntad popular, así como la implantación de una lex mercatoria [4] basada en tribunales privados de arbitraje, en los que las corporaciones tienen la capacidad de denunciar a las instituciones públicas si estas amenazan sus beneficios.

Pero este proyecto sufre hoy en día un creciente descrédito. Para empezar, se hace evidente su contradicción interna, ya que su primer pilar —el mercado autorregulado— es incompatible con el segundo —democracia y derechos—, como ponen de manifiesto la crisis civilizatoria y la ofensiva que los tratados lanzan incluso contra instituciones clásicas de la democracia liberal-representativa como el poder legislativo y judicial, abocándonos a una especie de feudalismo global. Se trata por tanto de un proyecto imposible de llevarse a la práctica de manera integral, máxime en un contexto de límites de reproducción sistémica como el que atravesamos. Además, la construcción de un mercado universal concentra todos sus beneficios en unos pocos, mientras que las grandes mayorías sociales se ven abocadas al desempleo, la precariedad, la exclusión y, en definitiva, a múltiples y diversas fórmulas de dominación.

De esta manera, vemos cómo un proyecto retóricamente universalista, progresista y pacifista, en su pretensión de desarraigar la dimensión económica del resto de variables sociales, políticas y culturales a partir de la constitución de un mercado global autorregulado, acaba explotando a la vasta y diversa clase trabajadora y amputando los mínimos resortes democráticos en el altar de dicho mercado. Karl Polanyi, en su certero análisis realizado hace ocho décadas, ya alertó sobre estos intentos de desarraigo, situando en el patrón oro y en el impulso universalista del capital la génesis de las guerras mundiales y los fascismos que asolaron la primera mitad del siglo XX [5].

Pero esta deslegitimación del capitalismo universalista no es solo evidente para las propuestas emancipadoras en defensa de la vida. También lo es para quienes abogan por una redefinición del statu quo, por los mismos valores que impregnan el modelo civilizatorio vigente, adaptado a nuevas formas de explotación. Estos constatan, por un lado, cómo este modelo universalista ha roto los consensos o pactos nacionales entre capital y trabajo en base a diferentes formulaciones del Estado del bienestar —fundamentalmente en el Norte Global, que es donde estos se permitieron—, sin ofrecer alternativa alguna a las lógicas de deslocalización, terciarización, desinversión interna, desempleo y precariedad. Y, por otra parte, consideran que la delegación de soberanía nacional a órganos supraestatales propia de la lógica de los acuerdos y tratados regionales y globales impide el desarrollo de políticas autónomas, y constriñe las capacidades económicas de los capitales propios al obligar a pactar con los foráneos desde un prisma multilateral, cediendo así necesariamente poder.

Por tanto, no todos los capitales tienen expectativas positivas en el modelo de capitalismo que representa la nueva oleada de tratados, máxime en un contexto de reducción de la tarta y sin visos de crecer. Debido a ello, ciertos capitales —sobre todo los que nacen en el Norte Global, y que acumulan por tanto poder de negociación— apuestan por ampliar su trozo de tarta frente a otros, transitando del universalismo a la guerra económica. Se plantea así la posibilidad de impulsar un relato y una agenda que prime la defensa de los capitales nacionales; que limite el costo de la apuesta global; que integre en su base política no solo al capital nacional, sino también a parte de la clase trabajadora ávida de recuperar inversión y empleo, que ha sido despreciada por las élites beneficiadas por la globalización; que, finalmente, confronte aun retóricamente con dichas élites desde una ofensiva contra su imaginario liberal y progresista (derechos y libertades fundamentales, igualdad de oportunidades, diversidad sexual, protección del medio ambiente…), situando el debate político en una guerra entre pobres, contra lo otro, centrado especialmente en la migración como fenómeno directamente vinculado a la globalización y sus efectos.

