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Las flores: sector estratégico para la economía colombiana

Nazaret Castro (esglobal, 26 de mayo de 2015)

Viernes 29 de mayo de 2015

Colombia es ya el segundo productor y exportador mundial de flores y el primer proveedor a Estados Unidos. Hay críticas, sin embargo, sobre las condiciones laborales de los trabajadores y los impactos de la floricultura sobre el medio ambiente.

Colombia exportó 500 millones de flores para el último San Valentín. Ahí es nada. El día mundial en el que más flores se compran y venden en el planeta, el país latinoamericano ratificaba su apuesta por la industria de las flores, que supone ya el tercer renglón de sus exportaciones, sólo por detrás del petróleo y el café, con ingresos cercanos a los 1.252 millones de dólares en 2011. El día de los enamorados sigue siendo una fecha clave para el negocio colombiano de la floricultura: se vende entre el 30 y el 35% del volumen total de las flores que se exportan al año; la mayor parte, al primer destino de las exportaciones de flores: Estados Unidos, que recibe en torno al 74% de la producción de flores colombianas. O, a la inversa: Colombia produce el 65% de las flores que consumen los estadounidenses.

“Es la historia de éxito del libre comercio entre Colombia y Estados Unidos”, ha afirmado Augusto Solano, presidente de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (Asocolflores). La floricultura se benefició, en efecto, de las preferencias arancelarias que garantizó el Tratado de Libre Comercio (TLC) recientemente suscrito entre ambos países, consolidando la posición de las flores colombianas en el mercado estadounidense. También ayudó el trabajo conjunto de la patronal y el Gobierno para trabajar la marca-país, con un programa, lanzado en 2006, llamado “Colombia. Tierra de Flores”.

Lo cierto es que las flores no arraigaron en suelo colombiano hasta los 60 del siglo pasado, y sólo en los últimos 20 años comenzaron su acelerado crecimiento. Hoy, con 6.500 hectáreas cultivadas, el país es ya el segundo exportador de flores del mundo; el primero, si hablamos de claveles. Además, el 97% de la producción se destina a la exportación; y, ahora que el mercado estadounidense da síntomas de saturación, los productores colombianos, que ya exportan a 88 países, pretenden consolidar nuevos mercados, como Europa y Japón. Colombia copa el 16% de la cuota de mercado mundial; unas cifras nada desdeñables, sobre todo porque el indiscutible líder mundial, Holanda, acapara el 56% del mercado. Es también una importante fuente de empleo: se calcula que el sector da trabajo a 150.000 colombianos, y el 65% de ellos son mujeres; la mayoría habitan regiones rurales o barrios urbanos marginales.

En los últimos años, los productores de flores veían cómo su competitividad descendía por el incremento sostenido del peso colombiano respecto del dólar; sin embargo, en muy pocos meses se ha revertido esa tendencia: si hace un año el dólar se cotizaba a unos 1.980 pesos, hoy alcanza los 2.516. La devaluación de la moneda local da un respiro a los productores, que enfrentan la competencia de países africanos y americanos que han entrado más recientemente en la industria floricultora. El mayor reto de este sector en Colombia es ahora consolidar nuevos mercados, que disminuirían su dependencia de la situación económica estadounidense: el año que los ciudadanos de EE UU no se sienten boyantes, no se animan a gastar 75 dólares en una docena de rosas el día de San Valentín.

Los impactos sociales del sector

Si es innegable la importancia del sector en los balances económicos de Colombia y en el empleo, también hay sombras en torno al negocio de las flores. Para empezar, y aunque Asocolflores insiste en que el sector cuenta con altos índices de formalidad -es decir, que la mayoría de los trabajadores están en blanco, algo que no ocurre en otros países productores de flores-, los salarios son bajos: muchas veces no superan el salario mínimo vigente, de 286 dólares semanales, pese a las extenuantes jornadas a que se exponen los empleados. Las asociaciones de trabajadores del sector han denunciado una constante presión de los empleadores para trabajar más y más rápido: así explican que la producción total se haya mantenido pese a los 12.000 trabajadores que fueron despedidos en 2010. Ese aumento de la productividad se logró a base de imponer ritmos inhumanos con jornadas que, en temporada alta, llegan en casos extremos a las 20 horas diarias, según denuncia la ONG InspirAction.

