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La necesidad de coherencia en un mundo globalizado

Natalia Millán

Martes 31 de enero de 2012

El presente documento pretende
analizar brevemente los cambios
estructurales que para el desarrollo,
implica la progresiva interdependencia
entre las naciones al tiempo que
propone el análisis de la CPD desde una dimensión global que suponga la
acción colectiva y concertada de donantes
y socios.

El modo en que las características estructurales del sistema internacional (así como las dinámicas internas de los Estados) están siendo modificadas por el fenómeno de la globalización se ha convertido en uno de los debates fundamentales de nuestra era. Tras el fin de la guerra fría
se han acelerado los procesos de interconexión e integración de las comunicaciones, los mercados, los capitales y los significados culturales en buena parte del mundo contemporáneo, lo que ha profundizado los fenómenos de transnacionalización e interdependencia en diversos
ámbitos de las dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales en diferentes escalas.

En un mundo cada vez más interrelacionado
e interdependiente
las problemáticas locales adquieren,
potencialmente, dimensiones
globales y pueden convertirse en fenómenos
que cuestionen la legitimidad
y sostenibilidad del sistema en
su conjunto. Asimismo, los desafíos y
amenazas que se derivan del escenario
internacional son elementos cardinales
que inciden directamente en las
políticas públicas que los países han
asumido en la última década. Por tanto,
desde la perspectiva metodológica,
dividir los espacios nacionales e internacionales
como si fueran compartimentos
independientes de análisis parece
convertirse en una aproximación
totalmente insuficiente para entender
los cambios estructurales que se están
desarrollando en la época presente.

Dentro de este contexto, el concepto
de Coherencia de Políticas para
el Desarrollo (CPD) surge como una visión alternativa (y necesaria) para
afrontar, de manera coordinada y consensuada,
los desafíos del desarrollo
que se presentan en el mundo globalizado.
En la medida en que, en algunas
dimensiones, las interdependencias
e interrelaciones entre las naciones
se acrecientan, los problemas del
hambre, la pobreza o la degradación
medioambiental afectarán, inevitablemente
a todas las economías del mundo
(y no únicamente a los países más
vulnerables). Como consecuencia,
desconocer la problemática del desarrollo
global y sus posibles amenazas
para el sistema en su conjunto, podría
afectar, los intereses fundamentales
de todos los países.

El presente documento pretende
analizar brevemente los cambios
estructurales que para el desarrollo,
implica la progresiva interdependencia
entre las naciones al tiempo que
propone el análisis de la CPD desde una dimensión global que suponga la
acción colectiva y concertada de donantes
y socios. Para ello, el segundo
epígrafe analiza las dinámicas de interdependencia
y asimetrías derivadas
del proceso globalizador; el tercer epígrafe
aborda el concepto de CPD, para
luego concluir, en el cuarto epígrafe,
sobre la necesidad de promover una
mayor coherencia en el actual mundo
globalizado. En definitiva, la coherencia
de políticas debería integrar
una dimensión global que promueva
la acción colectiva entre los países donantes,
dado que, como se sostiene en
este artículo, la problemática del desarrollo
es un fenómeno trasnacional
que no puede ni debe abordarse desde
ámbitos nacionales o segmentados.

Globalización, interdependencia y
asimetrías en la era global

En una primera instancia, el concepto
de globalización se ha referido a un
proceso de creciente liberalización
económica, comercial y financiera
que ha generado economías cada vez
más interrelacionadas e integradas entre
sí donde se ha erigido un sistema
internacional de mercados y capitales
que tiende a diluir los conceptos tradicionales
de “territorio” y “fronteras”.
Desde entonces, la fuerza de la globalización
ha franqueado su naturaleza
económica para suscitar cambios tecnológicos,
sociales y culturales a gran
escala, estableciendo un sistema de
comunicación global, promoviendo
cambios en las estructuras culturales
(creencias, valores y expectativas) y
generando una serie de transformaciones
sociales, económicas y políticas
para una significativa parte de la
población del planeta.