Este es el magma en el que surge Trump. Y no es extraño que lo haga en una potencia en decadencia como Estados Unidos, con capacidades y fuerza para desarrollar una estrategia unilateral de guerra económica, a pesar de las consecuencias que esta pueda tener a nivel global. En todo caso, constatamos cómo la agenda de Trump, ya desde su génesis, en ningún caso puede entenderse como una propuesta contrahegemónica ni alternativa, ya que tampoco ofrece respuesta alguna a la crisis del capitalismo, al colapso ecológico, ni al conjunto de dominaciones de clase, género y raza/etnia vinculados al mismo. Tampoco lo pretende. Más bien se trata de una propuesta que, ante la reducción de la tarta y ajena a los retos globales, pretende utilizar todos los resortes a su alcance para apropiarse del mayor trozo posible de la misma para los capitales propios.

La agenda Trump: otros tratados para otro capitalismo

La victoria de Trump se cimenta, además de en el singular sistema electoral estadounidense, en una lectura acertada de la crisis de deslegitimación del capitalismo universalista. Se postula así como un candidato enfrentado a las élites beneficiadas por la globalización neoliberal, defendiendo la recuperación del papel de potencia mundial de EEUU, la reversión de los grandes desbalances macroeconómicos comerciales y de deuda, y el inicio de una nueva versión de un New Deal en descomposición, a partir de cierta recuperación del mercado interno, la inversión y el empleo. Sitúa a la progresía del Partido Demócrata —y a algunos movimientos sociales más preocupados por el reconocimiento que por la redistribución y la alianza popular— en el bando universalista y neoliberal, y construye una base política que aúna capitales y sectores populares diversos, que ni mucho menos está conformada únicamente por el precariado blanco del centro del país [6].

Aunque aún es pronto para conocer en profundidad la propuesta política de un gobierno Trump recién estrenado, sí que estamos al menos en disposición de esbozar cuáles son las líneas maestras de su agenda. Esta se estructura en torno al lema America First (“América primero”), en total concordancia con lo esgrimido anteriormente sobre la apropiación de la mayor parte posible de la tarta global y la crítica al capitalismo universalista. Este es el principio fundador de su mirada política, que se desarrolla y concreta en tres grandes hitos:

Guerra económica: Trump ve en la guerra económica contra la UE y China la mejor vía para defender sus capitales, revertir los desbalances macroeconómicos y tratar de generar un nuevo pacto interclasista desde la recuperación de cierta inversión y empleo. Para ello plantea un programa económico que se sostiene, de entrada, en una desregulación fiscal y financiera interna [7]. En el primero de los casos el objetivo es ampliar las capacidades de las empresas estadounidenses; en el segundo, se pretende levantar las restricciones establecidas por Obama ante la burbuja financiera de 2008, para crear nuevo dinero —especulativo— en base a la primacía internacional del dólar, como soporte para la financiación del conjunto del proyecto económico. Desarrollando, de este modo, una alternativa a China como compradora de la deuda estadounidense —nueva compra a la que esta se podría negar si se recrudece la guerra económica— y ahondando, además, en la mejora de la posición de la banca norteamericana frente al frágil sistema financiero europeo.

Al mismo tiempo, su programa económico se sustenta sobre el aumento de los aranceles para los productos provenientes de la UE y China, favoreciendo así a ciertos sectores especialmente castigados por las importaciones foráneas. Y se apuesta por relocalizar fases del proceso industrial dentro del país, para generar nueva inversión y empleo —Ford y General Motors han prometido relocalizar plantas en el país, Carrier anuncia que no trasladará a México dos plantas de aire acondicionado, etc.—, a la vez que se impulsan un aumento significativo del gasto público como motor de empleo y la inversión en cuestiones estratégicas y vinculadas a la guerra de bloques (infraestructuras, ejército, policía), reduciendo la inversiones en otras cuestiones como la salud.

