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Una pizarra (podrían ser tres)

María González Reyes y Pedro Ramiro (Ecologista, nº 90, otoño de 2016)

Domingo 16 de octubre de 2016

Podría ser la pizarra que está sobre la pared izquierda (según entras por la puerta del aula) de una escuela rural. O la de la sala de un centro social que usa, entre otras, una organización de mujeres que trabajan en hoteles. O la colocada en la habitación que destinaron para los juegos en un hospital que cerró hace tiempo y que ahora está ocupado por personas refugiadas.

En realidad estuvo en los tres sitios, por eso hay tres historias.

Desde la casa de la maestra hasta la escuela había 38 árboles sobre los que vivían varias familias de aves y multitud de invertebrados. No usaba mucho la pizarra porque pensaba que en un día en el campo se aprende más que en una semana dentro de la clase. A veces escribían en ella el inventario de animales y plantas de la zona o anotaban los títulos de los proyectos sobre los que investigaban en grupos (heterogéneos en edad, sexo y habilidades personales). Trataba de buscar la manera de que la educación no estuviera desacompasada con la naturaleza. Cuando terminó el curso sus alumnas y alumnos llenaron la pizarra de palabras importantes que aprendieron con ella a pesar de que no aparecían en el curriculum oficial: roble, abejas, aprendizaje colectivo, desobedecer, placer, risas, amar.

En el local frío las mujeres se sientan en círculo. Sillas apiladas en torre en una esquina que va disminuyendo de altura según van llegando. Un termo para hacer infusiones. Hablan sobre sus jornadas de trabajo interminables, sobre sus sueldos ridículos, sobre sus cuerpos doloridos. Hablan de que están hartas. Hablan mientras miran a la pizarra donde escriben las ideas de cómo cambiar su situación. Muchas ideas. Ella mira la pizarra sin hablar. Se deshace. Solo un poco. Se deshace lo justo. Sonríe por primera vez desde hace mucho tiempo.

En el lugar que fue un hospital una niña pinta con una tiza azul en la pizarra. La habitación que dejaron para jugar está en el primer piso. Ha estado lloviendo los días anteriores y la lluvia está dentro del hospital. El color de la lluvia. Dentro de unas horas la habitación ya será sol y desde el primer piso lo que más se verá por la ventana será el calor en la explanada de delante del hospital. Pinta con tiza azul una casa azul. Es una casa que no está destrozada por las bombas, que no tiene valla para poder entrar, con un camino por el que se puede llegar en bici hasta la escuela. Su habitación está en el primer piso y es grande para que quepan todos sus amigos. Es la casa en la que ella quiere vivir.

Las letras y dibujos desaparecen y aparecen sobre la pizarra. Las historias se acercan y se alejan de ella. La pizarra, donde quedan rastros de algunas cosas, permanece.

Ver en línea : Ecologista, nº 90, otoño de 2016.


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