Gran parte de la literatura sobre
ciencias sociales define a la globalización
como un proceso de interrelación
e interdependencia creciente
en diversos ámbitos de la dinámica
social. Estos procesos progresivos de
transnacionalización han puesto en
cuestionamiento la capacidad real de
los Estados para diseñar políticas y
respuestas internacionales y domésticas
frente a los cambios, contextos y
fluctuaciones que se derivan de las diferentes
coyunturas globales. La crisis económica y financiera internacional
iniciada en 2008 -la cual se ha convertido
en el desafío más importante
para la prosperidad económica del
planeta desde la década de los treinta-
ha puesto de manifiesto el revelador
poder de los “mercados internacionales”
para influir en el diseño de las
políticas públicas de los Estados considerados
más desarrollados y ricos
del planeta.

Asimismo, el proceso de interdependencia
descrito, parece caracterizarse
cada vez más acusadamente
por una profunda asimetría entre los
grados de integración reales alcanzados
por los capitales y mercados
y la incapacidad política del sistema
internacional para generar instancias
y marcos normativos que permitan
regular estas interdependencias [1]. Se
observa, de hecho, una importante
brecha entre el poder económico (que
no quiere ser regulado) y el poder político
(que ha sido incapaz de erigir
un sistema institucional internacional
para regular el poder económico). De
ahí, el alto grado de vulnerabilidad de
los países frente a los cambios económicos
y políticos que se producen a
escala global.

El avance vertiginoso que, en las
últimas décadas se ha observado en
la integración de los mercados, los
capitales y las comunicaciones no se
ha visto sustentado por el diseño de un marco institucional (político) internacional
que permita gestionar el
alto grado de vulnerabilidad al que
las naciones (y su ciudadanía) se ven
expuestas como consecuencia de este
nuevo orden internacional. En consecuencia,
la dinámica de la globalización
no sólo ha ampliado y profundizado
el grado de vulnerabilidad de
los actores (países, personas e instituciones)
sino que, principalmente, ha
creado nuevos riesgos que cuestionan
la estabilidad del sistema actual [2].

Al tiempo que se aceleran los procesos
de integración se incrementan
las desigualdades entre los países y
las personas. Las importantes brechas
en la distribución de la renta se
encuentran estrechamente relacionadas
con el fenómeno de la pobreza y
la exclusión. De acuerdo a los datos
del Banco Mundial (2010) el 16 por
ciento de la población accede al 71
por ciento de la riqueza total del planeta
mientras que el 14 por ciento más
pobre dispone del 1 por ciento de los
ingresos totales (cuadro 1). En 2009,
la ONU ha calculado que alrededor de
2.700 millones de personas vivían con
menos de dos dólares al día (PNUD,
2009).

En suma, la globalización ha creado
nuevos espacios de poder a la vez
que ha acotado los ámbitos de decisión
tradicionales de los otrora protagonistas
principales del panorama internacional:
los estados nación. Desde
esta perspectiva, parece lógico suponer
que son necesarias propuestas y
caminos alternativos que permitan
avanzar hacia una gobernanza global
que promueva el desarrollo inclusivo
de todas las naciones y es desde esta
dimensión que se analizará el concepto
de CPD.

AOD y coherencia de políticas

El sistema internacional de AOD
consiste en un conjunto de políticas
discrecionales y unilaterales que un
grupo de países donantes asumen
con el propósito de promover el desarrollo
de los países más pobres. El
objetivo de los actores que forman
parte del sistema de AOD es impulsar
la lucha contra la pobreza y
promover el desarrollo global y sustentable.
No obstante, hay diversas
particularidades que ponen de mani-
fiesto la limitada capacidad de este
sistema para lograr con eficacia sus
objetivos de desarrollo.

En primer lugar, la política de ayuda
posee una limitada capacidad de
impacto en el progreso de los países
del Sur [3] en tanto que existe una serie
de políticas domesticas e internacionales
que ponen en práctica los países
donantes y que ocupan un rol cardinal
en la promoción (o limitación) del desarrollo
de los países de rentas medias
y bajas [4].

En segundo lugar, la ayuda responde
a una lógica discrecional, unilateral
y no vinculante que depende,
en gran medida, de la buena voluntad
de los gobiernos y actores que forman
parte del este sistema. Este hecho genera
significativas asimetrías en las
relaciones entre donantes y socios,
suscitando importantes problemas
de coordinación, y armonización entre
los actores, lo que ha derivado en
fragmentaciones, solapamientos y duplicaciones
que cuestionan profundamente
la ya limitada eficacia del propio
sistema de ayuda [5].