En definitiva, el programa económico de Trump, más allá de su retórica anti-élites, promueve una desregulación financiera y fiscal en favor del capital estadounidense en su conjunto —también el financiero—, cuya posición espera mejorar mediante políticas activas comerciales, industriales y de gasto público que reviertan la dependencia de UE y China. Bajo esta premisa confía en la teoría del derrame, por la que dicha mejora dé pie a impactos positivos en términos de inversión y empleo, sosteniendo así su base popular y su propuesta de New Deal, y que a su vez revierta los desbalances estructurales en un difícil equilibrio entre capital productivo y financiero.

Guerra entre pobres: La legitimidad de un proyecto elitista pero pretendidamente anti-élites se sostiene, fundamentalmente, azuzando la disputa y el cuestionamiento entre sectores populares y clase trabajadora de diferentes países. Al igual que sucedió en los años treinta del siglo pasado, esta aparece como la mejor vía para ocultar la responsabilidad del capital en la crisis, incidiendo en este caso sobre los principales agentes y consecuencias del denostado universalismo progresista y neoliberal. Así, se afilan las uñas frente a quienes representan este proyecto: Obama, Clinton, el Partido Demócrata, los brokers, los y las liberales, ciertos movimientos sociales, etc. Además, se señala con el dedo de manera muy especial a los migrantes ilegales —fenómeno directamente vinculado al neoliberalismo— y al terrorismo, concepto que incluye un maremágnum variable de “los otros”, donde destaca lo árabe y musulmán. De esta manera se traslada la responsabilidad de los ricos a los pobres y se fomenta la división entre estos, ocultando las verdaderas razones del atolladero actual. Se trataría de impulsar una sociedad que, en palabras de Boaventura de Sousa Santos [8], combinara fascismo social y cierto pluralismo político, excluyendo más allá de la línea abisal a crecientes sectores de la población.

Unilateralismo internacional: El corolario internacional de la agenda de Trump se vincula coherentemente con su programa de guerra económica y de fomento de la disputa entre pobres a través de su negativa a que EEUU pague la factura del proyecto universalista, favoreciendo a su vez la posición global de sus capitales frente a los europeos y chinos. Recordemos que la UE y China son los dos grandes enemigos a batir, con los que EEUU tiene un desbalance comercial estructural, mientras que la dependencia de la compra de deuda pública norteamericana por parte del gigante asiático limita la proyección del programa económico antes expuesto. De esta manera, el America First se traduce en el ámbito internacional en un regreso a una lógica de potencia mundial, que actúa de manera unilateral en un contexto de guerra de bloques. Esto supone, en primer lugar, una ofensiva contra la institucionalización del entramado multilateral social y ambiental de Naciones Unidas —no así contra el financiero, el cual EEUU domina—, haciendo saltar por los aires acuerdos como los del cambio climático (COP21) y cerrando el grifo financiero a programas y fondos multilaterales.

Junto a ello, en segundo término, propugna de manera nítida una geopolítica basada en el control de recursos naturales, así como en la lógica de alianzas propia de la guerra fría —“los enemigos de mis amigos, son mis enemigos”, y viceversa—, con posibles implicaciones militaristas: América Latina como patio trasero, recuperación del papel de Israel en Oriente Medio, etc. Por último, aprendiendo de la experiencia china en el comercio y la inversión internacional —basada en negociaciones bilaterales, sin necesidad de tratados y haciendo valer su peso específico—, defiende la no firma de los grandes acuerdos (TTIP, TPP, TISA) en las condiciones actuales, ya que ello supondría cesión y pérdida para el conjunto de capitales norteamericanos, que obtendrían mejores resultados en negociaciones bilaterales y asimétricas aprovechando el papel de EEUU como potencia.

