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Se siente una pequeña...

María González Reyes y Virginia Pedrero

Domingo 4 de enero de 2015

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A veces me siento pequeña. No sé si te pasa a ti. A mí bastantes veces, aunque no es una sensación que me dure todo el rato. Me ocurre, por ejemplo, cuando me baño en el mar y nado y nado hacia lo profundo o cuando camino por la ciudad, un día cualquiera, y me paro en un semáforo, junto a mucha otra gente, con la convicción de que el tiempo que marca el verde para los coches es mucho mayor que el verde para las personas que caminamos. También me siento pequeña cuando tengo miedo.

Leer, a veces, proporciona información que da miedo. Yo he leído sobre los incrementos de temperatura esperables para finales del siglo XXI que han calculado los científicos. Y entonces pienso: ¿Cuántos seres vivos podrán adaptarse a este cambio? ¿Cuántos humanos podremos sobrevivir cuando nuestra alimentación depende de los cultivos?

Hay quien dice que el cerebro humano no está preparado para entender y percibir lo lento, lo remoto y lo complejo. Yo estoy de acuerdo. Quizás por eso cuando pienso en esta perspectiva de colapso más que probable me invade el miedo y me siento tremendamente pequeña. El miedo, al igual que el dolor, es una emoción muy paralizante. Por eso trato de encontrar maneras de sacudírmelo de encima.

Un buen antídoto es buscar emociones como la ilusión, la alegría y la esperanza y yo, donde les encuentro cabida, es siempre en lo colectivo. Cuando esta crisis civilizatoria a la que vamos encaminados se profundice, la comunidad, el “nosotras y nosotros” y no el “yo” será lo que proporcione vías de supervivencia.

La ilusión se hace patente cuando se construyen redes que crean colectivamente alternativas de transformación que promueven mundos más justos, autosuficientes y sustentables. La esperanza aparece cuando decidimos cambiar el “No hay alternativa” por el “Otro mundo es posible” o el “Sí se puede”. Y la alegría cuando los movimientos sociales se convierten en generadores de valores basados en lo colectivo, que permiten satisfacer las necesidades a través de la participación y del apoyo mutuo y que propician cambios sociales que construyen vidas más dignas.

Ilusión, esperanza, alegría. Y creatividad. Probemos a coger un lápiz y dejarlo deslizar por las paredes de las calles para escribir palabras como ecoaldeas, ciudades en transición, mercados sociales, finanzas éticas, cooperativas de consumo, huertos urbanos…


Texto: María González Reyes / Ilustración: Virginia Pedrero.


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