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Historias de un parque de Grecia

María González Reyes

Domingo 18 de septiembre de 2016

Un grupo numeroso de niñas y niños sale de lo que fue un hospital ahora convertido en un lugar para que vivan personas refugiadas. Se apelotonan un poco en la puerta que solo tiene abierta una hoja.

Caminan hacia un parque.

Un niño tiene el pelo rapado, por eso se ve que tiene siete brechas de distinto tamaño sólo en el lado izquierdo de la cabeza. Corre hacia un lado y hacia el otro del parque como si le sobrara la valla metálica que lo delimita. Son demasiadas brechas, a no ser que vengas de un país en guerra y hayas tenido que atravesar fronteras. Él y otro chico miran más allá de la valla que rodea a los columpios. Al otro lado hay unos niños jugando al fútbol. No hablan el mismo idioma pero el del pelo rapado y su amigo entienden enseguida que les están invitando a jugar. Chanclas contra zapatillas de deporte. Posiblemente ganarán las zapatillas. A través de la valla se ve que los niños mezclan chanclas y zapatillas en los dos equipos.

La niña de ojos redondos tiene miedo de subir al tobogán. Tiene miedo de subir a la casita de madera. Tiene miedo de subir al columpio. Se arrulla sobre si misma. ¿Dónde aprendió el miedo? De la mano de una chica más grande se sube al tobogán. Despacio. Peldaño a peldaño. Las manos sujetas con fuerza a los lados del tobogán. Manos amigas la ayudan a deslizarse despacio hacia abajo. Cuando llega al final su cara es una sonrisa.

Trenza larga y zapatos de goma rosas que suben y bajan al ritmo del columpio. Cada vez más fuerte. Como queriendo llegar al cielo. Disfrutando. Un chico más o menos de su edad se pone a su lado, para el columpio y la baja usando su fuerza para columpiarse él. Ella protesta pero él es más fuerte. Ella protesta. Pero él ya está subido. Ella protesta pero no puede pararlo. Pide ayuda a una mujer mayor que le dice que se vaya a otro columpio a jugar. Ella dice que no. Otra niña le cede el suyo. Ella dice que no, quiere que el chico se baje del que tenía ella. Busca ayuda de otro adulto. El niño sigue arriba y abajo. Ella le grita y protesta hasta que él se baja. Quizás cuando ya no tenga trenza ni esos zapatos de goma rosas siga siendo igual de persistente. Cuando le nieguen el asilo. Cuando le impidan atravesar fronteras. Cuando le digan que tiene negada la palabra futuro. Ojalá.

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