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La Barbie que ahora toca querer ser

Andrea Gago Menor (La Marea, 27 de marzo de 2015)

Viernes 27 de marzo de 2015

Creo que la palabra náuseas es la que más acierta a describir lo que siento al leer frases como “aunque cuente con smartphone y ganas de trabajar todas las horas posibles del día no se olvida de su habitual coquetería y su perfecto peinado”, del artículo “Barbie se hace emprendedora” que publicó El País el año pasado. El símbolo se adapta a los nuevos tiempos al ritmo de una de las variantes del mantra neoliberal: “Si puedes soñarlo, puedes llegar a serlo”.

Como explican Víctor Ginesta Rodríguez y Andrea Alvarado Vives en un artículo redondo, “la aparición de Barbie Emprendedora es una poderosa constatación simbólica de la perversión neoliberal del ideal de independencia económica de las mujeres y del actual fomento de la iniciativa particular privada”. Es decir, que ahora al sistema le viene mejor que las mujeres dediquemos nuestra vida casi completa a la profesión, que es lo moderno, mientras soñamos con las proporciones y la sonrisa invariable de la muñeca… y olvidamos, por supuesto, que los seres humanos tenemos que cuidarnos unos a otros, que somos hijos o hijas, a veces hermanas o hermanos, a veces madres y padres, casi siempre compañeras y compañeros, amigos y amigas de personas que también son hijos e hijas… etc, etc, etc.

Así que, mientras en lo cotidiano y en los espacios que podemos algunas personas peleamos por visibilizar los cuidados y darle el valor que se merecen, como imprescindibles que son, van estas mentes frías y calculadoras y actualizan la mitología liberal para intentar colarnos que las mujeres también podemos convertirnos en los hongos hobbesianos de Celia Amorós, completamente autónomas, dueñas de nosotras mismas, desligadas de cualquier deber hacia nadie. Inteligentes, innovadoras e independientes, sin despeinarnos, estropearnos la figura ni dejar de sonreír. Flexibles en cuanto a ampliar horarios para lo profesional, nuestra razón de ser; contorsionistas de la conciliación. No he tocado la agenda y ya llevo rato frustrada.

Emprendimiento precario

Tengo la impresión de que las personas que tengo cerca y que están atrapadas en esto del emprendimiento no se creen del todo que sea tan cool, o tan it, o tan estupendo. Que “es lo que hay” y que tienen que ponerle toda la ilusión que puedan a su esfuerzo, todo el cariño. Saben que están en una situación de precariedad grave, que tienen que gastar muchísimo dinero en materiales, en maquinaria, en programas informáticos, en formación, en asesorías o en seguros, o en todo a la vez. Si no pueden gastar mucho dinero, gastan tiempo, todo el tiempo del mundo. Hay que crear una marca propia, definida, personal; creérsela y venderla, venderla mucho.

Cuando veo durante un rato largo todas esas “marcas personales” moviéndose por internet me viene a la cabeza, nítida, la imagen de una vaina de flor de loto, con una semillita en cada agujero. La vaina de la flor de loto es uno de los más temidos fantasmas tripofóbicos, que es el miedo o repulsión que sienten algunas personas a las figuras con grupos de huecos o agujeros en grandes cantidades sobre una superficie. Cientos de ideas buenísimas, asfixiándose en peceras, al lado de otros cientos de ideas clónicas, en batallas de diseño y marketing. Entonces sé que es hora de apagar el ordenador y de decir unas cuantas blasfemias sobre la supuesta crisis, las ilusiones robadas y el cine norteamericano.

Supongo que ha quedado claro que no me muevo en la esfera social de los devoradores y devoradoras de charlas TED, medialabs ni másteres de intraemprendizaje, a quienes me temo ni se les pasa por la cabeza que tengan algo que ver con las personas asalariadas con derechos laborales menguantes. El emprendimiento, así a lo bestia, convierte a los compañeros y compañeras en la competencia, pero puede que estas personas ni se planteen que las cosas puedan ser de otra manera.

