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Huerto urbano

María González Reyes

Domingo 14 de febrero de 2016

Sabías que iría a tu casa y, aún así, decidiste no colocar nada. La verdad es que me impresionó, cada trozo de superficie plana tenía algo encima. Cosas sin orden aparente: papeles con mapas pintados, libros que dejaron de ocupar su hueco en la estantería, láminas recogidas de la basura los días en los que se pueden sacar los muebles viejos a la calle, semillas colocadas en distintos recipientes. Dejé mi bolso sobre la silla encima de varias prendas de ropa que estaban ahí acomodadas como si ese fuera su sitio natural.

Me cogiste de la mano, “subamos a ver el huerto”. Y después bajamos a compartir la cama que llevaba deshecha, al menos, desde la noche anterior.

Por la mañana los pies no querían salir al frío así que nos quedamos piel con piel hasta que ya no hubo más remedio. El tren saldría puntual a su hora sin pensar que yo necesitaba más tiempo en esa cama.

Horas después, al meter la mano en el bolsillo de mi abrigo, descubrí que habías metido varias semillas. Ahora, en el tiempo que transcurre entre nuestros encuentros, toco el romero ya crecido porque me contaste que olerlo es bueno para la memoria.

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