Decrecimiento

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En el marco de una economía capitalista, la idea de decrecimiento es una provocación que plantea que decrecer en el consumo de materia y energía en las poblaciones sobredesarrolladas es inevitable y deseable. Es un concepto paraguas que engloba diversas prácticas de los movimientos sociales y recoge las aportaciones realizadas desde la economía ecológica. Así, el decrecimiento busca satisfacer universalmente las necesidades sociales con criterios de equidad social y sostenibilidad.

El capitalismo funciona buscando maximizar el beneficio individual en el menor tiempo. Esto implica que el consumo de recursos y la producción de residuos no puede parar de crecer. Veamos por qué con un ejemplo real.

El Banco Santander toma prestados unos millones de euros del Banco Central Europeo (BCE) y después se los presta, a un tipo de interés mayor, a Sacyr-Vallehermoso, para que pueda comprar el 20% de Repsol. Para que Sacyr rentabilice su inversión y le devuelva el préstamo al Santander y este a su vez al BCE, Repsol no puede parar de crecer. Si no hay crecimiento, la espiral de créditos se derrumba y el sistema se viene abajo. ¿Y cómo crece Repsol? Vendiendo más gasolina, es decir, aumentando el cambio climático; extrayendo más petróleo, incluso de parques nacionales o de reservas indígenas; recortando los costes salariales; bajando las condiciones de seguridad... En definitiva, a costa de las poblaciones de las zonas periféricas y de la naturaleza.

Esto también es aplicable al ámbito de la economía financiera, ya que se articula sobre la productiva, que es sobre la que tiene que ejercer, en último término, su capacidad de compra.

El capitalismo es intrínsecamente incompatible con los límites físicos del planeta. Por ello ha ido desarrollando toda una serie de “pseudo-soluciones” que intentan mostrar que se puede seguir creciendo indefinidamente en un planeta de recursos limitados. Entre ellas destaca la promesa de la desmaterialización de la economía a partir de la ecoeficiencia. Pero, en un entorno de consumo creciente, la eficiencia es condición necesaria pero no suficiente: muchos aparatos y procesos cada vez son más eficientes pero, como ha aumentado la producción, el consumo de materia y energía también lo ha hecho.

Decrecimiento y calidad de vida

Cuando la población vive en condiciones de miseria, determinados incrementos en el consumo de recursos y energía se asocian directamente con el aumento de la calidad de vida. Sin embargo, a partir de un determinado umbral, esa correlación se pierde. Por ejemplo, incrementos continuados en el consumo de energía por encima de una tonelada equivalente de petróleo por persona y año no van acompañados de incrementos significativos en indicadores como la esperanza de vida, la mortalidad infantil o el índice de educación. En España, el consumo energético ronda las 3,6 toneladas per cápita.

Esta cifra podría ser un punto de referencia que respondiese a la pregunta de ¿hasta dónde decrecer? Aunque, eso sí, hay guarismos más bajos, como el de los y las habitantes de Can Masdeu, en la periferia de Barcelona, que tienen una calidad de vida excelente con un consumo de entre 0,20 y 0,24 toneladas.

Decrecimiento y trabajo

Ajustarse a los límites del planeta requiere reducir y reconvertir aquellos sectores de actividad que nos abocan a la crisis ambiental. En cambio, el avance hacia la sostenibilidad crea nuevos empleos en sectores que ya son fuertes generadores de trabajo, como las energías renovables, el reciclaje o el transporte público. Además, la red pública de servicios básicos debe crecer. Por último, la reducción del consumo de energía implicará una mayor intensidad en el trabajo y, por lo tanto, la necesidad de más empleo.

¿Generará todo esto más o menos empleos? Lo cierto es que no está claro pero, en todo caso, ésta no es una cuestión importante. La clave está en cómo repartir el trabajo socialmente necesario. Ya hay informes que apuntan que debemos trabajar menos para mantener el sistema de producción que tenemos. Por lo tanto, ya hoy, con un reparto adecuado del trabajo, nuestra jornada “laboral”, incluyendo las labores de cuidados, disminuiría notablemente. Desde esta perspectiva, el enfoque del sindicalismo debería volver a centrarse en reivindicaciones como la jornada de 35 horas semanales o el adelanto de la edad de jubilación.

¿En qué hay que decrecer?

Reducir el tamaño de una esfera económica no es una opción; el agotamiento del petróleo y de los minerales, así como el cambio climático, van a obligar a ello. Por tanto, esta adaptación puede producirse por la vía de la pelea feroz por los recursos decrecientes o, por el contrario, mediante un reajuste colectivo con criterios de equidad.

El decrecimiento puede abordarse desde prácticas individuales, comunitarias y también a nivel macro. Algunos ejemplos de ello se encuentran en el siguiente cuadro.

 

Introducir límites al uso de recursos
  • Reducir el consumo de las regiones “sobredesarrolladas” para igualarlo con las empobrecidas, que debería aumentar.
  • Prohibir la producción en sectores que destruyan la vida.
  • Aumentar la participación de los elementos renovables en la economía, sin olvidar que van a poder cubrir un consumo inferior al actual.
  • Priorizar los usos comunes de los bienes necesarios frente a los privados.
  • Disminuir la velocidad de consumo de bienes, la velocidad de vida.
Priorizar los circuitos cortos de distribución
  • Incentivar una re-ruralización de la población.
  • Promocionar un urbanismo compacto, de cercanía y bioclimático.
  • Fomento de grupos de consumo y mercados locales
Poner límites a la creación de dinero
  • Anclaje de las monedas a valores físicos (como minerales estratégicos) o a la cantidad de población.
  • Prohibición de que los bancos creen dinero.
  • Promoción de monedas sociales.
Hacer más justa y democrática la economía
  • Puesta en marcha de un sistema de ecotasas finalistas y redistributivas.
  • Convertir en BIENES COMUNES sectores estratégicos, como el energético o la banca.
  • Medidas para el reparto de la riqueza y la limitación de la capacidad adquisitiva como la renta máxima.
  • Disminuir incentivos al consumo.

 


BIBLIOGRAFÍA:

  • BARCENA, I.; LAGO, R. Y VILLALBA, U. (eds.) (2009): Energía y deuda ecológica. Transnacionales, cambio climático y alternativas, Icaria, Barcelona.
  • GONZÁLEZ REYES, L.; HERRERO, Y.; MADORRÁN, C. Y RIECHMANN, J. (2012): Qué hacemos frente a la crisis ecológico-social, Akal, Madrid.
  • LATOUCHE, S. (2008): La apuesta por el decrecimiento, Icaria, Barcelona.
  • NAREDO, J.M. (2006): Raíces económicas del deterioro ecológico y social, Siglo XXI, Madrid.
  • VV.AA. (2008): “Decrecimiento sostenible”, Ecología Política, nº 35.
  • VV.AA. (2009): Claves del ecologismo social, Libros en Acción, Madrid.