De lo humano, los medios y el emprendimiento social

Puede que más que una estrategia para naturalizar por estas latitudes el capitalismo brutal que se vive en otros lugares, la Barbie Emprendedora sea precisamente un síntoma de quién va ganando la batalla. Amador Fernández-Savater reflexiona sobre “la configuración neoliberal de lo humano” rescatando frases como la de un amigo norteamericano de paso por Madrid: “Pero qué suerte tenéis viviendo aquí, ¡no hay capitalismo!”

Cuando deja de percibirse como imprescindible que los derechos universales estén garantizados, como ocurre con la atención sanitaria a personas inmigrantes, es que el neoliberalismo va ganando terreno en nuestras mentes. Quizás podamos darle la vuelta a muchas de las últimas leyes y privatizaciones, pero va a ser mucho más difícil revertir determinado imaginario sobre la carrera profesional, las empresas, la felicidad y la solidaridad entre compañeros y compañeras.

Las redes sociales no ayudan a terminar con la espiral de silencio, porque parece que en ellas intentamos evitar los temas más polémicos para no perder seguidores y aplausos. Salvo quienes sueltan burradas creyéndose lo del anonimato en internet y quienes ya tienen un perfil público muy definido, en general el uso que le damos a las redes sociales se parece más a la actitud conciliadora que podríamos tener en la cena de Navidad de una familia bien numerosa que a un debate profundo que se salga de los marcos conceptuales a los que los medios grandes nos habitúan.

Y los medios grandes no se preocupan precisamente de hacernos reflexionar sobre el sistema productivo o la crisis de los cuidados, sino que se llenan de artículos que ensalzan el emprendimiento, la narrativa neoliberal y lo importante de las iniciativas individuales para el bien común. Con esto último, que puede significar muchas cosas, no se refieren a otra cosa que al emprendimiento social, que no es Estado ni ONG y que dice que su objetivo es satisfacer las necesidades sociales pero aplicando estrategias de mercado. Y empezamos a liarla, mezclando economía “social y solidaria” y enunciados terroríficos como “el poder del lucro para el bien social”.

En teoría, y hablando de lo más básico, hay dos vías: o bien los beneficios de un emprendimiento “x” pueden destinarse a apoyar algo “social”, o bien el propio funcionamiento de la empresa puede hacer cumplir el objetivo social (por ejemplo, empleando a determinadas personas, en paro o excluidas por algún motivo más o menos definido). Ninguna de las fórmulas es nueva, pero sí el peso que estas iniciativas están teniendo. La mayoría son empresas “seleccionadas, apoyadas y financiadas por empresas del gran capital, bancos, filántropos, directamente o a través de fundaciones”. Lo explica con nombres y apellidos el Colectivo Filantropófagos en un artículo sobre el gran capital en los medios: las fundaciones filantrocapitalistas “son la herramienta más importante que usa el gran capital para penetrar en sectores estratégicos donde hacer negocio (salud, educación, medioambiente, comunicación…); y las y los emprendedores sociales su herramienta para acceder y ampliar la clientela hacia sectores críticos de la población y personas que viven en situación de pobreza”.

Estamos hablando de que las personas que tienen más dinero del mundo se dedican a financiar pequeñas (comparativamente hablando) iniciativas para parchear problemas estructurales y visten la operación de modernidad, innovación y buenas intenciones. Nos secuestran el pensamiento y muchas de las personas que dirigen estas iniciativas se lo creen y hablan de “empoderarse”, y muchas otras escriben hermosos textos en medios que incluso son críticos con el sistema en líneas generales defendiendo los planteamientos de “cosas” como Ashoka, la escuela neoliberal de negocios ESADE, el BBVA, la farmacéutica Boehringer Ingelheim o las fundaciones Botín o Telefónica.

Y sí, esto del capitalismo como estado mental y el emprendimiento social me obsesiona. Contemplar demasiado rato las redes sociales me produce cierto mareo, y términos como conocimiento, desinterés, innovación o participación me causan algo parecido al pánico… Pero eso no quiere decir que no esté totalmente de acuerdo con alguna de las cuestiones planteadas en la reforma educativa, la LOMCE, como lo de fomentar la iniciativa y el espíritu emprendedor. “Y límpiese bien la boca / si dice revolución”, que diría Benedetti.


Andrea Gago Menor coordina Pueblos – Revista de Información y Debate .

Ver en línea : La Marea, 27 de marzo de 2015.


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