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El idioma de los gatos

María González Reyes

Domingo 5 de junio de 2016

Decían que estaba loca y, la verdad, el pelo encrespado e imposible de mantener ordenado sobre su cabeza hacía pensar que esa habladuría era cierta.

Sucedió una tarde cuando paseaba por fuera del perímetro que mi madre me había marcado como máximo para alejarme de la seguridad del hogar (¿para qué están los límites si no es para saltárselos?). La vi cerca del canal de desagüe por donde el agua fétida apenas corría debido a la acumulación de basura. Efectivamente está loca, pensé, ninguna persona cuerda viene a esta parte de la ciudad. Me quedé un rato y observé que sacaba algo de una bolsa. Casi instantáneamente comenzaron a aparecer decenas de gatos en ese lugar donde parecía solo haber bacterias y gusanos. La rodearon moviéndose con una suave adoración. Les traía comida.

A partir de ese día la seguí más veces. Pasaba las horas previas al anochecer rodeada de gatos, cada tarde la misma rutina. Entonces decidí preguntarle a Telmo, porque era el más viejo del barrio y era hablador y conocía muchas historias. Fue guerrillera cuando hubo dictadura, me dijo, cuentan que se volvió loca por las torturas, pero yo creo que lo que la enloqueció fue ver cómo mataban a sus compañeras que luchaban por justicia mientras la mayoría que no hablaba y miraba hacia el suelo era cada vez más numerosa.

La locura y la soledad a veces se tocan. Pensé.

Al día siguiente me acerqué a hablar con ella cuando estaba en el canal. No tardé mucho en darme cuenta de que era tarde, ya solo comprendía el idioma de los gatos.

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