Zoe

María González Reyes y Virginia Pedrero

Jueves 25 de septiembre de 2014

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A la altura de los tobillos sobresalía de las botas negras parte del forro blanco que ayudaba a mantener los pies calientes. A continuación aparecían dos piernas flacas embutidas en unas mallas negras con lunares verdes, rojos y violetas. Un jersey de lana varias tallas más grande de lo necesario cubría el resto del cuerpo. Por lo demás, sólo se veía una mejilla sonrosada y unas pestañas negras rodeadas de un gorro de lana rojo. Comía gajos de mandarina con tal placer que parecía que no había nada mejor en el mundo en lo que emplear el tiempo.

Las mañanas que, como aquella, amanecían las calles nevadas, las pasaba dejando huellas por la ciudad. Era su manera de demostrar, frente a los que dicen que da igual quedarse mirando al borde del camino, que las cosas que hacemos quedan registradas en algún lugar.


Texto: María González Reyes / Ilustración: Virginia Pedrero.


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