El concepto de CPD pretende trascender
las restrictivas competencias
de la política de cooperación para
asumir un compromiso global y transversal
con la promoción del desarrollo.
De esta manera, la CPD podría
definirse como la integración de la
perspectiva de desarrollo en el diseño,
implementación y evaluación de las
políticas estatales -tanto domésticas
como internacionales- de los países
(en principio) donantes.

Reflexiones finales

Los cambios experimentados en el escenario
internacional están modificando
las dinámicas sociales, políticas y
económicas de las sociedades contemporáneas.
Fruto de la integración
creciente de las economías así como
de la emergencia de nuevos actores
transnacionales se está generando una
reestructuración en la distribución,
instrumentación y configuración de
las esferas de poder. Estas modifi-
caciones inciden tanto en la escena
internacional como en las dinámicas
internas de las sociedades. Dentro de
este nuevo escenario, los problemas
del desarrollo adquieren una dimensión
global que afecta, inevitablemente,
tanto a los países del Sur. como
a las economías más desarrolladas
del planeta. Como consecuencia, se
vuelve necesario afrontar coordinadamente
los desafíos del desarrollo
de las naciones más pobres en tanto la
pobreza, la extrema desigualdad o la
degradación medioambiental pueden
convertirse en verdaderas amenazas
globales para la sostenibilidad del sistema
internacional.

Desde esta perspectiva, profundamente
pragmática, es que se reclama
la aplicación de políticas más coherentes
con el desarrollo que permitan
reducir -al menos parcialmente- las
extremas desigualdades entre el Norte
y el Sur. De hecho, la noción de
eficiencia y mutuo beneficio son argumentos
recurrentes para sustentar
doctrinalmente la promoción de la coherencia
de políticas. Para ello, cada
donante se enfrenta al reto de diseñar
políticas nacionales, regionales y globales
que contemplen la acción colectiva
como el único camino efectivo
para enfrentar los problemas del desarrollo.
Esta acción colectiva deberá
integrar, asimismo, a las naciones receptoras
o socias, especialmente a la
luz del importante papel que algunos
países emergentes están jugando en el
escenario internacional.

Para finalizar, es necesario recordar
que la perspectiva racional y pragmática
del “mutuo beneficio” utilizada
en este trabajo no debe agotar los
argumentos que promueven el avance
hacia una mayor coherencia orientada
al desarrollo. El desafío mas trascendente
que supone el nuevo orden internacional
es el avance hacia una gobernanza
global multinivel que pueda
brindar respuestas colectivas a los
problemas de la pobreza, el hambre
y la vulneración de los derechos para
gran parte de la población del planeta.
El concepto de ciudadanía global
responde, justamente, a esta visión
cosmopolita y se articula sobre el fundamento
de que el acceso a derechos
y deberes trasciende a la pertenencia
a un Estado-nación. De esta forma, se
pretende superar un sistema de fragmentación
y exclusión para gran parte
de las personas del planeta con el fin
de construir un concepto de ciudadanía
coherente con los criterios de dignidad
humana, igualdad de derechos y
respeto por las diferencias.

Natalia Millán
Investigadora del
Instituto Complutense de Estudios Internacionales
(ICEI) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).

- Este artículo ha sido publicado en el nº 49 de Pueblos - Revista de Información y Debate, especial diciembre 2011.


Notas

[1J.A. Alonso, “Bienes públicos globales y cooperación al desarrollo”, en La realidad de la ayuda: una evaluación
independiente de la ayuda oficial al desarrollo internacional
, Madrid, Intermón Oxfam, 2002-2003, pp. 127-153.

[2David Held, Un pacto global, Madrid, Taurus.

[3En este trabajo se utiliza el concepto Sur con extrema cautela debido a que los países en desarrollo presentan
actualmente importantes diferencias en sus estructuras económicas, renta per capita, población, distribución de la
riqueza y capacidades políticas e institucionales. Así, el concepto “Sur” comprende una amplia diversidad de países
con intereses, capacidades y agendas divergentes que responden a una nueva realidad internacional muy alejada de
las conceptualizaciones tradicionales que separaban a los países pobres de los países ricos.

[4J.A. Alonso (dir.), Coherencia de políticas para el desarrollo en cinco donantes del CAD: lecciones para el caso
español
, Documento de trabajo número 42, Madrid, Fundación Carolina, 2010.

[5OCDE, Annual Report on OECD Work on Policy Coherence for Development, Paris, 2009.


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