Además, la organización local Corporación Cactus asegura que la mayoría de los trabajadores no goza de baja por enfermedad o maternidad y pocos están amparados por cobertura sanitaria o de desempleo. Las enfermedades profesionales son frecuentes, pero rara vez reconocidas por las aseguradoras; y si el trabajador quiere reclamar, a menudo ni siquiera sabe dónde hacerlo: más de un tercio están contratados por intermediarios. Asocolflores creó su propio código de normas laborales y ambientales en 1996, denominado Flor Verde; pero este “certificado de sostenibilidad” ha recibido críticas, entre otras cosas, porque no reconoce el derecho de los trabajadores a afiliarse a sindicatos y a la negociación colectiva. Para Erika González, autora del informe Las mujeres en la industria colombiana de las flores, del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL), este código voluntario no pretende “modificar las prácticas realmente existentes, sino la forma en que el sector empresarial es percibido por la sociedad”, a fin de desactivar las críticas de los movimientos sociales.

Los riesgos para la salud de las trabajadoras en la industria de las flores han sido tradicionalmente uno de los aspectos más polémicos del sector, como detalla un estudio del Centro Internacional por un Comercio y Desarrollo Sustentable (ICTSD, en sus siglas en inglés): problemas ergonómicos debidos a las posturas que deben adoptar, lesiones y cortaduras, exposición a temperaturas extremas, altas y bajas, trastornos psicosociales como consecuencia de la presión a que son expuestas para cumplir con los estándares de productividad del sector. La peor parte es, tal vez, la de las intoxicaciones. Según Oxfam, algunas investigaciones médicas han revelado que dos tercios de los trabajadores colombianos tienen problemas de salud asociados a los pesticidas, que van desde náuseas a abortos; entre otras cosas porque, en aras de la productividad, son obligados a entrar en los invernaderos poco después de haberse rociado con pesticidas.

Los pesticidas, plaguicidas y otros agrotóxicos también afectan al medio ambiente y, por eso mismo, al tejido social de las comunidades. El cultivo de flores es muy demandante de recursos hídricos, por lo que limita la cantidad de agua disponible para los hogares, y los productos químicos pueden contaminar las fuentes de agua subterráneas: en la Sabana de Bogotá, por ejemplo, la floricultura contaminó los acuíferos. Además, como cualquier monocultivo, las flores pueden dejar las tierras estériles, y desplazan a los cultivos tradicionales, que suelen ser alimentos para el consumo local, con lo que las comunidades pierden soberanía alimentaria.

Cuestión de género

Alrededor del 65% de los colombianos que trabajan en la industria de las flores son mujeres, casi siempre rurales o de barrios urbanos marginales. Esa feminización del sector ha dejado un balance desigual: por un lado, el auge de la industria de las flores ha supuesto la inserción en el mercado laboral para muchas mujeres, que, al contar con un salario, ganan espacios de autonomía y decisiones en el seno de sus hogares. Sin embargo, ellas realizan las tareas peor pagadas, dentro de una radical división sexual del trabajo: en la industria floricultora, las mujeres limpian las malas hierbas, atan las plantas, podan, cortan, cosechan y empaquetan, mientras los hombres se dedican a irrigación, fumigación y el mantenimiento.

Las trabajadoras han denunciado además prácticas de los empleadores que atentan contra sus derechos sexuales, reproductivos y laborales, como cuando se les exige presentar una prueba de embarazo negativa. Un estudio de Corporación Cactus asegura que el 82,8% de las empresas del sector en Colombia pide estas pruebas; en la Sabana de Bogotá, son varias las que exigen incluso un certificado de ligadura de trompas.

Ver en línea : esglobal, 26 de mayo de 2015.


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