De esta manera, Trump aboga por rediseñar los tratados regionales históricamente firmados, como el actualmente vigente con México y Canadá (TLCAN); salirse de los recién aprobados dentro de la nueva oleada, como el Acuerdo Transpacífico (TPP); meter en el congelador o rediseñar los que estaban en negociación como el TTIP, dándole un nuevo enfoque en base a un intento de nuevo pacto bilateral con Alemania que posteriormente se impondría al conjunto del continente, o el TISA, en función de una nueva negociación cuyo fin parece previsto para 2017; incluso firmar nuevos tratados bilaterales para así, por esta cuádruple vía, alcanzar una mejor posición negociadora para los capitales nacionales.

No es una estrategia anti-tratados, sino únicamente en favor de aquellos que mejor se adapten a un capitalismo en crisis y a una guerra económica entre bloques. Se trata pues de una apuesta en favor del comercio e inversión internacional, de la lex mercatoria y del capital, pero desde un diagnóstico del momento y un abordaje diferentes. En su conjunto, Trump defiende una agenda explícitamente violenta, excluyente, no sabemos hasta qué punto viable —es complicado abordar todos los objetivos que se plantea, manteniendo a su vez el equilibrio de intereses entre capitales distintos y su base popular—, pero en todo caso muy peligrosa. En este sentido, ahonda las dinámicas de fascismo social e incluso nos sitúa ante un nuevo crash como el de 2008, fruto de la desregulación financiera que promueve para sufragar su proyecto económico. No obstante, bajo otra retórica, el universalismo neoliberal convertido en feudalismo global no nos ofrece un futuro más halagüeño, y carece también de respuesta ante el colapso ecológico y la dominación múltiple que sufren de manera asimétrica mujeres, hombres y pueblos.

Por ello, sea una u otra la agenda que impere —no sabemos si la lógica universalista o la de guerra entre bloques será preponderante en el medio plazo—, es crucial que se prefiguren, impulsen y apliquen relatos y agendas emancipadoras propias, situadas lejos de la trampa a la que nos aboca el estrecho margen político que parece imponerse entre el “proteccionismo”, encarnado en Trump, y el “librecambismo”, irónicamente representado por la UE y China, entre un capitalismo u otro.

Ni Trump ni progresía neoliberal: hacia una agenda emancipadora propia

Proteccionismo y librecambismo, en los términos en los que se plantea el debate, no son sino la punta de dos icebergs que ocultan un imperialismo reaccionario y una arquitectura global de la impunidad para las empresas transnacionales, respectivamente. Debemos insistir, por tanto, en transitar desde esta supuesta dicotomía proteccionismo/librecambismo a las representadas por el conflicto capital/vida; por la disputa entre la lex mercatoria y los derechos de las personas, los pueblos y la naturaleza; por la incompatibilidad entre mercado autorregulado y democracia. Es ahí donde reside la cara real de la disputa política en ciernes, y donde capitalismo universalista y capitalismo de guerra económica se sitúan en un mismo bando, siendo más lo que les une que lo que les diferencia. Este cambio de eje del debate evidencia que las salidas emancipadoras al atolladero civilizatorio actual en ningún caso pasan por dichas agendas, sino que precisamos de otras realmente alternativas.

No es el objetivo de este texto abordar de manera sistemática la construcción de relatos y propuestas en defensa de la vida frente al capital, pero sí al menos queremos cerrarlo esbozando algunas claves sobre cómo enfrentar esta tarea y sobre qué priorizar para disputar espacios a ambos modelos de entender el comercio y la inversión internacional.

Comenzando por cómo plantear la confrontación con el capitalismo universalista y el de guerra, proponemos, en primer lugar, hacerlo desde la radicalidad que exige este momento crítico. Haremos un flaco favor a la superación de la crisis civilizatoria si nuestra principal meta se centra en pescar en el caladero del sentido común hegemónico, situándonos dentro del estrecho marco del debate oficial que este permite. Es ahí donde estamos atrapadas y sin capacidad de posicionar valores, dinámicas, instituciones y sendas alternativas, hoy en día imprescindibles. De esta manera, necesitamos de otros sentidos comunes y de otras claves de debate, por lo que no se trata de parecerse, confundirse o quedarse cerca de los capitalismos en liza para avanzar, sino más bien de plantear claramente un camino propio y antagónico, aunque no dé resultados efectivos en el corto plazo. Ante la ofensiva del capitalismo de guerra, tal y como nos ha mostrado la campaña electoral estadounidense, la defensa del statu quo desde el progresismo neoliberal solo nos hace retroceder.

