En las paredes quedaban restos. Una mariposa recortada sobre papel de periódico y algunos libros amontonados en una esquina. Al lado del teléfono el listín abierto por la página desde la que se había hecho la última llamada. Andrea Gómez.

Ahora estaban diseminadas. Ya no estaba el espacio común donde encontrarse. Y, aún así, permanecía fuerte la carga de todo lo aprendido durante aquel tiempo de trabajo colectivo. Permanecía, sobre todo, en las manos de todas las personas que participaron de aquel lugar.

Permanecía en sus manos.