Energía

María González Reyes

Domingo 27 de marzo de 2016

Siempre que dormíamos juntos nos sobraba la mitad de la cama. Mi espalda contra tu pecho, tus brazos rodeándome y tu barba acariciando mi cuello. Me gustan esos abrazos que son como al revés en los que, en realidad, tú me abrazas mientras yo me quedo envuelta por tu cuerpo. Tu cuerpo y mi cuerpo. No sé cuál fue el instante preciso en el que tuve conciencia de que tu vida y la mía no valían lo mismo, pero desde ese momento supe que mi pasaporte extranjero y mi piel clara podrían hacer que tu vida y la de los demás fuera un poco más segura, y pensé que ese sería mi papel en este lugar.

Aunque estés no pararán y tratarán de poner en práctica sus amenazas. Dijiste. Quieren construir la presa y hay tantos intereses económicos que no se van a rendir si nuestra oposición no es firme. La energía mueve al capitalismo y quienes tratan de romper el orden establecido de las cosas arriesgan su vida.

El autobús salía de madrugada. Yo pensaba que debía decirte que te fueras, que luego iba a ser peligroso con la noche avanzada, pero no dije nada. Estábamos sentados en silencio en el banco de la dársena número 15, mirando al cielo, y yo trataba de no pensar si subirme al autobús y alejarme era la mejor decisión. Te levantaste sin decir nada y yo escuchaba tus pasos alejarse. Pensé que no volverías porque ambos habíamos aprendido a odiar las despedidas, pero al rato viniste con un caramelo que colocaste en mi mano.

No la van a construir, ya lo verás, cuando vuelvas lo celebraremos.

Tu mano acariciaba a la mía que siguió agarrando ese caramelo con fuerza hasta mucho tiempo después.

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