Directamente vinculada a la radicalidad que exige la coyuntura planteamos, en segundo término, la relevancia de que nuestras agendas incorporen un enfoque de transición, ante un gravísimo colapso que no es socialmente evidente todavía. Así, cualquier estrategia ha de asumir el desafío de combinar la respuesta ante las necesidades inmediatas, por un lado, con la determinación por transitar, aquí y ahora, hacia otras formas de vida antagónicas a las vigentes. Tan poco incisivo es, en esta línea, limitarse a actuar en el estrecho marco de lo aparentemente posible como, en sentido contrario, defender una agenda alternativa ideal, sin entender las más que evidentes asimetrías de partida. Asumir el enfoque de transición nos obliga, de este modo, a aceptar el desafío de la complejidad política, a partir de una permanente tensión entre presente y horizonte.

Tener en cuenta dichos horizontes de emancipación se convierte en la tercera de nuestras claves para enfrentar el momento que nos ha tocado vivir [9]. Estos, en coherencia con el enfoque de transición, se constituyen como referencias fundamentales pero en ningún caso como premisas de actuación. Habría que apostar, por tanto, por la defensa de la vida y por modelos económicos que asuman los límites físicos del planeta y planteen una más que necesaria transición energética; que posicionen el trabajo y el bien común como valores centrales, desde una nueva concepción de lo común que articule lo público y lo comunitario-social. Y que superen la quimérica pretensión capitalista del desarraigo de la economía respecto de la política, rescatando la democracia de su usurpación por parte de los mercados y las grandes empresas. Además, se debería abogar por lo local como escenario idóneo para esa vida diversa, democrática y sostenible que deseamos; un sentido local alejado de localismos y de proteccionismos reaccionarios. A la vez, nuestro horizonte requiere de una radical redistribución de la riqueza —entendida esta no solo como los recursos, sino como la base material necesaria para el desarrollo de nuestras vidas— y de los trabajos, incluyendo tanto los ejercidos en el mercado, en la comunidad y en los hogares, como la división internacional del trabajo entre el Norte y el Sur Global.

A partir de estas bases de radicalidad, transición y posicionamiento de horizontes de emancipación como referencia, abogamos en el ámbito del comercio y la inversión internacional por dos prioridades. Una es desmantelar por completo la arquitectura internacional conformada en favor de la lex mercatoria y las grandes empresas transnacionales, de la que se valen tanto un capitalismo como otro, lo que supone confrontar con el entramado comercial y financiero internacional (FMI, BM, OMC, G7, G8, G20, tribunales de arbitraje), desvinculándose del mismo. Impidiendo la firma de la nueva oleada de acuerdos y tratados y denunciando todos los existentes —sean estos globales, regionales o bilaterales—, ya que todos ellos inciden en parámetros similares, en favor de una revisión crítica del marco internacional de derechos humanos como primacía jurídica.

El nuevo marco debe tener en cuenta cómo el Derecho Internacional de los Derechos Humanos —incluidos el Derecho Internacional del Trabajo y el Derecho Internacional Ambiental— es jerárquicamente superior a las normas de comercio e inversiones, nacionales e internacionales, por su carácter imperativo y como obligaciones erga omnes, esto es, de toda la comunidad internacional y para toda la comunidad internacional. Por tanto, la nulidad de los tratados y los acuerdos de libre comercio e inversión deviene de invocar la preeminencia de una norma jerárquicamente superior, tal y como establece el artículo 53 de la Convención de Viena, que establece que todo tratado que afecte a una norma imperativa de Derecho Internacional es nulo.

