Responsable porque es rentable

Hace cuatro décadas, Milton Friedman (1970) afirmó que «la única responsabilidad social de las empresas consiste en incrementar sus beneficios». Era la época en que los ideólogos más duros del neoliberalismo cuestionaban las bases del Estado del Bienestar y sólo concebían actuaciones empresariales en el marco del aumento de las ganancias y de la búsqueda de competitividad. Pero, con el paso de los años, las multinacionales vieron que la apuesta por incluir de lleno la vieja idea de filantropía en la gestión empresarial no estaba reñida, ni mucho menos, con la obtención de mayores ingresos.

En realidad, como escribe la profesora Adela Cortina, «la fórmula de Friedman no ha sido arrumbada, sino más bien subsumida en una nueva, más inteligente». De este modo, a la máxima del aumento del beneficio a corto plazo ahora se le añade una variable ética, pero queda claro que la buena conciencia empresarial no sería nada si no sirviera para contribuir al lucro de las corporaciones. Francisco González, presidente del BBVA, resume así la filosofía de la RSC: «Creo muchísimo en la Responsabilidad Corporativa, porque es justa y rentable».

Ya en 2006, según un estudio de Forética, el 68% de las empresas españolas entendía que la RSC aporta grandes ventajas, como la mejora de la reputación, el buen clima de trabajo, la credibilidad, la competitividad y productividad, la fidelidad a la marca y, cómo no, los beneficios económicos. Hasta The Economist, uno de los pocos medios influyentes que aún era escéptico sobre la rentabilidad del paradigma de la RSC —recordemos que esta revista afirmaba en 2005 que «el negocio de las empresas es hacer negocios y no hace falta pedir disculpas»—, no ha tenido más remedio que reconocer que la responsabilidad empresarial es «sencillamente un buen negocio».