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Se siente uno pequeño...

María González Reyes

Jueves 23 de octubre de 2014

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La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas.
Lynn Margulis

Efectivamente, a veces se siente una pequeña. No sé si te pasa a ti. A mí bastantes veces, aunque no es una sensación que me dure todo el rato. Me ocurre, por ejemplo, cuando me baño en el mar y nado y nado hacia lo profundo o cuando camino por la ciudad, un día cualquiera, y me paro en un semáforo junto a mucha otra gente con la clara sensación de que el tiempo que marca el verde para los coches es mucho mayor que el verde para las personas que caminamos. También me siento pequeña cuando tengo miedo.

Leer, a veces, proporciona información que da miedo. Por ejemplo, leí el quinto Informe de Evaluación del IPCC. Las conclusiones del Grupo III, que se publicaron en abril de 2014, acotan los incrementos de temperatura esperables a finales del siglo XXI entre 2,5 y 7,8 ºC, con los valores mas probables entre 3,7 y 4,8 ºC (con una probabilidad del 95%, precisan los científicos). ¿Cuántos seres vivos podrán adaptarse a este cambio? ¿Cuántos humanos podremos sobrevivir cuando nuestra alimentación depende de los cultivos y los agrosistemas?

Hay quien dice que el cerebro humano no está preparado para entender y percibir lo lento, lo remoto y lo complejo. Yo estoy de acuerdo. Quizás por eso, a mí pensar en esta perspectiva de colapso más que probable me produce miedo y hace que me sienta tremendamente pequeña. El miedo, al igual que el dolor, es una emoción muy paralizante, pero hay maneras de sacudírselo de encima.

Un buen antídoto es buscar emociones como la ilusión, la alegría y la esperanza y yo, donde les encuentro cabida, es siempre en lo colectivo. Cuando esta crisis civilizatoria a la que vamos encaminados se profundice, la comunidad, el “nosotras y nosotros” y no el “yo” será lo que proporcione vías de supervivencia.

La ilusión se hace patente cuando se construyen redes que crean colectivamente alternativas de transformación socioeconómica que promueven la creación de mundos más justos, autosuficientes y sustentables. La esperanza aparece cuando decidimos cambiar el “No hay alternativa” por el “Otro mundo es posible” o el “Sí se puede”. Y la alegría, cuando los movimientos sociales se convierten en satisfactores de necesidades a través de la participación, creando valores basados en lo colectivo y en generadores de cambios sociales que construyen vidas más dignas.

Ilusión, esperanza, alegría. Y creatividad. Probemos a coger un lápiz y dejarlo deslizar por la pared para escribir palabras como ecoaldeas, ciudades en transición, mercados sociales, finanzas éticas, cooperativas de consumo, huertos urbanos…

Ver en línea : Ecologista, nº 82, otoño de 2014.


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