Resulta imprescindible romper con el conjunto de espacios de escasa intensidad democrática que sirven como pista de aterrizaje a la lex mercatoria y a las grandes empresas, como lo es el proyecto vigente de una Unión Europea al servicio del capital, cercenador a su vez de soberanía y autonomía de pueblos e instituciones. Solo desde su ruptura definitiva es hoy posible imaginar un horizonte emancipador.

La segunda prioridad, partiendo de la defensa de lo local y de los procesos endógenos —que no autárquicos—, plantea la idoneidad de un comercio alternativo que, tal y como propone el Mandato de comercio alternativo [10], prime el control democrático sobre las inversiones y los derechos sobre los beneficios; permita que las instituciones públicas puedan controlar las exportaciones, importaciones e inversiones en función de sus propias estrategias, nunca poniendo en riesgo el acceso a servicios públicos y a sistemas de protección social, laboral y ambiental; desarrolle un tipo de comercio internacional compatible con políticas industriales y en favor de la soberanía alimentaria propias; garantice las dinámicas locales y estatales de comercio por encima de las lógicas globales; en el que los bienes comunes (conocimiento, agua, tierra, energía, educación y salud) queden fuera del comercio global.

Valgan estos apuntes para seguir enfrentando la tarea de transición civilizatoria en la que estamos comprometidos, en la que Trump y la progresía neoliberal no son sino las dos caras de la misma moneda. No caigamos en la trampa de unos y otros.


Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate y Juan Hernández Zubizarreta (@JuanHZubiza) son investigadores del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL)Paz con Dignidad.

- Artículo completo (versión impresa, PDF) aquí >>

Ver en línea : Viento Sur, nº 151, abril de 2017.


Notas

[1OCDE (2014): “Policy challenges for the next 50 years”, OECC Economic Policy Papers, nº 9, disponible en: http://www.oecd-ilibrary.org/economics/policy-challenges-for-the-next-50-years_5jz18gs5fckf-en

[2UNCTAD (2016), “Robots and industrialization in developing countries”, Policy Brief Nº 50, disponible en: http://unctad.org/en/PublicationsLibrary/presspb2016d6_en.pdf

[3TANURO, Daniel (2015), “Enfrentar la urgencia ecológica”, Inprecor nº 619-620, disponible en: http://www.inprecor.fr/article-CLIMAT-Face%20%C3%A0%20l’urgence%20%C3%A9cologique?id=1795

[4HERNÁNDEZ, Juan y RAMIRO, Pedro (2015): Contra la ‘lex mercatoria’. Propuestas y alternativas para desmantelar el poder de las empresas transnacionales, Icaria, Barcelona.

[5POLANYI, Karl (1944), La gran transformación, Siglo XXI, México.

[6Davis, Mike (2017), “El gran dios Trump y la clase obrera blanca” Sin permiso, artículo disponible en: http://www.sinpermiso.info/textos/el-gran-dios-trump-y-la-clase-obrera-blanca

[7LORENTE, Miguel Ángel (2017), “La desregulación financiera de Trump y las guerras de la globalización”, Mientras Tanto, artículo disponible en: http://www.mientrastanto.org/boletin-155/ensayo/la-desregulacion-financiera-de-trump-y-las-guerras-de-la-globalizacion

[8SANTOS, Boaventura de Sousa (2014): “Más allá del pensamiento abismal: de las líneas globales a una ecología de saberes”, en SANTOS, B. de Sousa y MENESES, María Paula, Epistemologías del Sur, Akal, Madrid.

[9FERNÁNDEZ, Gonzalo (2016), “Alternativas para desmantelar el poder corporativo”, Lan Koadernoak / Cuadernos de Hegoa, Número extraordinario, disponible en: http://omal.info/spip.php?article8246


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