Primer acto

María González Reyes

Miércoles 26 de marzo de 2014

Escena primera

El escenario vacío de cosas y una mujer sentada en una silla, de madera, en el centro.

Mujer

(Mirada fija, serena, hacia el fondo de la sala)

Siempre creí que las cosas eran como me las contaban, que los pobres eran pobres porque habían nacido así, o por mala suerte, o porque no tenían la destreza suficiente para ser otra cosa. Los pobres daban lástima y, lo más importante, no podían dejar de ser aquello que eran: pobres. También me contaron que yo vivía en un país desarrollado, que el crecimiento económico era siempre bueno, que no había que preocuparse por el agotamiento de los recursos o la contaminación porque ya vendría algún avance tecnológico a solucionar el problema. Y me contaron que la vida de todas las personas valía lo mismo, mujeres y hombres, blancos y negros, porque todos éramos iguales.

Entonces conocí a Mabel, que me explicó que ella era pobre por las políticas neoliberales que países como el mío aplicaban en el suyo, y me hizo entender lo que significa la palabra dignidad. A Daouda, que me relató cómo la policía de mi país desarrollado hacía redadas en las que detenía a gente por el color de su piel, y cómo cada vez más gente se juntaba para impedir que esto siguiera sucediendo. A María Elena, que me mostró de manera contundente qué significa que los humanos somos ecodependientes y a Sara, que me explicó que cuidar a los hijos o a los mayores no se considera un trabajo porque no contabiliza en la cuenta de resultados de ninguna empresa.

Hasta ese momento conocía una sola historia.


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